Andrés Martos, Leo Rojas, Gisela Selva, Koldo Crespo, Esther López, Silvia Romero y Miguel Gadea
Fotografia cedida
TH, 9è VOLUM. Biografies rellevants dels nostres arquitectes

Sr. Koldo Crespo

Entrevistado el 5-9-2017.

La eficiencia energética y la contextualización en el entorno forman parte de las inquietudes constructoras de este profesional que atesora casi un cuarto de siglo de experiencia. La simbiosis con sus clientes es parte constituyente del ADN de su despacho, en el que ha reunido a media docena de jóvenes comprometidos con una arquitectura responsable. Un profesional al que no duelen prendas a la hora de elogiar a otros colegas, como los ingenieros, de quienes reconoce haber aprendido tanto o más que en las aulas.

Un viaje de ida y vuelta de Barcelona a Bilbao

Soy hijo de una menorquina y un vasco que se conocieron en Barcelona, ciudad en la que nací de manera accidental. Apenas tenía unos meses cuando mis padres se trasladaron a Bilbao, donde crecí y viví mi primera juventud. Una vez finalizados mis estudios de Bachillerato en la capital vizcaína, inicié la carrera de Arquitectura en San Sebastián. Superada la primera etapa, sin embargo, decidí buscar una ciudad más propicia para desarrollar mi profesión con mayor ambición. Aunque sopesé Madrid y Barcelona como destinos, al final se impuso como vencedora la Ciudad Condal, que se convirtió, definitivamente, en mi lugar de residencia.

Juventud inmersa en la crisis

Apenas tenía veintidós años cuando aterricé en Barcelona por segunda vez. No era una época fácil, pues acabábamos de dejar atrás los grandes acontecimientos de 1992. La crisis no era tan profunda como la que hemos atravesado ahora, pero los jóvenes como yo nos enfrentábamos a serias dificultades, entre ellas la masificación en la demanda formativa, que acabó comportando la desnaturalización de la incorporación de la juventud a la vida laboral.

Un aprendizaje bidireccional

Siempre he considerado que en el aprendizaje es necesaria la bidireccionalidad. Resulta difícil para un arquitecto ejecutar una gran obra sin el concurso de un maestro de obras. No existe formación académica capaz de suplir el conocimiento de quien ha adquirido oficio a fuerza de experiencia. Es muy importante esa bidireccionalidad, que se teje entre quien concibe la idea y quien la lleva a cabo. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que he aprendido más a pie de obra que en las aulas con los catedráticos.

Devorando libros

Mi formación transcurrió en las librerías. Invertí más tiempo en Áncora y Delfín, por poner un ejemplo, que en clase. La escuela, en especial el enfoque académico, me aburría soberanamente. Tal vez no tuve la suerte de coincidir con profesores que respondieran a mis expectativas. Debo admitir que ya asistíamos a una gran masificación y que existía un desánimo colectivo, con una franja de alumnos con escasa inquietud; un abatimiento que también hacía mella entre el profesorado. El lenguaje de los docentes se distanciaba tanto de la cultura como de la aplicación práctica y de las salidas profesionales. De ahí que dedicara muchas horas a buscar libros en bibliotecas y a investigar la vertiente cultural de la profesión.

Sueños de cine

No soy un arquitecto de vocación. Si soy sincero, me interesaba más el cine. Mi auténtica ilusión habría sido rodar películas. Levantar edificios se me antojaba de una complicación extraordinaria. No había pasado por mi cabeza que acabaría contando con un equipo de arquitectos fiel y un despacho capaz de acometer proyectos extraordinarios para los clientes que contrataran nuestros servicios.

