Sr. Fontdevila
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Josep Maria Fontdevila Boloix – Msquid Metalworks Barcelona

 

JOSEP MARIA FONTDEVILA BOLOIX

Molins de Rei (Barcelona)

1971

Fundador y director general de Msquid Metalworks Barcelona

 

 

2-6-2022

 

A través del ventanal del despacho de su padre, Josep Maria descubrió en la infancia hacia dónde deseaba orientar su futuro. La suya ha sido una trayectoria de lucha continua y de ambición permanente, en la que la propia exigencia le ha llevado al crecimiento ininterrumpido. Consciente del valor del conocimiento y con el propósito de preservar ese activo inmaterial, ha puesto en marcha un proyecto formativo que permite a las nuevas generaciones adentrarse de manera práctica en el mundo de la mecánica.

 

 

En todo lo que hago me dejo la piel e invierto la máxima intensidad

Mi vida ha estado marcada por los retos y el juego de equilibrios. Ya mi recuerdo más lejano me sitúa en un escenario similar, cuando me regalaron unos patines y, tras colocármelos en los pies, me desplacé apoyándome en la barandilla de un lado a otro de la pista del Club Esportiu Molins de Rei, entidad que durante la presidencia de mi padre, Josep Maria Fontdevila Pérez, logró ascender a la división de honor de hockey sobre patines. Él había sido jugador aficionado y consiguió transmitirme su apego por ese deporte, que todavía practico porque me sirve de válvula de escape. Quienes me conocen saben que en todo aquello que hago me dejo la piel e invierto la máxima intensidad. A mi edad, tal vez no tengo la misma resistencia de antaño, pero en los seis minutos consecutivos que puedo mantenerme en pista derrocho la máxima entrega y pasión.

 

El ventanal del despacho de mi padre se convirtió en la inspiración de mi proyecto profesional

Con mi padre siempre hubo una relación muy especial. Nacido en Saldes, bajo la imponente cumbre del Pedraforca, su familia emigró posteriormente a Sant Vicenç dels Horts, donde mis abuelos continuaron dedicándose a sus labores, ignorando que su hijo acabaría encaminando su trayectoria profesional hacia la industria. Tampoco sabían que Josep Maria se establecería en Molins de Rei tras contraer matrimonio con mi madre, Mercè. Nuestro padre no tuvo la oportunidad de estudiar, lo cual no fue obstáculo para que desarrollara sus inquietudes y pusiera en marcha un taller mecánico. Para mí siempre constituyó una referencia y, sin duda, la persona que más influyó en mi trayectoria vital y profesional. De niño, acudía a menudo a su empresa, aunque no me permitían entrar en el taller. Pero desde su despacho podía contemplar la actividad que se llevaba a cabo en esa compañía a través de un ventanal que, de algún modo, se convirtió en mi foco de inspiración. Porque aquella visión despertó mis inquietudes laborales futuras, me atraía lo que había visto. Tanto es así que, al finalizar la educación primaria, desestimé el itinerario al que me empujaban por inercia, renuncié al Bachillerato y me matriculé en Formación Profesional en los Salesianos de Sarrià.

 

Mi primera herramienta fue una escoba para barrer virutas de acero

Prueba de la cultura del esfuerzo que quiso inculcarme mi padre es que, con diecisiete años, le pedí cinco mil pesetas para comprarme unas zapatillas deportivas de moda. Se interesó por el horario escolar que me regía y, tras informarle que asistía a clase por las tardes, me propuso trabajar por las mañanas en las que no tuviera que estudiar. Si quería esas deportivas, debería ganármelas. Aunque en ese momento encajé mal su respuesta, en el fondo me brindó una lección que tendría muy presente durante toda mi vida. Dado que era responsable, en la medida de lo posible acudía a la empresa paterna para obtener algún dinero para mis caprichos del fin de semana. Mi primera herramienta fue una escoba para barrer virutas de acero. Aquella experiencia también me otorgó perspectiva y me hizo constatar la dureza de la vida a la que me enfrentaba, aunque entonces ignoraba que unos años después mi familia atravesaría por dificultades económicas, ante lo cual tendría que trabajar con denuedo para apoyar a los míos y contribuir en la maltrecha economía doméstica.

