Sr. Bagó
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Jordi Bagó Coma – JB Packaging Group

 

JORDI BAGÓ COMA

Olot (Girona)

1974

Director general de JB Packaging Group

 

 

6-7-2022

 

La necesidad empujó a sus padres a fundar una incipiente fábrica de productos de bajo valor añadido. Su inquietud, y un innato sentido empresarial, le llevó a profesionalizar el negocio, expandirlo y orientarlo hacia la sostenibilidad. Esa transformación ha convertido la compañía en líder europea en su sector y en pionera en su ámbito en la obtención del certificado BRC, aval que supone una garantía para un sector tan exigente como el alimentario, al que presta un valioso servicio auxiliar con sus embalajes.

 

 

Cuando cumplí cinco años mis padres fundaron la empresa a la que he dado continuidad, y es allá donde hallo mis recuerdos más remotos

Soy el único hijo de un matrimonio arraigado en Olot. Tanto mi padre como mi madre eran de origen campesino, lo cual no fue un impedimento para que sus vidas acabaran desvinculándose de ese sector primario. Joan procedía de una familia de labradores, mientras que Aurora había prestado ayuda en el cuidado de las vacas de sus progenitores. Cuando cumplí cinco años, en 1979, fundaron la empresa a la que he dado continuidad y donde hallo mis recuerdos más remotos. Esa circunstancia viene propiciada por la ubicación de esa industria incipiente que mis padres habilitaron justo debajo de nuestra vivienda, en un garaje que formaba parte del edificio en el que vivíamos. Así las cosas, conservo fresco en mi memoria el trasiego derivado de esa fábrica, con mi madre subiendo y bajando del piso, acudiendo del trabajo al hogar y viceversa. Ese mismo ritmo de vida provocaba que yo compartiera tiempo con los vecinos o con mi abuela Paulina, al estar mi madre volcada en el negocio que había impulsado atendiendo a su carácter decidido. Hasta mi llegada al mundo, Aurora había estado trabajando en un pequeño matadero. Como ocurría con la inmensa mayoría de las mujeres de la época, al quedar embarazada se vio condenada al despido y, al mismo tiempo, relegada a las labores del hogar. Su talante inconformista le llevó a plantearse cómo reorientar su vida laboral. Consciente de las limitaciones para hallar acomodo en otra compañía por su condición de madre, resolvió establecerse por su cuenta.

 

En el origen de nuestro negocio hubo un insospechado componente sostenible

Olot había albergado una pujante industria textil hasta mediados del siglo pasado. Sin embargo, a finales de los 60 ese sector empezó a experimentar un considerable declive, con la deslocalización y clausura de muchas hilaturas e industrias de confección. Tras un ejercicio de mucha reflexión, mi madre convino que podía aprovechar las desvencijadas máquinas que abandonaban las fábricas que cerraban, destinadas a las chatarrerías. Se trataba de ayudar a la exigua economía doméstica, cuyo único ingreso era el aportado por mi padre, quien trabajaba como camionero. El coste de aquellos maltrechos ingenios era residual, de modo que resultaban accesibles para el presupuesto de mis progenitores. La idea de mi madre consistía en fabricar fundas textiles para la industria cárnica. Este tipo de actividad era la que presentaba menor valor añadido en el sector textil, pues, para su fabricación, se recurría a hilos sobrantes de otras producciones y que no podían destinarse a ninguna otra utilidad. Mi padre participó de manera decisiva en el nacimiento de la empresa, ya que, con la ayuda de un vecino, dedicó los fines de semana a reparar y poner en marcha la obsoleta maquinaria. Paradójicamente, con su iniciativa mi madre estaba logrando, inconscientemente, dar una segunda vida a esos artilugios, en lo que hoy en día constituiría un ejercicio de práctica sostenible.

