Sr. Sánchez
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Miguel Sánchez García – Papresa

 

MIGUEL SÁNCHEZ GARCIA

Badalona (Barcelona)

1966

Presidente y director general de Papresa

 

 

29-9-2022

 

Este empresario ha desempeñado múltiples roles a lo largo de su trayectoria, que arrancó desde la base en la fábrica papelera que dirigía su padre como jefe de producción, para dibujar una carrera constantemente ascendente. Su experiencia y capacidad provocaron que las distintas propiedades de las compañías que gestionó depositaran la confianza en él para pilotar cada proyecto. El afán de superación le ha acabado situando como directivo, pero también accionista, de uno de los grandes players de la industria papelera de nuestro país.

 

 

Visitas a la fábrica donde trabajaba mi padre que me inculcaron la cultura del esfuerzo y la pasión por el sector papelero

El papel siempre ha formado parte de mi vida. No en vano, mis primeros recuerdos de infancia me trasladan a la fábrica de Capellades (Barcelona) en la que trabajaba mi padre, Vicente; una planta papelera que visitaba a menudo, con siete u ochos años, y que recorría a su lado mientras él me contaba los entresijos de ese complejo que, tiempo después, se convertiría en mi primer destino profesional. A medida que íbamos avanzando por las instalaciones, subrayaba la importancia de todo aquello para nuestra economía doméstica, con el objetivo de que asimilara que lo que nos podíamos permitir en el hogar estaba asociado a todo el esfuerzo que ahí se desarrollaba. Siempre hizo hincapié en el valor del sacrificio y en la necesidad de trabajar duro, inculcándonos tanto a mí como a mis hermanos, Domingo y Mercè, la importancia de la mejora continua y de la búsqueda de la perfección. Hombre con una sana ambición, supo transmitirnos que no resulta recomendable quedar estancado o aferrarnos a nuestra zona de confort, al tiempo que, estoy convencido, con esos paseos por la factoría hizo alumbrar en mí el apego al sector del papel.

 

«Las cosas bien hechas son las que permanecen y las que se ven»

Nuestra madre, Sagrario, compartía ese carácter luchador y, dedicada a las labores domésticas, con su ejemplo contribuía asimismo a labrar en nuestra personalidad un impulso de sacrificio y constante afán de superación. «Las cosas bien hechas son las que permanecen y las que se ven», afirmaba. A diario constatábamos ese ánimo en casa, pues nuestro padre dedicaba la máxima atención a cualquier actuación, por modesta que fuera. Persona esencialmente didáctica, si arreglaba un enchufe, aprovechaba para explicarnos los detalles de aquella operación confiando en que no solo aprendiéramos los rudimentos técnicos de la reparación sino que asimiláramos el esmero con el que había que emplearse en cualquier tarea. Fallecido hace apenas un año, con mis hermanos comentamos a menudo ese talante perfeccionista, al tiempo que recordamos lo orgulloso que se mostraba de sus tres hijos por habernos esmerado en todo cuanto hemos hecho, desde el rigor y la honestidad. No es de extrañar, pues, que tanto Domingo como yo hayamos seguido sus pasos en la industria papelera.

 

El traslado de Badalona a Capellades marcó positivamente nuestras vidas

Esa sana ambición y ese espíritu de superación creo que explican una anécdota que ilustra los valores en los que nos educaron nuestros padres. Fue décadas después de mi primera comunión cuando descubrí que, en un libro recordatorio de aquella jornada, a la pregunta de qué quería ser de mayor, con siete años había estampado, de mi puño y letra, «jefazo». Entiendo que tras aquella respuesta, a todas luces inocente, se escondía el ánimo inconformista de alguien que aspiraba a encabezar proyectos ilusionantes. Por aquel entonces ya residíamos en Capellades, adonde nos habíamos trasladado desde nuestra Badalona natal después de que a mi padre le hubieran ofrecido una interesante propuesta profesional en La Papelera del Besòs, cuya fábrica se hallaba situada en esa pequeña localidad de la comarca de l’Anoia. Aquella fue una decisión trascendental para nuestras vidas, más allá de confirmar ese talante emprendedor de mi progenitor, pues abandonar la conflictiva área metropolitana de Barcelona para residir en aquel bello pueblo de unos cinco mil habitantes nos permitió disfrutar de un ambiente más tranquilo y saludable.