 

Implementar programas informáticos para grandes entidades hubiese sido el trabajo ideal para mucha gente

Maduré de repente a los dieciocho años porque, prácticamente, me convertí en el cabeza de familia. Me había matriculado en la universidad, para cursar Ingeniería, pero no tuve ocasión de iniciar la carrera porque había que ganar dinero. Encontré un empleo que, para la inmensa mayoría de la gente, sería el trabajo ideal. Sin embargo, a mí no me llenaba, en mi interior sabía que podía rendir más. Consistía en ayudar al desarrollo del sistema de mantenimiento en grandes corporaciones como la Real Casa de la Moneda, La Seda de Barcelona, la Seat o empresas farmacéuticas, instalando programas industriales y asesorando in house en torno a su funcionamiento. Invertía entre dos y tres meses en la sede de los clientes, en una experiencia en la que no me conformaba con cumplir con mi cometido, sino que también proponía a los informáticos mejoras en el software, invitándoles a incorporar nuevas funcionalidades. Ahí permanecí un par de años, durante los que logré un amplio aprendizaje de profesionales veteranos, hasta que fui reclamado para cumplir el servicio militar. Durante esa etapa, tuve una conversación con mi padre, quien se había visto obligado a cerrar la empresa a causa de una cadena de vicisitudes que impidieron la continuidad de la firma que había fundado veinticuatro años atrás. Él, que en 1988 había acudido a la antigua República Democrática Alemana para comprar máquinas de control numérico revelando su espíritu innovador y su determinación a invertir para consolidar el futuro de la compañía, no había hallado en su equipo el apoyo esperado. Lo había perdido todo, solo le quedaba un capital: los contactos de los clientes.

 

Entre mi padre, mis hermanos y yo fuimos construyendo poco a poco la empresa

En esa conversación quería saber si estaba dispuesto a montar con él una empresa, a lo que respondí de forma afirmativa sin dudar. Podíamos aprovechar ese capital inmaterial acumulado por mi padre, consiguiendo pedidos, subcontratando empresas y entregando nosotros. Sin embargo, él no podía figurar en ningún documento oficial, cosa que me obligaba a asumir todas las responsabilidades. Llegamos a un acuerdo con un hombre que tenía un local, equipado con un pequeño torno, en una colonia textil cercana, al que le abonábamos la mitad del alquiler de la nave, de algo más de doscientos metros. Él, que fabricaba barandas y ventanas metálicas, no venía hasta las ocho de la tarde, lo que nos permitía utilizar el torno durante todo el día. Ahí adquirí un extraordinario aprendizaje, pues la teoría acumulada durante la Formación Profesional había sido importante, pero nada que ver con la práctica real conseguida en un taller. Y mi padre se convirtió en el mejor maestro posible, tanto para mí como, también posteriormente, para mis hermanos, que acabaron sumándose a ese incipiente negocio. Poco a poco fuimos equipándonos, mediante la compra de maquinaria. Todavía recuerdo cuando, tras hacernos con un taladro radial y una fresadora, tuve que firmar un sinfín de letras aceptadas. Derrochábamos esfuerzo e ilusión y, paulatinamente, íbamos dotándonos de mejores herramientas e infraestructuras. Nos trasladamos a una nave de una antigua colonia textil, que acondicionamos para vencer las reticencias del propietario e incluso llegamos a montar un puente grúa con vigas que conseguimos en un chatarrero y que construimos nosotros mismos. A esa expansión contribuyó el señor Brió, un profesional que se dedicaba a la compraventa de máquinas y que no solo nos facilitaba el acceso a nuevos equipos, sino que nos brindaba financiación.

 

El crecimiento que adquiríamos, unido a la inversión en maquinaria, nos impulsaba a buscar una nueva nave