 

Anotaba los teléfonos de los camiones que circulaban ante nuestra casa para captar nuevos clientes

Se inició así una actividad consistente en fabricar tejido para preservar el jamón o la carne en canal. Este tipo de producto permite a la industria cárnica proteger los alimentos, básicamente a la hora de transportar el producto. Por lo general, cuando se congela la carne para el traslado a otros países, una vez sometido al tratamiento en frío se cubre con ese tejido, consiguiendo reducir en un dos por ciento la merma del producto. Por otra parte, se evita que se generen adherencias indeseadas y se protege la carne durante el transporte, que por rozamiento puede perder su buen aspecto y deteriorarse a los ojos de los clientes. Yo todavía era un niño cuando empecé a ayudar a mi madre en ese negocio, incluso a modo de juego. Ambos nos poníamos en el balcón y procurábamos anotar los números de teléfono de los camiones que circulaban por delante de nuestra casa. De esta manera, confiábamos en ampliar la cartera de clientes, amasando una base de datos de forma rudimentaria. Poco a poco, esa pequeña fábrica instalada en el garaje empezó a funcionar y a generar ingresos, hasta el punto de que mi padre, viendo que la modesta planta aportaba mayores réditos a la economía doméstica que los obtenidos como chófer, decidió abandonar el camión e incorporarse plenamente a la empresa familiar.

 

Fue mi sentido de la responsabilidad lo que me llevó a colaborar en la empresa familiar

El negocio se reveló próspero, lo cual convirtió el garaje en insuficiente para la actividad que reclamaba, pese a sus doscientos metros cuadrados. Esa circunstancia condujo a mis padres, siete años después de empezar, a comprar un terreno en un polígono, donde levantaron la que fue su primera nave. Ya había cumplido los doce y, en la medida de lo posible, seguía prestando apoyo a la empresa familiar. No obstante, coincidiendo con el inicio de la nueva etapa, el nivel de colaboración adquirió mayor dimensión, pues en la época estival empecé a acudir a la fábrica para trabajar. Aprovechaba las mañanas para ir a la piscina o jugar con los amigos, mientras por la tarde me desplazaba en bicicleta hasta la nave, dado que se hallaba al otro extremo de Olot. No puedo asegurar con precisión cómo surgió esa contribución al negocio familiar, pero sí tengo la certeza de que nunca existió ningún tipo de presión por parte de mis padres, sino que fue mi propio sentido de la responsabilidad lo que me llevó a asumir las tareas que mis jóvenes capacidades me permitían. De todas formas, tenía una gran vida juvenil, y, justamente, esa fue la etapa más alocada de mi existencia. Con catorce años ya había conseguido una moto de la que apenas me separaba, y con los amigos acudíamos a bañarnos al río o a disfrutar de carreras de coches. Asimismo, durante una temporada estuve sirviendo en un bar, donde trabajaba al terminar mi jornada en la empresa familiar, disfrutando de una gran vida social. A ello contribuyó mi dedicación al waterpolo durante tres años; un deporte que, a los dieciocho, abandoné ante la imposibilidad de destinar las cuatro horas diarias de entrenamiento que reclamaba esa disciplina.

 

El servicio militar supuso una ruptura en el itinerario estudiantil

Tras completar el ciclo primario educativo, seguí cursando Bachillerato e, incluso, realicé el COU. En el círculo familiar no había un objetivo claro respecto a mi futuro profesional; y si bien existía el deseo de que ampliara mis estudios, al mismo tiempo también querían que me implicara cada vez más en la empresa. Desde mi infancia me había ido imbuyendo de ese entorno industrial, con lo que las máquinas se habían convertido en mi hábitat natural. Aun así, en mi fuero interno no vislumbraba hacia dónde quería orientar mi vida. No obstante, el cumplimiento del servicio militar actuó como espontáneo punto de inflexión, pues esa etapa acabaría frustrando indirectamente cualquier posibilidad universitaria, al suponer una ruptura en el itinerario estudiantil.

 

Entender el funcionamiento de cualquier máquina y cultivar una gran capacidad para detectar dónde reside un posible fallo me permite ayudar a los clientes