 

Fui el único de mi promoción en compatibilizar estudios y trabajo

En Badalona habría sido impensable que, con seis años, pudiera acudir a la escuela sin ir acompañado de alguno de mis padres, algo que en Capellades resultaba de lo más normal. Vivir en un pueblo de pequeñas dimensiones ha marcado mi vida, y celebro que mi padre adoptara la decisión del traslado a la población que, además, alberga el museo-molino del papel. Este hecho facilitó que, durante mi adolescencia, pudiera practicar una de mis aficiones, el trial, surcando el monte con la moto en una época en la que esta actividad todavía estaba permitida. A los dieciocho años, coincidiendo con mi entrada en la universidad, ingresé también en La Papelera del Besòs. Tanto mi hermano como yo empezamos a trabajar en la empresa que lideraba nuestro padre. Su condición de director general de la misma no comportó ningún tipo de privilegio, pues comenzamos en base del escalafón, cargando y descargando camiones. La mejor manera de conocer a fondo una empresa es sumergiéndote en sus cimientos, y ahí estuve operando durante mis inicios como estudiante de Ingeniería Industrial Química. Era el único de mi promoción que compatibilizaba carrera y trabajo, en lo que recuerdo como un episodio de gran dureza, pues me levantaba a las seis de la mañana para acudir a la Universitat Politècnica de Catalunya y, al finalizar las clases, sobre las dos de la tarde, me trasladaba a la fábrica, donde permanecía hasta las diez de la noche. En circunstancias normales, al llegar a casa me acostaba; pero la época de exámenes resultaba más agotadora, al verme obligado a estudiar durante la madrugada.

 

Al finalizar la carrera, disponía de un conocimiento doble, teórico y práctico

No me arrepiento de haber compaginado estudios y trabajo durante unos siete años, pese al riesgo que entrañaba disponer de un salario, ya que ello suponía una tentación para abandonar la universidad y liberarme del esfuerzo que significaba cursar la carrera. Por fortuna, imperó el sentido común y entendí que había que dar prioridad a la finalización del proyecto académico. A medida que iba avanzando en los estudios, e iba escalando puestos en los distintos departamentos de la compañía (calidad, producción, etc.), conseguía descubrir las oportunidades que albergaba aquella fábrica y el futuro que podía labrarme en esa planta. Al mismo tiempo, esa doble visión adquirida, a partir de la teoría y la práctica, resultó altamente enriquecedora. A menudo, los conocimientos que se imparten en una carrera técnica, como es una ingeniería, no se corresponden con la realidad de la industria. En ocasiones les comentaba a los profesores la distancia existente entre el mundo académico y el de la fábrica; pero, a la vez, lo que aprendía en la facultad podía aplicarlo a la empresa. Mi gran suerte respecto al resto de compañeros de promoción fue que, al finalizar la carrera, ellos desconocían por completo el entorno industrial, al no haber cultivado experiencia profesional alguna. Tardarían cinco o diez años en alcanzar el knowledge que yo había atesorado en esa etapa de juventud en la que me empleé a fondo… y de la que me siento profundamente satisfecho.

 

Carencia de mano de obra cualificada y exceso de graduados orientados al ámbito de las nuevas tecnologías

Cuando finalicé la carrera, con veinticinco años, y teniendo ya el cargo de director de producción, la compañía realizó una enorme inversión para incorporar una sofisticada máquina de fabricación de papel, y decidieron confiarme a mí su puesta en marcha. El nuevo equipo tenía un tamaño enorme, y recuerdo una escena en la que me hallaba sobre la fuente que alimentaba de pasta la instalación mientras una treintena de operarios aguardaban a que les trasladara las instrucciones correspondientes. Resultaba paradójica esa imagen en la que hombres de cuarenta y cinco o cincuenta años aguardaban las órdenes de un joven de veinticinco que acababa de finalizar la universidad… Cabe decir que la industria papelera entraña una gran complejidad, lo cual provoca serias dificultades para cubrir sus puestos de trabajo. Sus procesos de fabricación suelen ser non stop, manteniéndose activas las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y a lo largo de todo el año. A lo sumo, se suspende la actividad el 1 de mayo, el día de Navidad y durante algún festivo local. Se trabaja en continuo, con turnos rotatorios de mañana, tarde y noche, lo que supone que los operarios vayan cambiando de horario periódicamente. Eso resulta especialmente duro, sobre todo si le añadimos tener que trabajar sábados y domingos. Por mucho que se contemplen pluses que traten de compensar esos agravios, la juventud de hoy en día alberga otras expectativas. Al margen de los que ingenuamente aspiran a ser youtubers, quienes no disponen de estudios prefieren trabajar de albañil, para tener las noches y los fines de semana libres. Pero incluso entre los universitarios no existe una inclinación para desarrollar la trayectoria profesional en el sector papelero, al ser considerado «primario» y «tradicional». De hecho, a la industria papelera le falta capacidad para mostrarse como un campo atractivo y le cuesta captar talento, por lo que el perfil de ingeniero papelero es también muy codiciado. En nuestra sociedad impera la idea de graduarse para acceder a un puesto de trabajo gratificante y bien remunerado. La realidad, sin embargo, nos revela las carencias de mano de obra cualificada para realizar labores que no requieren diplomatura, al tiempo que asistimos a un exceso de graduados orientados a las nuevas tecnologías, donde, para acceder a buenas posiciones, se requiere exhibir unas virtudes extraordinarias.