En 1995 oficializamos la compañía, que bautizamos como Meca-Fontde. La denominación aludía a los mecanizados que realizábamos y a cómo solían llamarme en mi etapa colegial. Mis hermanos se fueron incorporando progresivamente a la empresa, después de haber estudiado también en los Salesianos, salvo Jordi, quien, pese a rechazar esa formación, acabó especializándose en nuestra misma actividad. El crecimiento que adquiríamos, unido a la inversión en maquinaria, provocaba que cada vez sufriéramos más estrecheces físicas, circunstancia que aconsejaba buscar una nueva ubicación. Asimismo, en el año 2000 planteé a mi padre que era necesario dar un paso adelante, pues éramos una miniempresa y necesitábamos evolucionar. «¿Estás seguro, Josep Maria?», me preguntó, para a continuación confiarme su apoyo al constatar mi determinación. No obstante, los precios de las naves en Molins de Rei eran prohibitivos para nosotros. Después de que mi primo Dani me sugiriera investigar en Esparreguera, me acerqué a esa localidad y descubrí un polígono donde había naves que, pese a suponer una inversión considerable, resultaban asequibles. Me puse en contacto con Caixa Catalunya para obtener financiación. Días más tarde, el director me confirmó que el crédito estaba concedido y que podía formalizar las arras. Tras comprometer una suma importante en ese momento para asegurarnos la operación, a las dos semanas, el directivo del banco me indicó que finalmente se había denegado el préstamo, pues éramos demasiado pequeños y entrañábamos excesivo riesgo. Dispuesto a no perder ese dinero, acudí a la oficina de otra entidad bancaria, que a los diez días de hablar con su director me había concedido el crédito.

 

De lunes a viernes trabajábamos en Molins y los fines de semana en Esparreguera

Los obstáculos continuarían poniéndonos a prueba, como pudimos comprobar a la semana siguiente de haber adquirido esa nave en Esparreguera, cuando una descomunal tormenta, que provocó el hundimiento del puente en la carretera nacional II a su paso por esa localidad, inundó nuestra nueva propiedad con dos palmos de barro. Aquello nos obligó a un esfuerzo extra de limpieza de la nave durante los fines de semana. Una vez solventado el desastre, era momento de acondicionarla, lo cual requería solicitar permisos, presentar proyectos, desplegar la acometida eléctrica, etc. Durante año y medio estuvimos trabajando de lunes a viernes en Molins de Rei, mientras los fines de semana operábamos en la nueva nave realizando todas las instalaciones. El voto de confianza de uno de nuestros clientes facilitó las cosas, pues recibimos muchos pedidos que nos permitieron acelerar nuestro traslado definitivo a Esparreguera, en lo que supondría un salto cualitativo importante, pues pasábamos de un local de ochenta metros cuadrados a disponer de doscientos cincuenta. Nuestra satisfacción era tal que, para inaugurar las nuevas instalaciones, estrellamos una botella de cava contra una de las paredes como si del casco de un barco se tratara.

 

La ayuda de la Administración a las empresas es irrelevante

Por esas mismas fechas adquirimos una máquina que supuso un desembolso de trescientos mil euros. Quisimos beneficiarnos de ayudas públicas y dedicamos un tiempo ingente a preparar toda la documentación de la compra, la financiación bancaria, los avales… Tras un tortuoso proceso, obtuvimos una ayuda de la Generalitat de Catalunya por valor de tres mil euros a pagar en siete años. Ese apoyo, en teoría vinculado a los puestos de trabajo que contribuíamos a generar, no cubría ni los nueve mil euros invertidos en la construcción del foso donde había que alojar la máquina. La ayuda de la Administración fue irrelevante. Otro problema actual reside en la falta de publicidad de determinadas iniciativas, como tuve ocasión de constatar hace poco, cuando supimos que había un programa público de financiación de maquinaria que cubría hasta el ochenta por ciento de la inversión (un veinte por cien a fondo perdido y el sesenta por cien restante, con un crédito a diez años). Quedaba una semana para que expirara el plazo de presentación y, aunque viajé al País Vasco para seleccionar modelos, nos faltó tiempo material para realizar los trámites. Lo que más me sorprende es que los propios fabricantes, que deberían estar interesados en comercializar sus productos, no tuvieran la inquietud de llamarnos e informarnos de ello, pues nos habría beneficiado a ambas partes. Ese viaje a Euskadi también me permitió saber que el ochenta por ciento de las máquinas que construyen las venden a Italia, donde las empresas gozan de subvenciones extraordinarias.

