Sr. Iglesias
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TH, 8è VOLUM. El Procés

Pablo Iglesias Turrión – Político

Diputado del Congreso. Secretario general de Podemos

PRÓLOGO

Pablo Iglesias Turrión

 

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Pensar el Estado para pensar Catalunya y España

Imaginar la dirección del Estado a través de un proyecto político de país es la tarea que aguarda a los llamados “estadistas”. La dirección del Estado va más allá de los programas concretos de gobierno y tiene que ver con la inserción del país en la historia, con sus geografías interiores y exteriores, así como con sus características culturales y con la estructura y articulación de sus grupos sociales. Como es normal, la dirección del Estado tiene implicaciones jurídicas.

Si asumimos esta definición provisional de las tareas del “estadista” que hoy sólo puede ser un príncipe colectivo, podemos concluir que uno de los grandes problemas de nuestros viejos estadistas a la hora de pensar el Estado en España ha sido la cuestión (pluri)nacional. Y nadie negará que la expresión más completa y evidente de este problema ha sido la dificultad para pensar la articulación de Catalunya en el Estado.

La experiencia de Estado de las derechas españolas durante los siglos XIX y XX (desde la Restauración, pasando por la dictadura de Primo de Rivera, por el bienio negro, la dictadura franquista, hasta las dos legislaturas de Aznar) configuró una visión estrecha y predominantemente autoritaria de la realidad española que directamente niega la plurinacionalidad de nuestra patria. Para la derecha española la diferenciación constitucional entre regiones y nacionalidades, así como el propio Estado de las autonomías, habrían sido soluciones inevitables que en ningún caso responderían a la realidad plurinacional. Para las derechas, asociar la palabra nación en el territorio del Estado a algo diferente a España es sencillamente inaceptable. Lo curioso es que los conservadores españoles siempre han identificado al Estado con la Monarquía y con las dictaduras, no con ninguna idea de país. Para nuestros conservadores el Estado, incluso en condiciones más o menos democráticas, siempre fue el régimen monárquico.

Cabría esperar que la experiencia de Estado de las izquierdas, bebiendo de reflexiones teóricas más interesantes, hubiera producido políticas de Estado que afrontaran la cuestión plurinacional, pero a pesar de algunos intentos, nunca lo lograron. Ni Cádiz ni la Gloriosa fueron experiencias duraderas y la breve experiencia de la II República, aunque implicó avances más que notables, fue clausurada por el resultado de nuestra Guerra Civil. A partir del fin de la Transición en 1982, el PSOE gestionó con cierta comodidad, en el marco del nuevo régimen político del 78 de monarquía constitucional, el modelo de Estado de las autonomías que funcionó gracias a la estabilidad brindada por los grandes partidos “nacionalistas” catalán (CiU) y vasco (PNV). Europa entonces emergió como una promesa que ilusionaba por igual a las elites de todos los partidos de régimen. Para fuerzas políticas como el PNV o CiU, al igual que para otras fuerzas políticas europeas de naciones sin Estado, Europa aparecía como solución de futuro al problema plurinacional de España.

En los últimos 10 años, al tiempo que la crisis económica ha puesto en cuestión la viabilidad del proyecto de la Unión Europea tal y como hemos conocido, en España la estabilidad de nuestro régimen político se rompió por dos flancos; el que abrió el 15-M y que tuvo como principal traducción electoral a Podemos y las confluencias y el que abrió el proceso soberanista en Catalunya.

Más allá de calendarios urgentes, de procesos judiciales e inhabilitaciones, de tensiones verbales y parlamentarias, de movilizaciones y de presiones unilaterales, a lo que se enfrentan España y Catalunya hoy es a la realidad de su historia, de sus relaciones y de la ausencia, por parte de los partidos políticos tradicionales, de propuestas políticas de Estado que vayan más allá de la independencia por un lado y del inmovilismo, por otro.

Desde que en el siglo XVII Catalunya, Portugal y Andalucía se resistiesen al proyecto de Estado de la monarquía de los Austrias, la tensión plurinacional ha perseguido a un Estado históricamente incapaz de darle una salida definitiva o duradera. La llegada de la dinastía borbónica en el siglo XVIII trajo un proyecto hipercentralista de estilo francés que fue permanentemente resistido y que fracasó. Los Borbones fueron, de hecho, incapaces de imponer desde el Estado una sola lengua, una sola cultura y un solo aparato institucional en España. Quizá la Guerra de Independencia en 1808 representó una de las pocas oportunidades de construir una identidad unificadora de España que, con todo, nunca hubiera podido ser uninacional, pero los liberales de entonces se enfrentaron al irresistible poder de una monarquía cuyo modelo de Estado patrimonialista y autoritario mantuvo a España en su excepcionalidad respeto a Europa.

