Sr. Grau
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sr. Ramon Grau Llorens – Masons Fruits

 

RAMON GRAU LLORENS

Reus (Tarragona)

1968

Fundador de Masons Fruits

 

 

 

 

10/05/2022

 

 

Con una vida a caballo entre Reus y El Lloar, siempre se ha mantenido en contacto con la tierra y sus frutos. A sus hijos, continuadores de la empresa familiar, los orienta hacia el servicio y la logística, que son el futuro de nuestro país. Y cuando el trabajo se lo permite, se relaja con sus viñas y olivos.

 

 

A través de la tierra mantengo un vínculo muy fuerte con el pueblo y la comarca

Soy de la comarca del Priorat, nacido concretamente en El Lloar, donde mi familia vivía de la agricultura, y mi padre, Ramon Grau, de vez en cuando, hacía de chófer porque tenía tres hijos que alimentar y la tierra no daba para mucho. Mi madre, Pepita Llorens, que aún vive, era ama de casa. En 1970, cuando yo tenía dos años, surgió la posibilidad de llevar dos granjas de gallinas en Montbrió del Camp, y nos trasladamos allí, hasta que mi padre encontró un empleo de chófer de un camión de doce toneladas en Reus, ciudad que se convirtió en el nuevo destino familiar, ya definitivo. Somos pues, reusenses, aunque los fines de semana en El Lloar no nos los quita nadie, porque continuamos teniendo tierras allí. En su momento teníamos una hectárea de vid y quince olivos para hacer aceite, y hoy contamos con tres hectáreas y media de vid y una hectárea y media de olivos. La tierra es mi gran pasión y afición, y a través de ella mantengo un vínculo muy fuerte con el pueblo y la comarca.

 

Cuando enseño a hacer algo, siempre doy la oportunidad de llevarlo a cabo a quien lo aprende

Mi infancia fue muy feliz, aunque no llegué a conocer a ninguno de mis dos abuelos, desaparecidos en la guerra, sí pude estar con mis abuelas. De mi niñez recuerdo especialmente a mi padre enseñándome a hacer las tareas; aunque nunca me daba la oportunidad real de hacerlas, y yo me quedaba con las ganas. Él me decía: «Yo te lo he enseñado. Ya lo harás el día que te toque». Poniéndome en su lugar, tenía su lógica: si las hacía él, el resultado era perfecto. Si las hacía yo, no, y habría que hacerlas dos veces. Aun así, debo confesar que, en ocasiones, probándome a mí mismo, realizaba alguna faena a escondidas, sin poder contrastar con él si las había hecho bien o no. Eso me marcó, de manera que hoy en día, cuando enseño a hacer algo, siempre doy la oportunidad de llevarlo a cabo a quien lo aprende. Al ser mi padre hortelano por afición, las tareas a las que me refiero son las relacionadas con la huerta, o con asuntos domésticos, como reparaciones, obras o arreglos en casa, porque, además, era un manitas.

 

Recuerdo a la padrina hablar de dos bandos

Fui niño en las postrimerías del franquismo y el inicio de la democracia, aunque en casa no se hablaba mucho de política. Sí que recuerdo a mi abuela paterna Teresa, la padrina, hablando a menudo de los dos bandos, de los rojos y de los que se hacían llamar nacionales, una separación que en los pueblos pequeños del interior seguía dividiendo a la población, y de vez en cuando, al morir algún vecino, la padrina sacaba a relucir sus batallitas durante la guerra. También explicaba sus vivencias; por ejemplo, que en los primeros años de la dictadura, si no alzabas el brazo al estilo franquista para saludar, te multaban con dos pesetas. De la muerte de Franco, lo que recuerdo perfectamente es que no fui a colegio.

 

Prefería procurarme trabajitos a horas para ganar cuatro cuartos y poder gastármelos el fin de semana