Por influencia paterna

Sin duda en mi trayectoria profesional influyó mi padre, José Luis Crespo, arquitecto que falleció el pasado año. Bilbaíno de pura cepa, constituyó un referente para mí, pues entre mis recuerdos de infancia se hallan sus planos extendidos sobre la mesa de nuestro hogar. Ya entonces me parecía una vida muy atractiva. Trabajaba, en solitario, mayoritariamente de noche, pues alegaba que era cuando afloraba mejor su creatividad. En su carrera, siempre encuadrada en el ámbito de la vivienda, la vida lo llevó a orientarse hacia la promoción. Lo recuerdo especialmente por dos motivos. En primer lugar, por adoptar (y descubrirme) el estilo racionalista, importado de Europa en la década de los 30 y con más referentes en el área cantábrica que en la mediterránea. Pero también por su obsesión con la distribución de los espacios en un plano, lo cual constituía para él un reto inacabable, al buscar la perfección en medidas y proporciones. Ese talante ejerció en mí una gran influencia.

Copiar constituye un arte

De mi padre guardo una frase que, en mi etapa estudiantil, me parecía escandalosa: «Hay que saber copiar; es fundamental, porque el pasado nos deja muchos referentes». Cuando eres joven, lo fías todo a la creatividad. Pero el tiempo me ha permitido entender que, como opinaba mi padre, copiar constituye un arte; no en el sentido literal del plagio, sino en saber asimilar los hilos conductores y entroncarlos en un contexto cultural o expresivo. En cambio, la búsqueda de la originalidad en cualquier manifestación humana, sobre todo en el ámbito cultural, en ocasiones genera monstruos.

La segunda seducción materna

Mis padres eran muy jóvenes cuando nací. Tengo recuerdos de frecuentes guateques caseros en mi infancia. Más tarde, decidieron seguir cada cual con su camino; ya hará unos veinte años que se separaron. A raíz de ello, con mi madre se tejió una relación ambigua, como si encontrara en su hijo mayor su segunda seducción. Me integré en cierto modo en su grupo de amigos y, durante un tiempo, se mantuvo ese hechizo que, a ojos ajenos, podía interpretarse de manera equívoca.

Universo familiar casi barojiano

Buena parte de mis antepasados vascos quedan reflejados en el universo de Pío Baroja. Mi abuela paterna tenía diez hermanos y vivían casi todos bajo el mismo techo. Es la historia de los hijos de un minero a quienes la vida les sonrió en los negocios y pudieron levantar una familia amplísima. La relación de todos sus miembros era de una complejidad extraordinaria. Se llegó a establecer una cierta aristocracia dentro de los hermanos. Compartían una caja fuerte, pero solo algunos de los hermanos estaban autorizados a abrirla. Otro de los hermanos, en la década de los 40, decidió segregarse del núcleo y se vino a vivir a Barcelona. Residió veinte años en un hotel en Pla de Palau y unos treinta más en otro hotel, en la Gran Via, entre Pau Claris y el paseo de Gràcia. Fueron unos personajes tan singulares que habrían propiciado una nada despreciable serie de televisión. Creo que esta herencia también influenció en la conformación de mi personalidad.

Contrapunto al modernismo burgués catalán

Racionalismo y funcionalidad son complementarios. Si bien resulta difícil la funcionalidad sin el primero, es factible el racionalismo sin el concurso del factor funcional. En Viena, o en la propia ciudad de Bilbao (que era una potencia económica por su actividad industrial), existen exponentes que constituyen un contrapunto al barroquismo exhibido por el modernismo de la burguesía barcelonesa.

Reivindicación de la arquitectura contextualizada

Barcelona alberga muchos encantos ocultos. Lamento que solo haya triunfado el gaudinismo, cuando debería reivindicarse el saignerismo o, también, tener en cuenta que una parte muy importante de la obra de Gaudí es, en realidad, de Jujol. Hallamos más ejemplos de la arquitectura reconocible barcelonesa en el ámbito de la obra de Enric Sagnier que no en la de Gaudí. Aunque cuenta con obras muy interesantes, no me parece justa la atracción que provoca, con masas de gente que vienen a ver unas creaciones que, en algunos casos, están fuera de contexto. Una arquitectura descontextualizada no tiene mucho sentido. Pero lo que está integrado en el ambiente y en la cultura, el esfuerzo de la arquitectura por insertarse en un entorno, no despierta tanta atención.