Desde entonces, cada vez que en España ha emergido una crisis de régimen, Catalunya ha aparecido como una de las referencias claves de esa crisis. Las guerras carlistas en los territorios vascos y catalanes tenían más que ver con la protección de sus fueros y con una resistencia comunitaria a un tipo de modernización homogeneizante, que con el problema dinástico y toda la conflictualidad política, desde las revueltas cantonales hasta el surgimiento de movimientos políticos específicamente catalanistas, vasquistas y en menor medida galleguistas desde finales del XIX, han expresado una tensión centro-periferia que es consustancial a España y que no se agota en las llamadas “nacionalidades históricas”.

Catalunya, como comunidad nacional que mira culturalmente hacia el Mediterráneo, con una burguesía industrial y comercial que ocupaba un papel intermedio entre la España agraria y la Europa desarrollada y con un movimiento obrero culturalmente mestizo y muy avanzado políticamente, ha sido siempre una pieza clave del cambio político en España.

De hecho, durante todo el XIX y las primeras décadas del XX, todas las expresiones de resistencia al régimen monárquico-conservador de carácter primero liberal, después republicano y finalmente popular tras la irrupción política del movimiento obrero, tuvieron en la resistencia al centralismo una de sus banderas fundamentales, que volvería a expresarse en el breve periodo de la II República que empezó a proclamarse precisamente en Catalunya.

La dictadura franquista ignoró desde el terror político una realidad que estuvo viva en la lucha antifranquista y que el partido político de la clase trabajadora más avanzado de Catalunya y de España, el PSUC, había entendido desde los años treinta. La realidad re-emergió con fuerza cuando se recobraron una parte de las libertades democráticas, obligando a una solución institucional que ni fue de Estado ni de régimen constitucional y que se articuló como pacto político que llenaba un vacío de la Constitución. Aquel acuerdo se llamó Estado de las autonomías.

En aquellos tiempos, con un ejército sin cultura democrática y vigilante, es probable que no fuera posible ir mucho más allá de la diferenciación constitucional entre regiones y nacionalidades del texto del 78 y del “café para todos” del Estado de las autonomías. Pero hoy, la crisis en Catalunya es la prueba de que es necesario pensar en nuevas fórmulas para afrontar la plurinacionalidad de España. Lo que hoy revelan las  élites de los viejos partidos dinásticos del 78 y su nuevo complemento anaranjado es, básicamente, su incapacidad para pensar el Estado y España. Pero algo parecido le ocurre a las viejas derechas “nacionalistas” catalanas, que emprenden caminos erráticos que les llevan a buscar apoyos en senadores trumpistas en EEUU al tiempo que su ingenua fascinación con Europa choca con la cruda realidad.

Nada cabe ni ha cabido esperar nunca de las derechas españolas y de sus nuevas versiones anaranjadas que se empeñan en negar cual avestruz la realidad plurinacional de España. Pero lo que ha enquistado el problema es que las mentes más lúcidas y avanzadas de la familia socialista catalana, que al menos allí sí comprendían su propia realidad nacional, han desaparecido y hoy su partido, el PSC (ese que el señor Heredia quería disolver) no sabe ni cómo plantear el debate a un PSOE atrincherado en la mediocridad de una dirección que sencillamente no entiende España y mucho menos su realidad plurinacional. Piensen en Heredia y recuerden a Pascual Maragall y entenderán a lo que me estoy refiriendo.

Tal vez, hace años, ese debate en las izquierdas se hubiera podido plantear en términos federales. Es indudable que desde el siglo XIX, el federalismo fue en España la bandera primero de las burguesías progresistas liberales y republicanas y después de las organizaciones de la clase trabajadora. Y qué duda cabe que un proyecto federal hubiera podido ser viable en las décadas que siguieron a la Transición, incluso en los términos que planteaba Azaña como reconstrucción de España,

Pero a día de hoy, con lo que ha llovido en Catalunya, pensar el Estado pensando en España supone asumir el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro en referéndum  y, a partir de ahí, discutir en Catalunya y España un modelo de Estado plurinacional que no solo reconozca a Catalunya como nación, sino que apueste por una configuración estatal que asuma de una vez la realidad plurinacional de nuestra patria y pueda articularse también mediante dispositivos administrativos nuevos con un proyecto de país asociado a la justicia social y a la soberanía popular. Pensando en eso, las fuerzas políticas catalanas hermanas de Podemos han hablado de república catalana en España. A mi me parece que debemos ir más allá. Quizá el espíritu republicano deba dejar de ser una nostalgia asociada a símbolos del siglo XX y transformarse en un impulso constituyente. Ese impulso late en España desde el 15M. Quizá el espíritu republicano no sólo sirva para pensar Catalunya, sino que también nos dé algunas claves para pensar, como estadistas, una nueva España social y plurinacional.
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Think State to think Catalonia and Spain            

Envisioning leading the State through a political project for a country is the task that lies in store for so-called “statesmen”. Running the State goes beyond specific government programmes and is related to the insertion of the country in history with its internal and external geographies, in addition to cultural characteristics, and the structure and articulation of its social groups. As is customary, running the State has legal implications.