Mi adolescencia no se entiende sin El Lloar, un pueblecito que ahora tiene 106 habitantes permanentes, que pueden ser 300 durante el verano. Aunque vivía en Reus, es allí donde me hice mayor. Lloviese o hiciese sol, cada viernes, al salir del colegio, me iba con mis padres a El Lloar. En el caso de que no vinieran, me espabilaba y me montaba en el coche de línea para irme solo, porque sabía que me esperaba la padrina Teresa, que vivía aún allí. Con ella era muy feliz, porque ya se sabe que los abuelos consienten lo que no consienten los padres. La buena mujer incluso me ofrecía dinero para salir sin tener que pedirlo, pero yo no se lo aceptaba. Si iba al pueblo una semana o dos, por Semana Santa o Navidad, prefería procurarme trabajitos a horas para ganar cuatro cuartos y poder gastármelos el fin de semana. Hablo de cuando tenía, doce, trece o catorce años. Mi adolescencia no fue la de Reus o Salou, de discotecas y salas de fiesta, sino la de los pueblos pequeños y sus fiestas mayores, que íbamos encadenando de fin de semana en fin de semana, montados en nuestras bicicletas, con una libertad total y absoluta, pero aprendiendo a la vez a ser responsables de nosotros mismos. ¿Cómo olvidar que, con catorce años, volvíamos a casa a las dos o las tres de la madrugada? ¿Qué chico de hoy puede hacer algo así? Si volviese a nacer, volvería a tener exactamente la misma adolescencia, porque la viví muy intensamente.

 

La padrina Teresa era querida por todo El Lloar

Mi abuela paterna, la padrina, como decimos en El Lloar, no solo era mi padrina; era un poco la de todo el pueblo. Había muchas padrinas, todas con su nombre; pero, cuando se hablaba de la padrina a secas, todo el mundo entendía que era ella, Teresa, porque era una persona especialmente entrañable, y porque siendo joven, en una época de carencias en la que algunas madres tenían problemas para dar el pecho a sus hijos, ella cuidaba y alimentaba a media docena de críos del pueblo. Era un personaje incluso en los pueblos de alrededor. Mi abuela materna, Julia, tuvo un papel menos destacado porque ya vivía en Reus, y esta ciudad representaba la normalidad, a diferencia de El Lloar, que representaba —y representa― la escapada, el retorno.

 

Me encargaba del control de calidad, el cual determinaba el precio que pagábamos

Estudié para técnico administrativo en Formación Profesional porque era algo que me encantaba. Cuando estaba casi a mitad de mis estudios, a los diecisiete años, mi padre se enteró de que una empresa dedicada a los frutos secos buscaba a un chico para su almacén, que llevase el tema de los albaranes y los papeles. Me presenté, y ni siquiera me hicieron una prueba: empecé a trabajar ese mismo día. Les bastó saber que yo ya conocía el mundo de los frutos secos. Al cabo de un año, me hicieron fijo, y cada vez me daban más responsabilidades. Con el tiempo, me encargué también del control de calidad del género que nos entraba: grados de humedad, separar el bueno del malo y hacer escandallos. Este control determinaba el precio que le pagábamos al productor. Era una tarea de mucha responsabilidad, que generaba discusiones, aunque siempre llegábamos a acuerdos.

 

Contaban conmigo en la empresa para cuando me licenciara

Todo esto sucedía antes de ir al servicio militar, al cual me fui con dieciocho años, a pesar de no ser voluntario. Tanto el campamento como el destino me tocaron en el cuartel de la meseta de Gardeny, en Lleida. Allí había dos tipos de policía militar: la que se encargaba de vigilar a los soldados y la que acompañaba al comandante y a los tenientes, conocida como «la 43». Un día, estando cientos de soldados formados en el patio, anunciaron por megafonía que elegirían a 63 soldados para integrar la policía militar. Escogieron a los 58 más altos, y luego a dos que debían tener algún contacto. Pero aún faltaban por elegir tres que tuvieran el carnet A-2 de moto, que era mi caso. Salimos de la formación los quince candidatos y nos hicieron formar por orden de altura. Como yo era el segundo más alto, a pesar de medir solo un metro setenta y tres, fui uno de los elegidos. Siendo ya de «la 43» y cabo primero, graduación a la que decidí promocionarme para poder coger permisos, leí un día en el periódico que la empresa en la que me guardaban el puesto de trabajo suspendía pagos. Era un empleo que podía compaginar con mis estudios y que no quería perder, así que, preocupado, llamé al encargado, con quien mantenía una buena relación, y me dijo que, en cuanto tuviera un permiso, fuera a verlos, que querían hablar conmigo. Lo hice y me explicaron que suspendían pagos pero que abrirían otra empresa con otro nombre y una estructura menor, y que cuando me licenciara, contaban conmigo. Solo había un pero: la empresa se ubicaría en Barcelona. Lejos de ser un inconveniente, por casualidades de la vida, yo en esas fechas salía con una chica de Barcelona, así que la nueva oferta de trabajo resultó óptima para mí.