La necesaria transmisión humana

Mi trayectoria profesional se ha forjado en el esfuerzo y el aprendizaje constante del oficio. La arquitectura no es una ciencia; ni siquiera un arte. Tal vez es un conocimiento, una disciplina; algo que da respuesta a una necesidad. Su secreto reside en la transmisión humana. No existe un maestro único. Los maestros son poliédricos, fruto de su contacto con cerrajeros, albañiles, carpinteros… Profesionales que han adquirido, conservado y transmitido el conocimiento de sus antepasados. Me encanta visitar las plantas donde se fabrican las ventanas, los falsos techos, los prefabricados de hormigón, etc., y descubrir la vertiente industrial.

Orgulloso de su joven equipo

Si de algo me siento orgulloso es de haber reunido a un equipo de jóvenes de alto valor profesional. Formamos un núcleo duro de media docena de arquitectos, y para mí constituye una satisfacción contar con Jordi González, Esther López, Gisela Selva, David Vela y Andrés Martos, así como con el resto de compañeros y colaboradores externos que trabajan con nosotros. Más allá de los modismos, de la presión del cliente que desea que todo se realice de manera inmediata, económica y sin sorpresas, procuramos aportar a la demanda de nuestra clientela un plus. Siempre intento transmitir a mi equipo la trascendencia de nuestra labor, ya que todos los edificios permanecerán en pie cuando ya no estemos. La velocidad con la que llevamos a cabo nuestro trabajo en ocasiones no nos permite hacer una lectura adecuada de lo que la arquitectura está aportando como expresión cultural, arqueológica, social… Me preocupa saber si dedicamos suficiente tiempo a cada detalle para provocar que se genere un diálogo entre la persona y el edificio que estamos levantando; si somos capaces de despertar emociones.

La humildad como mínimo común denominador

Un edificio es la inversión que hace una empresa o una persona, que deposita en tus manos toda su confianza para llevarlo a buen puerto. Esto supone mucha presión, y parte de mi labor reside en saber gestionar la tensión que provoca en el equipo cualquier reto de este tipo. En el fondo, el arquitecto trabaja para sí mismo: para no avergonzarse cuando pase ante uno de los edificios que ha proyectado. Es como el escritor que, al releer su novela, decide reescribirla. Pero la novela depende de la inspiración de una única persona, mientras que, en nuestro caso, somos un equipo. Por ello, la responsabilidad de evitar que la obra pueda ofender descansa en el diálogo de todo el equipo. Y el desafío al que solemos enfrentarnos no es el de generar emociones, sino el de resolver un encargo profesional aplicando criterios sociológicos, culturales, urbanísticos… con cierta humildad. Porque la humildad creo que es nuestro mínimo común denominador.

Todo edificio constituye una fotografía inacabada

La madurez del arquitecto nunca llega antes de los cincuenta años. Siempre hay tiempo para aprender. En ocasiones, soy víctima de pesadillas; como, por ejemplo, que la trayectoria del ascensor se haya proyectado en diagonal o que me hayan cambiado las fachadas. Tengo un alto sentido de la responsabilidad, pero no de trascendencia histórica, a pesar de que cualquier edificio que levantemos permanecerá. De hecho, todo edificio constituye una fotografía inacabada, porque cada proyecto debería ser fuente de continuo debate.

Relaciones perversas

Somos un equipo de gente razonable, que en una ocasión incluso desestimó un proyecto porque veíamos inviable, económicamente, la propuesta de un cliente. Nos gusta pisar el terreno, la calle; tener los pies en la tierra. Nos hemos concentrado en trabajar para grandes compañías. Diseñar un edificio de cuarenta mil metros cuadrados resulta más complejo que hacer lo propio con un chalet para un matrimonio, pero te brinda mayor libertad. Porque para esa pareja dicha vivienda probablemente constituye la obra de su vida, a la que dedican toda su energía. Y esa energía la vierten sobre el arquitecto, que deviene, a la vez, psicólogo, terapeuta, consejero espiritual… Se crea una relación perversa. En el caso de las obras de gran magnitud, el reto reside en resolver el encargo ofreciendo una solución adaptada a los requisitos del contrato.