If we accept this provisional definition of the tasks of the “statesman” who, today, can only be a collective ‘idol’, we can conclude that one of the biggest problems with our old statesmen when thinking State in Spain is the (pluri)national question. Nobody would deny that the fullest and most obvious expression of this problem has been the difficulty in considering the articulation of Catalonia in the State.

The State experience of the Spanish right in the 19th and 20th centuries (since the Restoration, through the dictatorship of Primo de Rivera, the Bienio Negro [1933-1935], Franco’s dictatorship, to Aznar’s two terms in office) configured a narrow and predominantly authoritarian vision of the Spanish reality that directly denies the plurinationality of our country. For the Spanish right, the constitutional differentiation between regions and nationalities, as well as the State and the autonomous regions, would be inevitable solutions that in no case respond to the plurinational reality. For the right, associating the word ‘nation’ in the territory of the State to something different to Spain is simply unacceptable. The curious thing is that Spanish conservatives have always identified the State with the monarchy and dictatorships, not with an idea of country. For our conservatives, the State, even in more or less democratic conditions, was always the monarchic regime.

It could be expected that the State experience of the left, drinking from more interesting theoretical reflections, would produce State policies that address the plurinational issue but despite some attempts, they have never achieved it fully. Neither the Spanish Constitution of 1812 nor the Glorious Revolution were lasting events and the brief experience of the Second Republic, although it entailed some particularly notable advances, was brought to a close by the result of our Civil War. From the end of the transition to democracy in 1982, the Partido Socialista Obrero Español (PSOE) managed with certain comfort, under the framework of the new political regime of the constitutional monarchy of 1978, the State model of autonomous regions, which worked thanks to the stability afforded by the great Catalan (CiU) and Basque (PNV) “nationalist” parties. Europe then emerged as a promise that excited the elite members of all parties of the regime in equal measure. For political forces like the PNV and CiU, like for other European political forces of nations without a State, Europe appeared to be a future solution to Spain’s plurinational problem.

In the last ten years, when the financial crisis has called into question the viability of the European Union project, in Spain the stability of our political regime has broken into two flanks: one that opened the 15-M Movement that had Podemos and its convergences as its main electoral translation, and the one that opened the sovereignist process in Catalonia.

Beyond urgent schedules, legal processes and disenfranchisement, verbal and parliamentary tensions, unilateral pressure and demonstrations, what Spain and Catalonia are facing today is the reality of their history, of their relations and of the absence, due to traditional political parties, of political proposals of State that transcend independence on the one hand and ultraconservatism on the other.

Since Catalonia, Portugal and Andalusia resisted the State project of the Habsburg Monarchy in the 17th century, plurinational tension has continued in a State that is historically incapable of providing a definitive or long-lasting way out. The arrival of the Bourbon Dynasty in the 18th century brought a hyper-centralist French style that was strongly resisted and which ultimately failed. The Bourbons were incapable of imposing from the State one single language, one single culture and one unique institutional apparatus in Spain. The War of Independence in 1808 perhaps represented one of the few opportunities to build a unifying identity of Spain that, nonetheless, could never have been uni-national, however, the liberal thinkers back then faced up to the irresistible power of a monarchy whose model of a patrimonial and authoritarian State allowed Spain to maintain its exceptional nature with regards to Europe.

Ever since, every time a crisis of regime has emerged in Spain, Catalonia has appeared as one of the key references in that crisis. The Carlist Wars in Basque and Catalan territories were more closely related to the protection of regions and a communal resistance to a type of homogenising modernisation than the dynastic issue and all the political conflict. From the Cantonal Rebellions to the emergence of specifically Catalanist, Basquist and, to a lesser extent, Galleguista political movements from the end of the 19th century, they all expressed a central-peripheral tension that is consubstantial to Spain and which is not exhausted in so-called “historic nationalities”.

Catalonia, as a national community that culturally looks towards the Mediterranean, with an industrial and commercial bourgeoisie that occupied an intermediary role between agrarian Spain and developed Europe, and which had a culturally mestizo worker movement and which was highly advanced politically, has always been a key part of political change in Spain.

Indeed, during the entire 19th century and the first decades of the 20th century, all expressions of resistance to the monarchic-conservative regime, which were firstly liberal in nature, then Republican and finally popular following the eruption of the workers’ movement, had in resistance to centralism one of its core ideas that would return to express itself in the brief period of the Second Republic that was first proclaimed in Catalonia.

Franco’s dictatorship ignored through political terror a reality that was alive in the anti-Franco fight and that the political party of the most advanced working class in Catalonia and Spain, the PSUC, had understood since the 30s. The reality re-emerged with a vengeance when a part of democratic liberties were recovered, resulting in the need for an institutional solution that was neither of the State or of the constitutional regime, and which was articulated as a political pact that filled a void in the Constitution. That agreement was called the State of the Autonomous Regions.