Una vez superado el servicio militar, me sumergí plenamente en la empresa de la familia, denominada Stockinettes. A pesar de no haber accedido a lecciones teóricas ni técnicas, atesoraba un profundo know how sobre el funcionamiento de esas máquinas y ayudaba a menudo a mi padre en su reparación y mantenimiento. En realidad, no existía alternativa al cuidado de la maquinaria. Su obsolescencia provocaba que los especialistas se hubieran jubilado, o cuando menos que no hubiera ninguno disponible en nuestro entorno inmediato, con lo que éramos nosotros quienes desmontábamos, calibrábamos, ajustábamos y montábamos esas piezas. Las operaciones constituían un profundo aprendizaje y me proporcionaban un conocimiento exhaustivo de ese entorno, un hecho que, con el paso del tiempo, me ha facilitado entender el funcionamiento de cualquier máquina, a la vez que cultivar una gran capacidad para detectar dónde reside un posible fallo. Esa experiencia, asimismo, me brinda la opción de buscar soluciones técnicas para nuestros clientes y satisfacer al máximo sus expectativas. Ahí reside una de nuestras principales misiones: acompañar al cliente y procurar mejorar sus procesos y sus resultados. Es nuestra propia exigencia la que nos empuja a exhibir esta entrega. El carácter me viene de serie, heredado especialmente de mi madre. Me reconozco como una persona que desea tenerlo todo bajo control, pero no con ánimo de dominio sino para prestar ayuda al prójimo; y, en el ámbito profesional, para postularme como un partner del cliente, con el propósito de ayudarle en su crecimiento. En el terreno personal, lo importante es saber gestionar esa autoexigencia, buscando un equilibrio que evite convertirla en un problema de ansiedad.

 

La compañía estaba edificada en el esfuerzo personal

Mi dedicación al trabajo era absoluta, con jornadas en las que empezaba a las cinco de la mañana y acababa a las siete de la tarde. Daba continuidad en el ámbito industrial a la pauta horaria de mis abuelos en su entorno agrícola. Pero para mí no constituía problema alguno mantener dicho ritmo. Creo que era fruto, sobre todo, de ese alto sentido de la responsabilidad que siempre me ha acompañado. El sueldo era discreto y lo que más me atraía diría que era la sensación de estar contribuyendo a forjar la empresa; una compañía edificada exclusivamente en el esfuerzo personal, porque la cultura familiar en la que me crié se basaba en la inversión «cero». Las adquisiciones de las viejas máquinas y del solar para levantar la nave habían sido las únicas concesiones que mis padres se habían permitido. Contemplar cualquier cambio en nuestro negocio constituía entonces una quimera, pues mis padres eran reticentes a endeudarse para acometer nuevos retos y nuestro equipo se limitaba al núcleo familiar. En cualquier caso, para mí aquello resultaba normal, toda vez que había crecido asimilando como común ese contexto, en el que la falta de recursos se suplía con la inversión en horas y atendiendo con versatilidad las distintas necesidades de la empresa.

 

El esfuerzo invertido en la empresa me permite saber qué rendimiento puedo exigir a otra persona y evaluar su grado de compromiso

Mis padres accedieron a sumar a tres jóvenes a nuestro reducido equipo humano. A finales de los noventa la actividad era frenética y, al control de la producción, había que sumar el empaquetado, la preparación de los envíos o las tareas manuales de carga y descarga de los camiones, pues aún no usábamos palés. El esfuerzo invertido en aquellos años me ha resultado de gran utilidad tiempo después para apreciar los pequeños avances logrados en la empresa pero, sobre todo, para saber qué rendimiento puedo exigir a otra persona y cómo evaluar su grado de compromiso. Cuando has vivido esa experiencia de primera mano resulta más fácil valorar el trabajo desempeñado por terceros. Eso me confiere una importante ventaja competitiva, ya que en cada momento sé qué puedo esperar de cada cual. Algo similar me ocurre respecto a la maquinaria, pues el profundo conocimiento adquirido a partir de las labores de reparación y mantenimiento me permite calibrar el rendimiento que puede arrojar cada aparato y planificar tanto la actividad de nuestra compañía como la idoneidad de las inversiones. Incluso se ha dado la circunstancia de que algunas empresas me han trasladado sus consultas respecto a algún problema técnico con las máquinas.