Si el mercado no viene a ti, tienes que salir en su búsqueda

Los propietarios de una cadena de muebles que había cerrado sus puertas nos solicitaron asesoramiento para poner a la venta un solar de su propiedad, en la calle Bailén de Barcelona. Propusimos llevar a cabo una promoción, consistente en diez viviendas, un local comercial y un garaje. Una solución compleja, porque competíamos con los profesionales de la promoción inmobiliaria. Los promotores capaces de sobrevivir a la crisis han salido fortalecidos. Antes de esa etapa, cualquiera que contara con financiación era capaz de convertirse en promotor, pero los que resistieron el embate de la crisis cuentan con una alta profesionalidad, incluso con arquitectos en plantilla. Por ello, pensábamos que acabaríamos perdiendo el proyecto. Pero optamos por pedirles tiempo y nos dedicamos a buscar clientes. Establecimos una cooperativa para captar compradores de los pisos. «Juntos hacemos tu hogar» era nuestro lema. Y nos pusimos manos a la obra, mostrando el proyecto a potenciales clientes. Si el mercado no te viene a buscar, tienes que salir en su búsqueda.

Un proceso largo pero beneficioso

El arquitecto no es alguien que debe permanecer recluido en su despacho, sino que ha de ser capaz de encontrar respuestas a las necesidades del cliente. En este caso, estábamos brindándole una operación muy interesante, porque, al no existir promotor, nos repartíamos su porcentaje, que suele girar en torno al 30%, de modo que el propietario del solar veía aumentar sus ingresos y el comprador, sin embargo, compraba una vivienda a precio inferior al de mercado. Nos costó mucho, pero acabó funcionando. Recibimos unas trescientas llamadas y la visita de una cuarentena de familias, siete de las cuales adquirieron los pisos y los garajes. Fue un proceso de tres años, porque tuvimos que solicitar financiación, comercializar las propiedades… Y ahora estamos ejecutando la obra.

La inauguración de la sede de Endesa nos ha abierto puertas

Posiblemente, la obra más importante que hemos llevado a cabo tras haber proyectado la nueva sede de Endesa en el Ensanche barcelonés es la que estamos acometiendo en Montpellier (Francia). Ahí estamos levantando la sede social para una filial del Grupo Alcoa, el mayor productor mundial de aluminio, que tiene una división que se dedica a desarrollar perfiles para la construcción: Kawneer. Fue precisamente la inauguración de la sede de Endesa la que propició un primer encuentro en Francia con el presidente del grupo, quien acudió al evento. Al saber que ellos proyectaban la construcción de su cuartel general, quise postularme para asumir ese desafío. Tardó dos meses en responderme, pero me propuso que nos entrevistáramos. En ese momento pensé que tal vez había sido demasiado atrevido. Me preguntó si hablaba francés, y le respondí que el suficiente como para haber colaborado en el interiorismo de la Torre Agbar y haber estado cenando una vez al mes durante un tiempo con Jean Nouvel. Me invitó a visitarle el 24 de julio de 2013.