Back then, with an army devoid of a democratic or watchful culture, it probably was not possible to go much beyond constitutional differentiation between regions and nationalities than the text of ’78 and the “one size fits all” attitude of the State of the Autonomous Regions. However, today the crisis in Catalonia is proof of how necessary it is to think of new formulas to tackle plurinationality in Spain. What is revealed by the elite members of the old dynastic parties from ’78 and their new orange-tinged complement (Ciudadanos) is basically their inability to think State and Spain. Nevertheless, something similar happens to old, right-leaning Catalan “nationalists”, who follow erratic paths that lead them to seek support from Trumpist senators in the USA while their ingenuous fascination with Europe clashes with the crude reality.

It is not feasible, nor has it ever been possible, to wait for the Spanish right and its new ‘orange’ versions that bury their heads in the sand to the plurinational reality of Spain. The reason the issue has become so deeply embedded is that the most lucid and advanced minds in the Catalan socialist family, who do at least understand their own national reality, have disappeared and today their party, the PSC (the one Mr Heredia wanted to dissolve) does not know how to pose the debate to a PSOE entrenched in the mediocrity of a leadership that simply does not understand Spain, much less its plurinational reality. They think of Heredia and recall Pascual Maragall, so you will understand what I am referring to.

Maybe years ago this debate among the left could have been raised in federal terms. Since the 19th century, federalism was definitely the first flag of the liberal, progressive bourgeoisie and Republicans in Spain, and then of the working class organisations. There is no doubt that a federal project could have be viable in the decades following the transition to democracy, even in the terms suggested by Azaña as a reconstruction of Spain.

However, today, with everything that has happened in Catalonia, in order to think State, thinking of Spain implies accepting the right of the Catalan people to decide their future in a referendum and, from there, discussing in Catalonia and Spain a plurinational State model that not only recognises Catalonia as a nation but which supports a state configuration that acknowledges, once and for all, the plurinational reality of our country and which can be articulated via new administrative devices with a country project associated with social justice and popular sovereignty. Thinking along these lines, the sister Catalan political forces of Podemos have spoken of a Catalan Republic in Spain. I think we should be looking to go further. Perhaps the Republican spirit needs to stop being a nostalgic viewpoint linked with symbols of the 20th century and become a driving component. This heartbeat of momentum has been beating in Spain since the 15-M Movement. Perhaps the Republican spirit does not only apply to Catalonia; perhaps it also provides us with some keys to thinking, as statesmen, of a new social and plurinational Spain.

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Penser l’État pour penser la Catalogne et l’Espagne       

Imaginer la direction de l’État à travers un projet politique de pays : c’est la tâche confiée à ce que l’on appelle les « Hommes d’État ». La direction de l’État va au-delà des programmes spécifiques du Gouvernement et il s’agit d’inscrire le pays dans l’histoire, avec ses géographies intérieures et extérieures ainsi que ses caractéristiques culturelles, en parallèle avec la structure et l’agencement de ses groupes sociaux. De toute évidence, la direction de l’État a des implications juridiques.

Sur la base de cette ébauche de définition de la fonction d’« Homme d’État » qui ne peut être aujourd’hui qu’un principe collectif, nous pouvons en conclure que l’un des plus grands problèmes de nos anciens Hommes d’État pour penser l’État espagnol était la question (pluri)nationale. Personne ne niera non plus que l’expression la plus complète et évidente de ce problème résidait dans la difficulté de penser la manière d’effectuer un agencement opportun de la Catalogne dans l’État.

L’expérience de l’État au sein des droites espagnoles au cours des XIXe et XXe siècles (de la Restauration, en passant par la dictature de Primo de Rivera, par le bienio negro, la dictature franquiste, jusqu’aux deux mandats d’Aznar) a dessiné une vision rétrécie et principalement autoritaire de la réalité espagnole, niant tout simplement la plurinationalité de notre patrie. Pour la droite espagnole, la différentiation constitutionnelle entre régions et nationalités ainsi que l’État même des autonomies auraient été des solutions inévitables qui ne répondraient en aucun cas à la réalité plurinationale. Pour la droite, associer le mot nation sur le territoire de l’État à quelque chose de différent de l’Espagne est tout simplement inacceptable. Ce qui est étonnant c’est que les conservateurs espagnols ont toujours identifié l’État à la Monarchie et aux dictatures, jamais à une idée de pays. Pour nos conservateurs, l’État, même dans des conditions plus ou moins démocratiques, a toujours été un régime monarchique.

On aurait pu s’attendre à ce que l’expérience de l’État de la gauche, découlant de réflexions théoriques plus intéressantes, aurait produit des politiques d’État permettant de faire face à la question plurinationale. Cependant, en dépit de plusieurs tentatives, aucun résultat n’a été atteint. Ni Cadix ni la Gloriosa n’ont été des expériences durables et la courte expérience de la IIe république, même si elle a permis des avancées plus que notables, elle s’est achevée par notre Guerre civile. À partir de la fin de la Transition en 1982, et dans le cadre du nouveau régime politique de 78 de monarchie constitutionnelle, le PSOE a géré avec beaucoup de facilité le modèle de l’État des autonomies qui a fonctionné grâce à la stabilité offerte par les grands partis « nationalistes » catalans (CiU) et basques (PNV). L’Europe constituait alors une promesse qui enthousiasmait les élites de tous les partis au pouvoir sans distinction. Pour les forces politiques comme le PNV ou le CiU, comme pour les autres forces politiques européennes de nations sans État, l’Europe était la solution d’avenir au problème plurinational de l’Espagne.