 

 

Nos hemos ganado la confianza de los clientes, se ha valorado el esfuerzo y tenemos una extraordinaria fidelidad

Esa nave, sin embargo, se revelaría pequeña ante el continuo crecimiento que experimentamos, fruto de ganarnos la confianza de los clientes, incluso realizando favores a empresas que acabaron valorando nuestro esfuerzo y nos han compensado con una extraordinaria fidelidad, superando incluso los veinte años de relación. La ampliación de las instalaciones tuvo lugar después de que una compañía que necesitaba reparar unas máquinas acudiera a nosotros. Ante la falta de espacio, propusimos al propietario de una nave libre que había enfrente su ocupación durante seis meses, con el compromiso de desalojarla si conseguía que alguien se la alquilara por un plazo prolongado. Alcanzamos un primer acuerdo, al que siguió un segundo cuando, expirado ese medio año, propuse a mis hermanos trasladar una parte de la actividad principal a esa nave. Y tras firmar un contrato por veinticinco años, acometimos unas ambiciosas obras de adecuación. Era el año 2008 y, en ese momento, disponíamos de dos locales separados por escasa distancia. Pese a la proximidad, constaté que el personal invertía un tiempo considerable en desplazamientos entre ambas naves. Pregunté a mis hermanos por el número de viajes diarios que realizaban ellos, los que podían llegar a hacer nuestros operarios en un día, lo multipliqué por los minutos invertidos y por el número de empleados y me di cuenta de que ahí había una fuga importante de costes. Esos «paseos» resultaban muy caros y, aprovechando que el negocio contiguo, dedicado a la construcción, había entrado en quiebra, me interesé por su nave. El propietario me informó que sobre la misma pesaba una hipoteca y, tras saber que podía subrogarme a la misma, decidí comprarla.

 

 

 

No concibo tener una empresa para aspirar a mantener la estabilidad del negocio

A la inversión en ese inmovilizado, que nos permitía contar con dos mil metros cuadrados en paralelo, se le añadió, a los pocos meses, una máquina por valor de seiscientos mil euros. Ello es una muestra de mi forma de entender la actividad empresarial. Porque no concibo tener una empresa que se limite a mantener la estabilidad del negocio; soy del parecer que mi proyecto emprendedor, para que pueda seguir contribuyendo al bienestar de mi equipo, y también de la sociedad, en general, tiene que aspirar al progreso y al crecimiento.

 

 

Dimos un paso atrás para sobrevivir, y lo hicimos a base de mucho esfuerzo e ilusión

La crisis nos sorprendió en 2011, cuando nuestra empresa reunía a medio centenar de profesionales y los pedidos acusaron un descenso considerable. Muy a mi pesar, tuve que prescindir de dos tercios de la plantilla y endeudarme para hacer frente a las indemnizaciones. Era momento de dar un paso atrás para sobrevivir, lo cual conseguimos, a base de mucho esfuerzo y de la ilusión de pensar que un día volveríamos a avanzar. Fue así como, una vez recuperados, convencí a mis hermanos para comprar un torno de control numérico que permite mecanizar cilindros de hasta ocho metros. No había casi ningún otro igual en Catalunya. Constantemente les advertía que había muchos aspectos a mejorar, pues los criterios de gestión en una empresa no son los mismos cuando facturas medio millón de euros que cuando alcanzas una mayor dimensión de negocio. Y, ciertamente, aquello fue la crónica de una muerte anunciada, porque en 2018 los números rojos precipitaron los acontecimientos.

 

Msquid Metalworks Barcelona es nuestra nueva identidad, capaz de darnos a conocer también en el exterior

Tras el cierre del ejercicio del año 2018, los hermanos tomamos la decisión consensuada de no seguir la actividad empresarial de modo conjunto, motivo por el cual me quedé como único responsable de la familia al frente de la entidad. Ante los cambios experimentados en la compañía, mi padre volvió a preguntarme: «¿Estás seguro, Josep Maria?». Cuando le confirmé mi determinación, me respondió: «Yo, contigo, a muerte. Para lo que necesites, ahí estaré». De esta forma fue como, en 2019, inicié una nueva etapa empresarial, acometiendo una revolución interna, liberándonos de gente que no aportaba nada positivo, cambiando procedimientos de trabajo, planificando a conciencia… y dotándonos de una nueva imagen corporativa, Msquid Metalworks Barcelona, puesto que ya no éramos una empresa familiar y había que buscar una identidad capaz de darnos a conocer también en el exterior. Fue también durante ese año, en septiembre del 2019, cuando recibí uno de los golpes más duros en la vida, nuestro padre falleció en un accidente de tráfico. En mi mundo se iba una persona clave, con todo lo bueno y lo malo que tuvimos desde 1992 hasta el 2019.