Respuesta positiva del equipo ante la adversidad

Cuando acudí a verle, me dijo que lo lamentaba pero que ya tenía un proyecto sobre la mesa. Me mostró los planos de un despacho de Marsella. Tras la decepción inicial, y en el transcurso de la conversación, me pidió mi parecer al respecto. Políticamente correcto, le respondí que no podía opinar sobre el trabajo inconcluso de mis colegas. Me solicitó asesoramiento sobre el tema, pero me negué a hacerlo. Le dije que, a lo sumo, podía aportarle una propuesta alternativa. Accedió a ello, si bien me advirtió que los plazos eran cortos. Fijamos el 5 de septiembre como fecha para presentar el proyecto, de modo que tuve que plantarme en el despacho en Barcelona y decirle a mi equipo: «Amigos, tenemos una oportunidad única para un grupo francés; un proyecto para levantar un edificio de treinta mil metros cuadrados en medio de la nada, con libertad total. La parte negativa es que nos quedaremos sin vacaciones…y que corremos el riesgo de que la propuesta no prospere porque cuentan ya con un proyecto en firme». Pese a las adversas circunstancias, la reacción fue muy positiva y renunciaron a la licencia estival.

«Koldo, te odio»        

Organizamos una visita del equipo a la zona para conocer el terreno. Durante tres días, nos fijamos en el territorio, la vegetación, el escenario en general donde teníamos que levantar la sede. Quisimos construir un proyecto de la compañía inserto en el ámbito de la región; no el reflejo de sus catálogos. Una sede que fuera el espejo de los valores a transmitir, ligada a su filosofía y al entorno en el que debía enmarcarse, a pesar de las limitaciones de la funcionalidad geométrica que reclama una nave logística y que tiene que ser rectangular. Con estos mimbres, acudimos a la cita de septiembre con una presentación de cincuenta diapositivas y un vídeo virtual. Ante una audiencia de veinte personas, al concluir la misma el presidente se levantó de su asiento y, en medio de un silencio sepulcral, estuvo dos minutos dando vueltas alrededor de la mesa. Finalmente, dijo: «Koldo, te odio». Ahí me di cuenta de que habíamos triunfado. Unos meses más tarde, firmábamos el contrato. En la actualidad estamos ejecutando la obra, que confiamos finalizar en julio de 2018.

Costes añadidos no contemplados inicialmente

Sufrimos cierto síndrome de Estocolmo con los clientes, porque entramos en perfecta simbiosis con ellos. Si nos plantean límites al presupuesto presentado, buscamos alternativas para seguir adelante con el proyecto. Esto comporta que, en ocasiones, asumamos más trabajo del que nos correspondería, lo cual reclama más dedicación, acarrea mayores responsabilidades y costes añadidos, que a menudo no están contemplados en los honorarios contratados.

Alianzas con la ingeniería

En nuestro equipo contamos con arquitectos y arquitectos técnicos, pero incorporamos conocimientos de ingeniería y podemos asumir un 70% del apartado de instalaciones. Hemos trabajado mucho para Endesa y Red Eléctrica de España, y eso nos ha ofrecido la posibilidad de adquirir experiencia en el ámbito de los sistemas eléctricos y de la climatización en salas críticas, por ejemplo. Pero solemos trabajar con firmas de ingenieros de experiencia, porque nos aseguran que resolverán adecuadamente lo que corresponde a maquinaria, conductos, funcionamiento…, y garantizarán así la obtención de un confort razonable. Buscamos equipos de trabajo afines a nuestra filosofía, profesionales que muestren la flexibilidad de los equipos pequeños y que compartan la inquietud y la manera de entender al cliente. Tenemos mucha confianza en la Ingeniería. Me opongo a la batalla que históricamente ha existido entre esta disciplina y la Arquitectura, especialmente enconada en la década de los 70, época en la que algunos ingenieros se dedicaban a escribir novelas, como es el caso de Juan Benet, mientras algunos arquitectos se jactaban de pertenecer a la Gauche Divine. En la actualidad somos capaces de trabajar conjuntamente; aunque cíclica e invariablemente cada diez años aflora una nueva polémica que acaba con manifiestos para defender corporativamente la labor arquitectónica. Pero yo estaría encantado con que los ingenieros pudieran levantar edificios y romper con la absurda idea de que no están capacitados para ello.