Au cours de ces 10 dernières années, la crise économique a remis en question la viabilité du projet d’Union européenne comme nous l’avons connu et, en Espagne, la stabilité de notre régime politique a été compromise par deux voies : la voie ouverte par le 15-M et qui a principalement donné naissance à Podemos, au niveau électoral, les convergences, et la voie qui a mené au  processus souverainiste en Catalogne.

Au-delà des calendriers urgents, des procédures judiciaires et d’inéligibilités, des tensions verbales et parlementaires, des mobilisations et des pressions unilatérales, auxquels doivent faire face l’Espagne et la Catalogne, il s’agit aujourd’hui de la réalité de son histoire, de ses relations et de l’absence, de la part des partis politiques classiques, de propositions politiques d’État qui vont au-delà de l’independence d’une part et de l’immobilisme de l’autre.

Depuis qu’au XVIIe siècle la Catalogne, le Portugal et l’Andalousie se sont opposés au projet d’État de la monarchie des Habsbourg, la tension plurinationale a poursuivi un État historiquement incapable de trouver une solution définitive et durable. L’arrivée de la dynastie des Bourbons au XVIIIe siècle a apporté un projet hypercentraliste dans le style français, qui a affronté une résistance permanente, et qui a échoué. Les Bourbons ont de fait été incapables d’imposer, à partir de l’État, une langue unique, une culture unique et un seul appareil institutionnel en Espagne. La Guerre d’indépendance de 1808 est peut-être l’une des rares opportunités de construction d’une identité unificatrice de l’Espagne qui, dans son ensemble, n’aurait jamais pu être uninationale, mais les libéraux de l’époque ont fait face au pouvoir impérieux d’une monarchie dont le modèle d’État patrimonialiste et autoritaire a maintenu l’Espagne comme une exception au sein de l’Europe.

Depuis lors, chaque fois qu’une crise du régime s’est produite en Espagne, la Catalogne est apparue comme l’une des références clés dans ces crises. Les guerres carlistes sur les territoires basque et catalan allaient plus dans le sens de la protection de leurs juridictions avec une résistance communautaire à la modernisation homogénéisante qui, associée au problème dynastique et toutes les conflictualités politiques, des révoltes cantonales jusqu’à l’émergence de mouvements politiques spécifiquement catalanistes, basquistes et dans une moindre mesure galicistes depuis la fin du XIXe siècle, a exprimé une tension centro-périphérique qui est consensuelle en Espagne et qui ne disparaît pas dans les « nationalités historiques ».

La Catalogne, en tant que communauté nationale tournée culturellement vers la Méditerranée, sa bourgeoisie industrielle et commerciale qui jouait un rôle intermédiaire entre l’Espagne agricole et l’Europe développée, avec son mouvement ouvrier culturellement métissé et très avancé politiquement, a toujours été un élément clé du changement politique en Espagne.

De fait, pendant tout le XIXe siècle et les premières décennies du XXe, toutes les expressions de résistance au régime monarchique et conservateur à caractère principalement libéral, puis républicain et finalement populaire, après l’arrivée sur la scène politique du mouvement ouvrier, ont proclamé la résistance au centralisme comme cheval de bataille, ce qui s’est à nouveau exprimé lors de la courte période de la IIe république qui est effectivement apparue en premier lieu en Catalogne.

La dictature franquiste a ignoré, sur la base de la terreur politique, une réalité qui était bien vivante dans la lutte antifranquiste et que le parti politique de la classe ouvrière la plus avancée de Catalogne et d’Espagne, le PSUC, avait bien compris depuis les années 30. Cette réalité est réapparue avec davantage de force lorsqu’une partie des libertés démocratiques a été récupérée, obligeant à trouver une solution institutionnelle qui n’était ni de l’État ni du régime constitutionnel et qui a pris la forme d’un pacte politique venant combler la lacune de la Constitution. Cet accord s’appelait l’État des autonomies.

À ce moment-là, avec une armée en garde et démunie de culture démocratique, il n’était certainement pas possible d’aller au-delà de la différenciation constitutionnelle entre régions et nationalités, conformément au texte de 78 et au « café para todos » de l’État des autonomies. Mais aujourd’hui, la crise en Catalogne est la preuve qu’il faut absolument penser à de nouvelles formules pour faire face à la plurinationalité en Espagne. Ce que révèlent aujourd’hui les élites des anciens partis dynastiques de 78, et leur nouvelle recrue orangée, est principalement leur incapacité à penser l’État et l’Espagne. Et c’est quelque chose de similaire qui s’applique aux anciennes droites « nationalistes » catalanes qui empruntent des chemins erratiques les menant à rechercher des appuis auprès des sénateurs trumpistes aux États-Unis tandis que leur fascination ingénue pour l’Europe se heurte à la dure réalité.