 

Abandonando la zona de confort en pos de un nuevo reto en Palencia

Permanecí cerca de dos décadas en La Papelera del Besòs, en la que estuve al cargo de distintos departamentos hasta que, una vez jubilado mi padre, accedí a la dirección general. En 2002, esa compañía familiar fue adquirida por la multinacional Ahlstrom; un cambio de propiedad que me propició un enorme enriquecimiento profesional, al brindarme la oportunidad de conocer nuevas realidades en ese entorno, visitando los distintos países en los que operábamos: Estados Unidos, Brasil, Francia, Italia… Llegó un momento, empero, en que me sentí demasiado cómodo en mi puesto. Aquel espíritu inconformista heredado de mi padre me susurraba al oído y me alertaba de que era necesario dar un salto, pues poco más podía desarrollarme al frente de una fábrica que funcionaba de manera óptima. Hasta entonces siempre había desempeñado mi carrera en aquella empresa, que estaba muy centrada en la producción de papel para la filtración industrial y la de automoción (filtros de aire y aceite). Y cuando llamó a mi puerta una firma especializada en papel reciclado, ofreciéndome una dirección general plena, decidí aprovechar esa oportunidad. Se trataba de asumir el liderazgo de Europac, una empresa situada en Dueñas (Palencia). El atractivo del proyecto residía no solo en el cambio de subsector, sino también en que mis atribuciones no se reducían a las puramente operacionales que había venido ejerciendo en mi anterior cargo, sino que también asumía la parte comercial y financiera. Aquello me ofrecía una visión más amplia del negocio, al gestionar las grandes cuentas y poder tratar de manera directa con los presidentes y directores de los principales clientes. Esa experiencia me permitió descubrir que era un buen comercial, capaz de generar la empatía necesaria para explorar acuerdos y cerrar contratos.

 

Me encomendaron la venta de la planta barcelonesa de la multinacional Stora Enso

Invertí cuatro años en esa compañía palentina, en una etapa que se caracterizó por constantes reuniones, cenas, contactos, viajes… que propiciaban las negociaciones con los clientes y que la actividad se desarrollara de manera satisfactoria. Ese episodio llegó a su fin en el momento en que recibí la llamada de Stora Enso, multinacional sueco-finlandesa que tenía una planta de producción de cartoncillo para packaging en Castellbisbal, cuyo director general se jubilaba en el plazo de seis meses. Buscaban un candidato para sustituirle y, al proponérmelo, decidí regresar. Más allá de lo que suponía retornar a Catalunya, me atraía un proyecto de gran envergadura, con una fábrica que prestaba servicio a multinacionales como Kellogg’s, Danone o McDonald’s. Lo que no esperaba es que, dos años más tarde, me llamaran desde la sede central en Helsinki para anunciarme que querían vender la planta; y que yo formaba parte del «paquete», es decir, que como director general iba incluido en la adquisición. La sorpresa fue aún más mayúscula cuando me encomendaron las labores de la venta, lo que me llevó a asumir las presentaciones de la empresa a los potenciales compradores. Fue una experiencia extraordinaria, pues nunca antes había asumido el desafío de vender una sociedad haciéndola atractiva a ojos de los candidatos. En esencia, el reto reside en poner en valor el proyecto. Una compañía se vende por dos motivos: o porque es muy rentable y el propietario desea capitalizar la inversión, o porque no acaba de funcionar y necesita de alguien que la reactive. En el primer caso no se requiere dar muchas explicaciones, mientras que en el segundo hay que dar cuenta de las carencias (a menudo de inversión) y visualizar ante el comprador que el proyecto alberga posibilidades de cambio, desarrollo y crecimiento.