 

Concerté telefónicamente una cita para adquirir una nueva nave y, acto seguido, expuse que era momento de dar un giro absoluto al negocio

La empresa asistió a un salto cualitativo cuando al tejido para cubrir la carne le añadimos las mallas, una solución similar a la usada para el envasado de naranjas, pero orientada a la industria cárnica y los embutidos. En una etapa inicial, aquello comportó mayor estrés, pues la maquinaria era distinta y entrañaba gran complejidad. Aun así, acabamos hallando soluciones óptimas para fabricar ese nuevo producto textil, que contribuyó al crecimiento del negocio. Hacíamos frente, no obstante, a importantes limitaciones, especialmente de espacio. Lo constaté en un viaje a Sevilla, cuando, tras haber cerrado un importante pedido, me di cuenta de que resultaría imposible atenderlo precisamente por falta de capacidad. Desde la propia capital hispalense concerté telefónicamente una cita para adquirir una nueva nave y, acto seguido, hablé con mis padres para exponerles que era momento de dar un giro absoluto a aquel negocio. Les planteé que la empresa no podía continuar con la misma gestión llevada a cabo hasta entonces y que se hacía necesaria la profesionalización de la compañía. Finalmente, ambos acabaron entendiendo que ellos se encontraban en su tramo final como empresarios y que resultaba procedente ceder la dirección. Año y medio después, y tras haber adquirido la nueva nave, comprobaron que la compañía no solo funcionaba, sino que había conseguido mayor estabilidad.

 

La exportación y la informatización de la empresa fueron las prioridades de la nueva etapa

A la optimización de la actividad contribuyó el traslado a la cercana localidad de Les Preses, tanto porque conseguíamos unificar el negocio en una única nave como porque de los mil metros agregados pasábamos a una superficie de dos mil doscientos. Si bien ya hacía tiempo que gozaba de mucha autonomía profesional, cuando en 2010 mis padres se jubilaron, adquirí un nivel de responsabilidad superior. Aunque aquella solución era la que correspondía, no estaba exenta de riesgo y, de alguna manera, me asomé a un escenario de cierto vértigo, dado que abandonaba una situación en la que la toma de decisiones era colegiada entre tres personas, con un profundo conocimiento en múltiples facetas, para estar exclusivamente concentrada en mí. Uno de los primeros objetivos que me propuse fue la internacionalización de la compañía. Aunque ya veníamos realizando algunas operaciones en Francia, la implementación de un departamento de exportación propició que, en un plazo de tiempo relativamente escaso, nos introdujéramos en una quincena de países; principalmente, en la Unión Europea, pero también en Islandia y en algunos mercados sudamericanos como Chile. Un segundo paso consistió en recurrir a auditores externos de Cedec para crear un sistema de control informático mediante el cual los comerciales podían obtener datos para controlar mejor la actividad y optimizar su rendimiento. No resultó un proceso fácil, ya que hasta ese momento todo lo fiábamos al cálculo mental. Ahora, en cambio, mensualmente podemos extraer un cuadro de mando que nos permite consultar los beneficios obtenidos por cada familia de producto u otra información relevante en la toma de decisiones.

 

Pioneros en el ámbito europeo en la obtención de la certificación BRC, packaging textil

Otro importante hito en nuestra trayectoria fue la obtención de la certificación BRC (British Retail Consortium), una normativa de origen anglosajón que garantiza que cualquiera de nuestros productos es apto para entrar en contacto con alimentos. Esto significa que no presentan ningún tipo de toxicidad, que han sido elaborados siguiendo unos protocolos de buenas prácticas y que las materias primas utilizadas en su elaboración presentan una total garantía. Fuimos pioneros en nuestro sector, en el ámbito continental, en obtener dicha certificación, lo cual entrañó una enorme complejidad, puesto que, al no existir precedentes, los auditores ignoraban cómo tenían que proceder para la evaluación. Hasta entonces solo se sometían a ese examen las empresas que procesaban productos alimentarios y, en nuestro caso, tuvo que venir desde Madrid el responsable español de la compañía certificadora para avalar que cumplíamos todos los requisitos. Inicialmente, obtuvimos la calificación A, aunque posteriormente nos otorgaron la AA, que es la que reconoce la máxima garantía. Contar con ese aval contribuye a incorporar nuevos clientes, pues el sector alimentario para el que trabajamos es muy exigente a la hora de seleccionar a sus proveedores. Pensemos que las empresas de ese entorno están sometidas a estrictas garantías sanitarias y necesitan colaboradores de confianza. La compañía fue creciendo, incorporamos a Marta Comas como gerente, acometimos una modernización de nuestras instalaciones y realizamos una inversión que nos permitió doblar el equipamiento de maquinaria, situándonos como líderes en facturación en Europa, una condición que hemos venido conservando en los últimos diez años. Como empresa auxiliar de la industria de la carne y del pescado, pues fabricamos fundas para piezas grandes como el pez espada, solemos participar en la feria Seafood de Barcelona y en la feria alemana Iffa (Fráncfort).