On n’attend rien, et on n’a jamais rien attendu des droites espagnoles, de leurs nouvelles versions orangées qui s’entêtent à nier telles des autruches la réalité plurinationale de l’Espagne. Et le problème est devenu récurrent puisque les esprits les plus lucides et avancés des familles socialistes catalanes qui, elles, comprenaient souvent leur propre réalité nationale, ont disparu ; aujourd’hui, leur parti, le PSC (celui que Monsieur Heredia souhaitait dissoudre), ne sait même plus comment ouvrir le débat face à un PSOE sur ses positions, médiocres, avec une direction qui ne comprend simplement pas l’Espagne et encore moins sa réalité plurinationale. Pensez à Monsieur Heredia et souvenez-vous de Pascual Maragall et vous comprendrez ce dont je parle vraiment.

Il y a quelques années, ce débat au sein des gauches auraient peut-être pu être ouvert en termes de fédéralisme. Il est évident que depuis le XIXe siècle, le fédéralisme a été le principal cheval de bataille en Espagne pour les bourgeoisies progressistes libérales et républicaines, puis pour les organisations de la classe ouvrière. Et il ne fait aucun doute qu’un projet fédéral aurait pu être viable au cours des décennies qui ont suivi la Transition, mêmes aux conditions définies par Monsieur Azaña pour reconstruire l’Espagne.

Aujourd’hui pourtant, beaucoup d’eau à coulé sous les ponts de la Catalogne, et penser à l’État en pensant à l’Espagne c’est assumer le droit du peuple catalan à décider de son futur par le biais d’un référendum et à partir de là, discuter en Catalogne et en Espagne, d’un modèle d’État plurinational qui reconnaisse non seulement la Catalogne comme nation mais qui mise également sur la configuration d’un État tenant compte une fois pour toute de la réalité plurinationale de notre patrie et pouvant aussi s’articuler à travers des dispositifs administratifs nouveaux avec un projet de pays associé à la justice sociale et à la souveraineté du peuple. Avec cet objectif en tête, les forces politiques catalanes alliées de Podemos ont parlé de République catalane en Espagne. Je pense qu’il faut aller encore au-delà de cela. Peut-être l’esprit républicain devrait-il cesser d’être assimilé à une sorte de nostalgie associée à des symboles du XXe siècle et devenir un élan de création. Ce nouvel élan est latent en Espagne, et cela depuis le 15M. Peut-être l’esprit républicain ne sera-t-il pas uniquement utile à la pensée de la Catalogne mais également pour nous fournir des clés pour penser, en tant qu’Hommes d’État, une nouvelle Espagne sociale et plurinationale.

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Die Definition des Staats als Definition von Katalonien und Spanien  

Sich die Leitung des Staats als politisches Projekt des Landes vorzustellen, ist eine Aufgabe für die sogenannten „Staatsmänner“. Die Leitung des Staats geht über die konkreten Programme der Regierung hinaus und hat mit der Einfügung des Landes in die Geschichte, seiner internen und externen Geografie, seinen kulturellen Charakteristiken sowie der Struktur und Einbindung seiner gesellschaftlichen Gruppen zu tun. Natürlich hat die Leitung des Staates rechtliche Auswirkungen.

Unter Annahme dieser vorläufigen Definition des „Staatsmanns“ kann der Schluss gezogen werden, dass die (pluri)nationale Frage eines der großen Probleme unserer alten Staatsmänner bei der Definition des Staates in Spanien war. Niemand wird abstreiten, dass die deutlichste Ausprägung dieses Problems die Einbindung Kataloniens in diesen Staat gewesen ist.

Die Erfahrung des Staats seitens der spanischen Rechten während des 19. und 20. Jahrhunderts (von der Restauration der bourbonischen Monarchie über die Diktatur des  Primo de Rivera und die Franco-Diktatur bis hin zu den zwei Legislaturperioden Aznars) hat zu einem engen und überwiegend autoritären Verständnis der spanischen Wirklichkeit geführt, das die Plurinationalität Spaniens direkt leugnet. Für die spanische Rechte wäre die verfassungsrechtliche Differenzierung zwischen Regionen und Nationalitäten sowie dem Staat der Autonomien eine Lösung gewesen, die in keinem Fall der plurinationalen Wirklichkeit entspricht. Für die Rechte ist es einfach inakzeptabel, den Begriff Nation im spanischen Hoheitsgebiet mit irgendetwas anderem als Spanien zu verknüpfen. Kurios ist, dass die spanischen Konservativen den Staat immer mit der Monarchie und den Diktaturen, jedoch niemals mit dem Konzept Land identifiziert haben. Für unsere Konservativen ist der Staat selbst unter mehr oder weniger demokratischen Bedingungen immer mit der Monarchie gleichzusetzen.