La visión de conjunto nos diferencia de los ingenieros

No creo que exista más línea que separe la Ingeniería de la Arquitectura que la marcada por la propia responsabilidad profesional. La Administración pública establece unas normativas y, como ocurre en el Ensanche barcelonés, existen comisiones que velan por la protección de determinadas zonas y de edificios catalogados. Al margen de la normativa local, está la autonómica y la española. Es necesario seguir unos criterios de credibilidad y, también, estéticos, en los que, por supuesto, interviene el cliente. En nuestro país, existe un planteamiento más transversal y, a diferencia de Francia o Alemania donde es imprescindible hacerlo, siempre nos apoyamos voluntariamente en un ingeniero para avalar la idoneidad de la obra, en la que normalmente trabajan supeditados a las premisas arquitectónicas. Porque nosotros sabemos hacer instalaciones, pero los profesionales de la ingeniería tienen más conocimientos sobre esta materia. Sin embargo, si bien ellos gozan de una formación extraordinaria y respetable, carecen de la visión de conjunto que en cambio sí tenemos los arquitectos.

Incursiones en el terreno de la ingeniería

Yo también he realizado incursiones en el mundo de la ingeniería, pues he realizado diseños industriales como, por ejemplo, puntos de recarga para vehículos eléctricos o he participado en proyectos de innovación en el ámbito europeo. De ahí que no pueda manifestarme contrario a que otros profesionales se introduzcan en nuestro sector; ni tampoco me atemoriza que lo hagan. Ahora mismo acabamos de diseñar un pantógrafo para Transports Metropolitans de Barcelona, que se acaba de instalar en la Zona Franca, para recargar autobuses eléctricos de manera automática. Esto supone una incursión en el terreno ingeniero, en el entorno industrial. Pero debo decir que, antes de llevar a cabo cualquier proyecto en este ámbito, consulto a profesionales del mismo para que me orienten al respecto. Entiendo que un ingeniero serio no levantaría un edificio sin consultar antes a un arquitecto, porque difícilmente conoce el contexto cultural y urbanístico en el que se enmarca la construcción. Al igual que yo acudo a ellos para consultarles aspectos propios de su profesión, confío en la responsabilidad de estos colegas a la hora de hacer lo propio en el campo arquitectónico.

Productos del AutoCAD

Lo que no aceptaré nunca es que se otorgue mayor importancia a una materia que a otra. Soy del parecer que podemos acometer muchos proyectos conjuntos; y que tenemos la obligación de hacerlo, buscando soluciones y encontrando nuevos materiales más eficientes para hacer frente al reto energético. Y recuperar el sentido cultural que la arquitectura debe tener, porque ahora hay muchos compañeros que reproducen por ordenador edificios muy similares. La periferia de las ciudades de la década de los 90 es producto del AutoCAD. Resulta demasiado evidente que, a menudo, se ha prescindido del esfuerzo y de la creatividad. En este momento es necesario recuperar un hilo conductor. Las arquitecturas llamadas líquidas o las deconstruidas, lideradas por Zaha Hadid o por Frank Gehry, pueden desarrollarla quienes tienen talento. Pero intentar reproducir su plasticidad, sin contar con excepciones como las del dominio exhibido por figuras como Enric Miralles, que falleció con apenas cuarenta y cinco años, se me antoja una práctica fútil e inaceptable. Los elementos de la arquitectura más líquida, que escapan del hilo conductor, no creo que deban copiarse. Debemos agarrarnos a personajes como García Mercadal Coderch, Sáinz de Oíza…, que no se hallan presentes ni en la agenda de los estudiantes de Arquitectura ni entre los profesionales de mi generación. La arquitectura mediterránea me parece apasionante.

Recuperar el liderazgo arquitectónico mediterráneo

Somos, sin duda, uno de los colectivos regionales más importantes del mundo en el terreno arquitectónico; y no tengo ninguna duda de que estamos perdiendo esa condición. Uno de los retos en los próximos veinte años será recuperarla. Tengo la sensación de que la arquitectura mediterránea ha renunciado a muchos rasgos propios, a los que no hemos sido capaces de dar continuidad. Y resulta preocupante.