 

El plástico es una solución perfecta para todo menos para el planeta

El progreso de la compañía nos llevó a construir, en 2018, mil metros de almacenes en la parte posterior de la nave. Asimismo, en 2020 creamos una segunda empresa, JB Packaging Sostenible, con la intención de desarrollar embalajes respetuosos con el medio ambiente y sumarnos a esta tendencia de mercado. Como punto de partida, empezamos a fabricar una barqueta de cartón con una pequeña lámina sintética como sustitutivo de las clásicas bandejas de plástico, consiguiendo prescindir de este material en un noventa por ciento. La barqueta es íntegramente reciclable y biodegradable. Para su fabricación, construimos una planta de mil setecientos metros e importamos una máquina con tecnología de primera generación, de la cual apenas habrá una decena de unidades en todo el mundo. En nuestros desarrollos optamos actualmente por hacer las cosas fáciles y por orientarnos hacia los artículos sostenibles, como las mallas fabricadas con poliamidas y poliésteres que pueden entrar en la cadena alimentaria, o las barquetas más altas para yogures u otros productos que estamos desarrollando. El plástico es una solución perfecta para todo menos para el planeta. Existen materiales para sustituirlo, pero no podrá reemplazarse de manera absoluta. Será necesario, por ello, llevar a cabo acciones de pedagogía para concienciar a la población sobre su gestión como residuo, pues existen aún muchas carencias en este sentido. Hemos abrazado la sostenibilidad porque, tanto a nivel personal como empresarial, me siento comprometido con esta causa que garantiza el futuro de nuestro entorno. Todo ello a pesar de no haber podido acceder a subvención alguna. En mi opinión, la Administración maltrata a las pymes, pues no solo no les presta apoyo, sino que dificulta su actividad. En mi caso, como ejemplo, la Generalitat me somete a auditorías absurdas pese a contar con certificaciones específicas que avalan el cumplimiento de la normativa vigente.

 

Las nuevas generaciones carecen de motivación, circunstancia de la que debemos sentirnos responsables

Actualmente, contamos con una plantilla de treinta profesionales. A la hora de incorporar efectivos al equipo, no tenemos problemas para suplir vacantes, pues quienes trabajan con nosotros nos suelen recomendar a los posibles nuevos trabajadores. En nuestro entorno gozamos de un buen reconocimiento y la gente sabe que nuestras condiciones laborales son atractivas, algo que facilita cubrir cualquier contingencia. No resulta común, eso sí, al revés de lo que ocurría cuando era estudiante, que acudan a nosotros jóvenes postulándose para trabajar en verano. En cualquier caso, sin una mínima formación no hallarían encaje en la organización. Por otra parte, no solo la figura del aprendiz ha desaparecido, sino también la inquietud por aprender e, incluso, ese espíritu de sacrificio vinculado a la cultura del esfuerzo. Hemos asistido a un cambio de mentalidad tan profundo que veo a las nuevas generaciones poco dispuestas al trabajo. Es posible que, en el futuro, nos asomemos a una sociedad basada en un modelo, donde trabajan hasta lograr los seiscientos euros que les permiten llegar a final de mes. No descarto que avancemos hacia un entorno donde las empresas opten por la automatización y algunas personas asuman el coste de una renta básica universal que cubra las necesidades mínimas. En mi juventud, trabajando duro podías aspirar a conseguir una casa. En la actualidad, la situación es mucho más compleja, y los millennials carecen de motivación, circunstancia de la que debemos sentirnos responsables. En mi caso, solo puedo agradecer a mis padres el haber puesto los pilares de la empresa y haberme educado para dar continuidad a la compañía. Confío que mi hija Clàudia, que en septiembre cumplirá quince años, i Adrià que ya está en la universidad, conserven el interés que demuestran ahora por asumir sus riendas el día de mañana. Contarán, por supuesto, con todo mi apoyo; el mismo que hallo en mi esposa, Lídia, a quien agradezco ese absoluto respaldo a mi trayectoria profesional.