Die Erfahrung des Staats seitens der Linken hätte erwartungsgemäß zu einer Staatspolitik führen können, welche die plurinationale Frage anging. Trotz einiger Versuche ist dies jedoch niemals gelungen. Weder die September-Revolution 1868 noch die Zweite Spanische Republik von 1931 bis 1936 waren von langer Dauer, obwohl Letztere einige bemerkenswerte Fortschritte einschloss, die jedoch vom Spanischen Bürgerkrieg aufgehoben wurden. Nach dem Ende der Transition 1982 verwaltete die PSOE das Staatsmodell der Autonomien relativ komfortabel im Rahmen der konstitutionellen Monarchie aus dem Jahr 1978. Dieses Modell funktionierte dank der Stabilität, welche die beiden großen „nationalistischen“ Parteien (CiU in Katalonien und PNV im Baskenland) diesem gewährten. Zu diesem Zeitpunkt erschien Europa wie ein Versprechen, das die Eliten aller Regierungsparteien gleichermaßen begeisterte. Für politische Kräfte wie die PNV oder CiU (ebenso wie für andere europäische Parteien von Nationen ohne Staat) schien Europa die zukünftige Lösung des plurinationalen Problems Spaniens zu sein.

In den letzten 10 Jahren, während der die Wirtschaftskrise die Durchführbarkeit des Projekts der Europäischen Union wie wir es bisher kannten infrage gestellt hat, brach die Stabilität des politischen Regimes in Spanien an zwei Flanken auf: einerseits durch die „Bewegung 15. Mai“, aus der in den Wahlen u. a. Podemos hervorging, und andererseits durch den Unabhängigkeitsprozess in Katalonien.

Jenseits von dringenden Terminkalendern, Gerichtsverfahren, Rechtsaberkennungen, verbalen und parlamentarischen Spannungen, Mobilisierungen und einseitigen Zwängen stehen Spanien und Katalonien heutzutage der Realität ihrer Geschichte und ihrer Beziehungen gegenüber. Dies gilt auch für den Mangel an politischen Vorschlägen, zumindest seitens der traditionellen politischen Parteien, wie ein Staat aussehen soll, der über die Unabhängigkeit auf der einen und der Unbeweglichkeit auf der anderen hinausgeht.

Seit sich Katalonien, Portugal und Andalusien im 17. Jahrhundert dem Staatsprojekt der habsburgischen Monarchie widersetzten, hat die plurinationale Spannung einen Staat gekennzeichnet, der historisch nicht in der Lage gewesen ist, für dieses Problem eine definitive oder dauerhafte Lösung zu finden. Das Eintreffen der bourbonischen Dynastie im 18. Jahrhundert brachte ein hyperzentralistisches Projekt französischen Stils mit sich, das auf Widerstand stoß und scheiterte. Tatsächlich haben es die Bourbonen nicht geschafft, in Spanien über den Staat eine einzige Sprache, eine einzige Kultur und einen einzigen institutionellen Apparat durchzusetzen. Der Spanische Unabhängigkeitskrieg gegen Napoleon 1808 war vielleicht eine der wenigen Gelegenheiten, eine einigende Identität Spaniens zu bilden, die jedoch niemals uninational gewesen wäre. Die damaligen Liberalen konnten sich jedoch nicht gegenüber der unbezwingbaren Macht einer Monarchie durchsetzen, deren patrimonialistisches und autoritäres Staatsmodell Spanien vom restlichen Europa entfernte.

Bei allen Regimekrisen in Spanien erscheint Katalonien seit diesem Zeitpunkt als eine der Schlüsselreferenzen der Krise. Die Carlistenkriege hatten im Baskenland und in Katalonien mehr mit dem Schutz der eigenen Gerichtsstände und dem gemeinsamen Widerstand gegenüber einer Art der gleichschaltenden Modernisierung zu tun, als mit dem dynastischen Problem und dem politischen Konflikt. Von den regionalen Rebellionen während der Ersten Spanischen Republik bis hin zum Entstehen der spezifisch katalanischen und baskischen Unabhängigkeitsbewegungen Ende des 19. Jahrhunderts  sind sie Ausdruck einer Spanien inhärenten Spannung zwischen Zentrum und Peripherie, die sich nicht mit den sogenannten „historischen Nationalitäten“ erschöpft.

Als nationale, kulturell im Mittelmeer beheimatete Gemeinschaft mit einer industriellen und gewerblichen Bourgeoisie, die eine Zwischenstellung zwischen dem landwirtschaftlichen Spanien und dem entwickelten Europa einnimmt, zeichnet sich Katalonien durch eine kulturell vermischte und politisch sehr fortschrittliche Arbeiterbewegung aus, die bei politischen Veränderungen in Spanien immer eine zentrale Rolle gespielt hat.

Während des gesamten 19. und der ersten Jahrzehnte des 20. Jahrhunderts fußte jede zuerst liberale, dann republikanische und nach dem politischen Einbruch der Arbeiterbewegung schließlich bürgerliche Gegenwehr gegen das monarchisch-konservative Regime in dem Widerstand gegen den Zentralismus. Dies kam erneut mit der Zweiten Spanischen Republik zum Ausdruck, die ausgerechnet erstmals in Katalonien ausgerufen wurde.