Necesaria pedagogía energética

El reto más desafiante al que se enfrenta el colectivo de arquitectos es el energético y la consistencia cultural. El desafío energético debemos acometerlo conjuntamente. No podemos construir edificios que consuman más de lo que resulta razonable; sobre todo teniendo en cuenta la dependencia energética que tenemos de países exteriores que no se caracterizan por su estabilidad. La responsabilidad del ahorro energético recae tanto en los profesionales involucrados en el ámbito de la construcción como en los clientes. Es necesario realizar pedagogía e invertir en acabados, elementos de captación de energía solar, herramientas, bienes de equipo… que contribuyan a ese respeto del medio ambiente y que, al mismo tiempo, propicien un ahorro económico del país.

Resulta difícil sacudirse de encima la picaresca

A partir de 2006 se desplegó el código técnico de la edificación, que contemplaba que el 90% del agua caliente sanitaria se atendiera a través de sistemas de captación solar. Había empresas que instalaban placas solares y depósitos que alquilaban, para, una vez superada la inspección del ayuntamiento, desmontarlos. Eran prácticas en las que se hallaban involucrados el promotor, el arquitecto y el ingeniero, al margen del inspector municipal que debía proceder a la preceptiva firma. Resulta muy difícil sacudirse de encima un problema cultural e históricamente arraigado en este país como es la picaresca.

La primera generación que aborda la eficiencia energética

En estos momentos los nuevos arquitectos comienzan a tener la certeza de que resulta indispensable aplicar criterios energéticos a cualquier obra. Hemos progresado en el ámbito de la sostenibilidad. Nuestro propio estudio está aplicando en los proyectos conceptos de arquitectura sostenible; un concepto que tal vez se ha utilizado de manera torticera pero que, en el fondo, lo que pretende es aludir a construcciones que se caracterizan por una gran durabilidad sin apenas mantenimiento. Probablemente las nuevas generaciones todavía estarán más comprometidas con esta filosofía. La nuestra es de transición, pues nuestros padres carecían de sensibilidad específica sobre este tema. En el entorno mediterráneo no tenemos que apostar por tanto por los huecos como en otras latitudes, sino más bien por zonas de sombra o filtros solares. Pero desde tener claros estos conceptos hasta adoptar todo un planteamiento volcado en la eficiencia energética hay una distancia enorme. Somos la primera generación que da respuestas a este reto. Existen muchos arquitectos sensibilizados con la investigación de nuevos materiales y comprometidos con reducir la huella de carbono que dejamos en el planeta; comprometidos con el consumo mínimo de energía.

Discutible valor poético del museo Guggenheim

El edificio del museo Guggenheim de Bilbao, proyectado por Frank Gehry, está cubierto por titanio; un metal maravilloso para el ambiente de la capital vizcaína. Gehry supo leer muy bien la temperatura de color del cielo de Bilbao, de ahí que escogiera este material que refleja esa extraordinaria tonalidad incluso cuando luce el sol. Pero hay que tener en cuenta que dicho producto, antes de llegar a su destino, pasó por tres continentes, lo que significa que detrás de esta construcción existe una importante huella de carbono. Su valor poético, pues, cuando menos es discutible, si tenemos una visión de la poesía como la manifestación de la belleza realizada con los medios a nuestro alcance.

Nunca suficientemente saciados de sol

El vidrio en la construcción sigue siendo el material más importante, porque la parte opaca en una obra tiene múltiples opciones: cemento, cerámica, piedra… El reto siempre se halla en el tratamiento del «vacío» y en cómo damos acceso a la luz. Al respecto, debo decir que hay algo que no entiendo; y es que en Barcelona tenemos, estadísticamente, cerca de tres mil horas de luz al año. Cuando proyectamos la promoción en el solar de la calle Bailén, propuse a la cooperativa trasladar la sala de estar a la galería orientada a la calle principal y al norte. Pero nos hicieron cambiar el proyecto y ubicarla al sur, para que les entrara el sol, aunque quedara orientado a un patio de manzana nada interesante. Parece mentira que, a pesar de vivir en una ciudad que goza de una luminosidad extraordinaria, la gente sigue deseando la máxima insolación en sus casas.