 

Soy un eterno superviviente de las operaciones de compraventa

Durante casi cuatro meses estuve realizando presentaciones de la compañía en un hotel de Londres, junto al aeropuerto de Heathrow, a potenciales compradores, quienes me sometían a un sinfín de preguntas de todo tipo. Finalmente, el fondo de inversión alemán Quantum Capital Partners accedió a comprar la entidad. Steffen Goerig, CEO y fundador del mismo, me invitó a poner en marcha el proyecto que les había propuesto y me nombró consejero delegado de la nueva empresa, Barcelona Cartonboard, cuyo despegue me ocupé de gestionar, sometiendo a una profunda transformación las antiguas instalaciones de Castellbisbal, a través de una generosa inversión. Cinco años después, cuando la firma se había convertido en altamente rentable, la multinacional Reno de Medici, uno de los gigantes de la industria del packaging, expresó su interés en adquirirla. Gracias a las sucesivas gratificaciones obtenidas y a mi contrastada experiencia, pensé que no debía preocuparme el futuro inmediato y que hallaría enseguida un nuevo empleo. Pero los responsables de Reno de Medici me pidieron que no abandonara la empresa y me propusieron como CEO de la que, hoy en día, es Reno de Medici Barcelona. Puedo decir que soy un eterno superviviente de las operaciones de compraventa, lo cual no es habitual, porque, cuando una nueva propiedad toma posesión de una compañía, suele poner al mando a profesionales de su confianza. Así las cosas, llegué a liderar esta fábrica en tres etapas: con Stora Enso, con Quantum Capital Partners y con Reno de Medici. En este último capítulo, además, acabé compatibilizando el puesto con la dirección general de otra entidad que el grupo posee en Francia.

 

Quise dar un salto cualitativo y me postulé como accionista

En 2020, en plena pandemia, me contactó de nuevo Steffen Goerig. Eternamente satisfecho conmigo por la lucrativa venta anterior, me informó del interés de Quantum Capital Partners en adquirir una empresa del País Vasco. La operación, no obstante, estaba sujeta a que yo estuviera dispuesto a acudir con ellos para transformarla. Creí llegado el momento de dar un salto cualitativo en mi trayectoria y le dije que solo accedería a ello si podía convertirme en accionista de la misma. Aunque suelen declinar la presencia de pequeños inversores en el accionariado, hicieron una excepción y fue así como, aparte de mi condición de presidente y CEO, entré a formar parte del capital de Papresa. Se trata de una compañía ubicada en Errenteria (Gipuzkoa) que acumula ciento veinticinco años de trayectoria; un auténtico gigante que concentra tres máquinas de papel, doscientos cincuenta profesionales y un volumen de producción de cuatrocientas mil toneladas al año. La firma que entré a liderar se había especializado en la fabricación de papel prensa. Tanto los periódicos nacionales, como El País o El Mundo, como internacionales (Le Figaro, La Gazzetta dello Sport…) se nutrían del papel de Papresa. Sin embargo, los hábitos en los últimos años habían cambiado, pues la consulta de la información en internet había causado el descenso de la compra de ejemplares y, por consiguiente, de la demanda de ese tipo de papel. La irrupción de la pandemia agudizó la crisis, ya que la gente no podía acudir al kiosco a comprar el periódico y tampoco se distribuía prensa en los vuelos. Ante esta situación, los propietarios de Papresa acabaron arrojando la toalla.

 