Die Franco-Diktatur ignorierte anhand des politischen Terrors eine Wirklichkeit, die im Kampf gegen das Franco-Regime lebendig war und welche die PSUC, die zum damaligen Zeitpunkt in Katalonien und Spanien fortschrittlichste Partei der Arbeiterklasse, bereits in den 30er-Jahren verstanden hatte. Diese Wirklichkeit trat verstärkt zum Vorschein, als die demokratischen Freiheiten zum Teil zurückgewonnen wurden, und forderte eine institutionelle Lösung, die weder eine Staatslösung noch eine verfassungsmäßige Lösung war und als politischer Pakt formuliert wurde, um ein verfassungsrechtliche Vakuum zu füllen. Dieser Pakt wurde als Staat der Autonomien bezeichnet.

Angesichts einer wachsamen Armee ohne demokratische Kultur ist es wahrscheinlich, dass die Differenzierung zwischen Regionen und Nationalitäten des Verfassungstextes aus dem Jahr 1978 und das „für alle obligatorische Modell“ des Staats der Autonomien das Maximum war, was man zum damaligen Zeitpunkt erreichen konnte. Heute ist die Krise in Katalonien jedoch der Beweis dafür, dass neue Formeln erforderlich sind, um die Plurinationalität Spanien anzugehen. Was die Eliten der alten dynastischen Parteien des Jahres 1978 und ihr neues orangefarbenes Anhängsel heutzutage offen legen, ist im Wesentlichen ihre Unfähigkeit, den Staat und Spanien zu definieren. Ähnliches trifft jedoch auch auf die alten rechten „nationalistischen“ Parteien Kataloniens zu, die falsche Wege einschlagen, sich auf trumpistische Senatoren in den USA stützen und gleichzeitig auf naive Weise von Europa fasziniert sind, die im Gegensatz zur harten Realität steht.

Nichts ist jemals von der spanischen Rechten und ihren neuen orangefarbenen Versionen zu erwarten gewesen, die wie ein Vogel Strauß darauf beharren, die plurinationale Realität zu verleugnen. Verschärft wird dieses Problem jedoch durch die Tatsache, dass die hellsten und fortschrittlichsten Köpfe der katalanischen Sozialisten, die sich zumindest ihrer eigenen nationalen Realität bewusst waren, verschwunden sind. In der Gegenwart weiß ihre Partei, die PSC (die der Generalsekretär der sozialistischen Gruppe im Parlament, Miguel Ángel Heredia, auflösen wollte), nicht, wie sie eine Debatte mit einer in der Mittelmäßigkeit verankerten PSOE anstoßen soll, die weder Spanien noch deren plurinationale Realität versteht. Denken Sie an Heredia und erinnern Sie sich an Pascual Maragall und Sie werden verstehen, was ich meine.

Vor Jahren hätte diese Debatte innerhalb der Linken vielleicht unter dem Gesichtspunkt des Föderalismus geführt werden können. Der Föderalismus war in Spanien ab dem 19. Jahrhundert zweifellos das Fähnlein zunächst der fortschrittlichen liberalen und republikanischen Bourgeoisie und schließlich der Organisationen der Arbeiterklasse. Unbestreitbar ist auch, dass eine föderalistische Lösung in den Jahrzehnten nach der Transition möglich gewesen wäre, sogar unter den Bedingungen, die Azaña, der letzte Präsident der Zweiten Spanischen Republik, für die Restrukturierung Spaniens vorgeschlagen hatte.

Inzwischen ist in Katalonien jedoch viel Wasser unter den Brücken durchgeflossen. Heutzutage den Staat unter der Berücksichtigung Spaniens zu definieren, bedeutet, das Recht des katalanischen Volkes anzuerkennen, sein Schicksal in einem Referendum zu entscheiden, und ausgehend von diesem Standpunkt in Katalonien und Spanien ein plurinationales Staatsmodell zu diskutieren das Katalonien nicht nur als Nation anerkennt, sondern auf eine staatliche Konfiguration setzt, die ein für alle Mal die plurinationale Realität unseres Landes annimmt und auch mittels neuer administrativer Einrichtungen ausgedrückt werden kann, mit einem Staatsprojekt, das mit der sozialen Gerechtigkeit und der Volkssouveränität verknüpft ist. Die katalanischen Schwesterparteien von Podemos haben beispielsweise von einer katalanischen Republik in Spanien gesprochen. Meiner Ansicht nach müssen wir noch weiter gehen. Vielleicht sollte die republikanische Idee aufhören, eine mit Symbolen des 20. Jahrhunderts verbundene Nostalgie zu sein, und sich in einen verfassunggebenden Impuls verwandeln. Dieser Impuls schlägt in Spanien seit den Kundgebungen des 15. März. Vielleicht dient diese Idee nicht nur dazu, Katalonien zu definieren, sondern bietet uns auch einige Schlüsselideen, uns als Staatsmänner ein neues soziales und plurinationales Spanien vorzustellen.

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