Fachadas con respuesta natural a las condiciones atmosféricas

Se echa de menos innovación tecnológica de precio asequible en las fachadas. Sería muy interesante que cualquier ventana pudiera ampliar o reducir su nivel de translucidez en función de la insolación diaria; trabajar a medio camino entre material opaco y cristal, obligando a las fachadas a responder de manera natural a los designios de la atmósfera. Existen soluciones en este sentido, sí; pero no de manera industrial ni de un coste asumible. El precio es muy alto porque no existe todavía suficiente demanda y porque tampoco hay normativa que permita incorporarlas. Pero si las fachadas pudieran responder a los estímulos exteriores, podríamos ahorrar mucho en recursos energéticos.

Una ciudad reticente a los cambios

Barcelona se ha mostrado timorata, tras la experiencia olímpica, a la hora de avanzar arquitectónicamente. Exponentes como la torre Agbar han sido finalmente aceptados, pero al principio han tenido que vencer muchas reticencias. Barcelona es una ciudad burguesa, y eso provoca que no sea proclive a las grandes evoluciones tecnológicas y sociales. Existe mucho conservadurismo. Este es uno de nuestros pecados: no haber sido capaces de dar un paso para ser más bellos y más eficientes tecnológicamente. En la capital catalana hay unas masas edificadas en el centro de la ciudad del siglo XIX, y otras de la década de los 60, 70, 80 y 90 en diversas zonas y de calidades muy heterogéneas, que requieren actuaciones de reforma energética. La ciudad aún no ha sabido ofrecer las pautas pedagógicas, financieras y normativas para atrevernos a acometer tales cambios. Deberíamos asumir que, en la actualidad, ponerse guapo equivale a eficiencia.

Incentivos necesarios para lograr mayor eficiencia

En cualquier rehabilitación juega un papel fundamental el presupuesto. Ello explica la necesidad del incentivo público para llevar a cabo reformas que redunden en la eficiencia. Habría que obligar a pagar en función del consumo, a semejanza de las políticas que se aplican a los vehículos en relación a sus emisiones. Pero las comunidades de vecinos constituyen uno de los colectivos más complejos en la historia del asociacionismo humano. Su heterogeneidad dificulta la adopción de políticas comunes favorables a una mayor eficiencia energética.

Un equipo cohesionado en todos los sentidos

El talante de nuestro despacho lo define nuestro enfoque, orientado a compartir con el cliente el proyecto. Alotark, cuyo nombre juega con las letras de aquello que es lo más bonito que me ha sucedido, mi hija Carlota, busca que el cliente sienta que forma parte del proyecto a desarrollar; que crezca y participe del mismo. Y me siento orgulloso de haber sabido transmitir a mi equipo esta línea estratégica basada en la suma. Modestamente, creo que también he sabido contagiarles el amor por el oficio, la inquietud por la observación, por reconocer el terreno donde tienen que levantar la obra e integrarla en el entorno. La relación familiar que se ha tejido entre los distintos miembros del equipo es otro motivo de satisfacción. A menudo me siento el hermano mayor de todos ellos. No solo compartimos tareas laborales, sino que también coincidimos en momentos de ocio. Y no me ha importado asumir el riesgo de tenerles en nómina, a diferencia de la práctica habitual, que constituye uno de los déficits de la profesión, donde se opta por autónomos. La media de antigüedad del personal es de ocho años. Y a este no le corresponde traer nuevos clientes, pues es una responsabilidad que recae exclusivamente en mí. Puedo decir, empero, que gracias a su labor no hemos perdido ni uno.