 

Una escuela para transmitir el conocimiento inmaterial de los profesionales veteranos a las nuevas generaciones

A la nueva estructura se le añadiría Fontde Formació en el 2021, en honor y memoria de mi padre, una escuela que decidí crear y habilitar en una de las naves para familiarizar a los jóvenes con la mecánica, al tiempo que les impartimos valores como la puntualidad y el orden. No existe en la actualidad ningún proyecto de estas características que actúe análogamente, es decir, como si fuera una microempresa productiva en la que los alumnos realizan prácticas reales con maquinaria que compramos a un negocio que cerraba y que hemos puesto a su disposición. De lo que se trata es de salvar ese capital inmaterial que suele perderse cuando se jubilan profesionales que son auténticas biblias de la mecánica, y cuyo conocimiento no ha sido transmitido a las nuevas generaciones.

 

Nos consideramos los «bomberos» de los clientes

La competitividad forma parte de nuestro ADN, conservando los valores de una empresa pequeña, de proximidad, pero evolucionando a una compañía de envergadura. Para ello, constantemente, estamos formando a nuestros equipos, facilitándoles cursos para seguir creciendo e involucrándoles en la filosofía de la necesaria evolución continua. Somos una empresa de mantenimiento industrial con capacidad para ofrecer servicios completos, desde mecanizado en tornos CNC, fresados CNC, reparación y fabricación de equipos y componentes para la fundición de metales. El sector siderúrgico es el principal al que nos debemos, aunque también prestamos servicio al del cemento o del papel. Uno de nuestros puntos fuertes reside en que la mayoría de nuestras fases de trabajo son internas, pues no precisamos externalizar labores. Siempre he considerado vital no depender de nadie, de cara a cumplir con los compromisos y para mantener los estándares de calidad. De ahí que, si en alguna ocasión he tenido que acudir a la empresa un fin de semana para solventar alguna necesidad, ahí he estado; igual que mi padre también dedicó muchas horas al taller porque le movía la misma pasión que siento yo. Nos consideramos los «bomberos» de los clientes, pues no importa que me llamen a las tres de la mañana si me necesitan para resolver un problema. Cuando algo te gusta, el sacrificio no importa.

 

Ayudando a crecer a nuestra plantilla estamos consolidando el futuro de nuestra compañía

Un par de veces al año acudo con mis hijas, Jordina, Maria y Beth, a nuestra primera nave en Molins de Rei, para que vean dónde empezó todo. Quiero que conozcan mis orígenes y lo que llegué a sufrir para levantar la actual empresa. Todavía muy jóvenes, ignoro si querrán algún día seguir los pasos que inició mi padre y cuyo recuerdo me invita a seguir luchando y evolucionando. El siguiente paso está previsto llevarlo a cabo en un par de meses (seguramente, ya completado para la fecha de publicación de este libro), cuando pongamos en marcha un proyecto industrial 4.0 para digitalizar la planta de producción. Posiblemente, a esa fase le seguirá otra con una decidida apuesta por la robótica, habida cuenta de que acusamos un problema de falta de personal que requerirá, para seguir mejorando, acudir a la tecnología. No resultará fácil, pues nuestros procesos son muy artesanales, ya que normalmente no realizamos producciones amplias. En 2008 ya experimentamos carencias en el ámbito del equipo humano y tuvimos que nutrirnos de gente procedente de Polonia, profesionales muy comprometidos de los que, lamentablemente, nos vimos obligados a desprendernos en 2011. Siempre he tenido la convicción de que el activo más importante de una empresa reside en su gente, de ahí que dediquemos mucha atención a cuidar a nuestra plantilla, conscientes de que ayudándoles a crecer estamos, al mismo tiempo, consolidando el futuro de nuestra compañía. Como, también, haciendo que crezca la compañía y siendo ambicioso, tengo la sensación de que les estoy ayudando a apuntalar sus puestos de trabajo. Soy el primero en exigirme, y en mis calendarios todos los días aparecen en negro, pues mi pasión reside en el trabajo. Y tengo que agradecer a mi esposa, Esther, el respeto y la comprensión que muestra hacia ese talante que me define.