Papresa constituye el paradigma de la economía circular

Nuestra idea fue acometer una importante inversión para reconvertir Papresa y diversificar su actividad. El objetivo principal residía en orientar buena parte de su producción al papel de embalaje, el que suelen utilizar para los envíos gigantes del comercio electrónico como Amazon o Alibaba, manteniendo la división de papel de periódico. El resultado de todo ello es que nos hemos convertido en el mayor fabricante independiente de papel prensa y packaging en España, y en uno de los principales operadores en el ámbito europeo. Por «fabricante independiente» se entiende que no formamos parte de un grupo con producción integrada, pues nos dedicamos exclusivamente a producir papel, desestimando la fabricación de elementos con este material, como por ejemplo cajas. Somos una empresa de notable envergadura en nuestro sector, ya que a nivel español nos erigimos en la sexta papelera en cuanto a facturación y en una de las dos primeras de Euskadi. Por otro lado, es un orgullo poder afirmar que Papresa constituye el paradigma de la economía circular, porque fabricamos papel exclusivamente a partir del depositado en los contenedores azules de residuos, que adquirimos a las diferentes administraciones locales, y, a su vez, nuestros productos son 100% reciclables. Asimismo, nuestro plan de inversión contempla la entrada en funcionamiento de una planta de tratamiento de agua que generará biogás. ¿Cómo? Pues el agua utilizada en la empresa, antes de regresar al río, se introducirá en un enorme reactor de cincuenta metros de alto. En ese tanque cerrado, un sistema de microorganismos absorberá la carga orgánica adquirida por el agua durante la producción, básicamente fibras. De este modo, y a través de esta tecnología anaeróbica, además de limpiar el agua antes de liberarla de nuevo al cauce fluvial, lograremos que se genere metano, que podremos utilizar en una nueva caldera que hemos comprado y que nos permitirá un considerable ahorro del gas natural que veníamos consumiendo.

 

Encarecimiento de los costes energéticos muy perjudicial para la industria papelera

Uno de los grandes problemas a que se enfrenta la industria papelera es el encarecimiento inasumible de la energía, pues ahora mismo el precio de producción supera al de venta. Somos unos grandes consumidores de gas y electricidad y eso ha llevado a la paralización de empresas en nuestro sector. Si ofreces un producto especializado, puedes transferir los costes de producción al precio de venta, pero en el terreno del tissue se está deteniendo la producción y los supermercados acabarán acusando escasez de papel higiénico. En el caso del papel para imprimir se da la circunstancia de que, tras una época de caída de la demanda por la irrupción del libro digital que hizo migrar a algunas empresas papeleras a otros nichos, con la pandemia ha habido un repunte de los libros tradicionales y ahora no hay suficiente capacidad de producción para atender la demanda del sector editorial; si a ello le sumamos la subida de los costes energéticos y la escasez de materia prima, estamos viviendo una tormenta perfecta en este mercado. Lo que sí tengo claro es que el crecimiento en el sector del packaging persistirá, porque, más allá de la reducción que se percibe en las compras on-line, los productos del lineal de los supermercados reclaman embalaje, de un modo u otro, en papel y cartón. Asimismo, la concienciación medioambiental del sector empresarial está llevando a grandes firmas a una guerra contra el plástico y a una apuesta por el packaging sostenible, esto es, fabricado con material reciclado, como es nuestro caso. Al respecto, disponemos de varias certificaciones, esenciales sobre todo en cuanto a imagen y rigor procedimentales, incluida la europea EMAS, que avala nuestras prácticas acordes con las exigencias medioambientales.

 

Exportamos un 60% de nuestra producción a Europa y Asia

Nuestra compañía exporta el 60% de su producción, básicamente a Europa (Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Croacia, Eslovenia, Serbia…), pero también a India y China. A diario suelen salir de nuestra planta unos ochenta camiones con el papel producido, al tiempo que otros tantos llegan con materia prima, que procede de la recogida selectiva en contenedores azules de ciudades de nuestro país. Curiosamente, casi la mitad del medio millón de toneladas anuales que recibimos procede de Francia; y es que no podemos olvidar que estamos situados a escasos quince kilómetros de la frontera gala. Es de agradecer que la Administración autonómica vasca se muestre muy cercana a las empresas. Su funcionamiento facilita nuestra labor, pues atienden nuestras inquietudes y suelen mostrarse ágiles en los procedimientos.

 

Agradecimiento al excelente papel que está jugando mi familia en este proyecto

El éxito de este proyecto no se explica sin el concurso de mi esposa, Cynthia, ni de mi hija, Grazielly, que cuenta diecinueve años. Tengo que agradecer la comprensión mostrada por ambas en esta etapa profesional que me obliga a permanecer, de lunes a viernes, en Euskadi. Ellas son conscientes de que en estos momentos la empresa reclama esfuerzo y dedicación. Merecen mi más sincero reconocimiento, en especial teniendo en cuenta que, en los inicios, la situación entrañaba mayor complejidad porque estábamos atravesando uno de los picos de la pandemia. De ahí que quiera subrayar que mi familia está jugando un excelente papel en esta aventura.