 

Durante dos décadas tuve responsabilidades en el ámbito comercial

Para licenciarme me quedaban cuatro meses, y la espera se me hizo muy larga. Cada quince días llamaba a mi encargado para cerciorarme de que su oferta seguía en pie. Así las cosas, cuando faltaba solo un mes para que me dieran la libertad, la chica con la que salía me dejó, algo que suele pasar durante la mili, y mi encargado volvía a convocarme para hablar: me temía lo peor. Ya me había hecho ilusiones e imaginé que todo se había ido al traste. Afortunadamente, los planes seguían igual, salvo el traslado a Barcelona; la empresa continuaría en Reus, y yo tendría responsabilidades comerciales, formación que fui adquiriendo ya durante los permisos de mis últimos meses de servicio militar. Ya licenciado, compaginé el trabajo con los estudios, que pude hacer en horario nocturno. Mi periplo en esta empresa empezó en 1988 y duró hasta mayo del 2008.

 

Tenía todo lo que necesitaba: proveedores y clientes

En 2003, como la empresa de frutos secos trabajaba aún con fuel, un combustible peligroso, y estaba ubicada en el centro de Reus, recibió un ultimátum del ayuntamiento para trasladarse fuera del núcleo urbano antes de cinco años. Todo ello desanimó al propietario, que vendió la finca a un constructor inmobiliario y trasladó la empresa a un polígono, ya hacia el año 2007. Allí duró un año. En 2008, el propietario, siendo tercera generación familiar al frente del negocio y sin ningún heredero que lo continuara, decidió bajar la persiana. Durante mis veinte años allí, me había convertido en el factótum de la empresa, pero me tocaría volver a empezar; la incertidumbre se había cruzado en mi camino. Justamente, fue él, el propietario, quien me abrió los ojos; y es que, salvo dinero, yo tenía todo lo que necesitaba: proveedores y clientes. Me sugirió que continuara la empresa yo. Y lo vi claro: lo único que me faltaba era financiación. Fui a visitar a los tres proveedores más importantes, uno de avellanas, otro de almendras y otro de piñones, les expliqué la situación y les pedí ayuda financiera, de manera que yo cobrase a 30 días y les pagase a ellos a 45 o 60 días. Accedieron, y esta rueda financiera salvó la empresa y me convirtió en empresario, oficialmente, desde el 1 de julio de 2008. Poco me importaba que la palabra que más sonara entonces en todas partes fuera «crisis». Tenía que hacerlo, era mi oportunidad: había heredado la cartera de clientes y la de proveedores, con la diferencia de que ahora ya estaba todo a mi nombre. ¿Qué más quería? Y Masons Fruits, así llamé a la empresa, fue creciendo y consolidándose, hasta el punto de que hoy movemos una producción anual de 400 toneladas.

 

La almendra marcona proviene de toda España; la avellana, sobre todo de Reus, y los piñones, de Castilla

Nuestro trabajo consiste en comprar producción de almendra, avellana y piñones ya en grano a asociaciones o cooperativas de productores, que son quienes tienen las rompedoras necesarias para liberar el fruto de su cáscara. Una vez disponemos de este producto, lo llevamos a una empresa que nos lo envasa según nuestros requerimientos. Cuando ya está envasado, con nuestra etiqueta y todo, vuelve a nuestro almacén logístico, desde donde se comercializa, proveyendo de materia prima a pastelerías tradicionales e industriales, confiterías, etc.  Nuestra almendra marcona proviene de toda España; la avellana, sobre todo de Reus, y los piñones, de Castilla. También tratamos el resto de frutos secos, pero en menor volumen, así como bayas y especias, que últimamente se utilizan mucho en repostería. Tenemos 15 proveedores y unos 600 clientes. Pueden parecer cantidades desproporcionadas, pero es que compramos volúmenes muy grandes, que pueden llegar a los 20.000 kilos, y vendemos a partir de 50 kilos hasta algunas toneladas.

 

La especulación se acabaría si cada producto valiese lo que cuesta

Siempre se ha especulado con todo, no es algo nuevo; y los frutos secos no son una excepción. Siempre se especulará con ellos, igual que con todos los alimentos considerados básicos y de primera necesidad, como los cereales y la leche. Ahora, por culpa de la guerra de Ucrania, tenemos un ejemplo con el aceite de girasol, que ha quintuplicado su precio de venta al público. El mercado se rige por la oferta y la demanda, con lo que la especulación está servida. Personalmente, nunca me ha gustado, aunque haya sido una constante a mi alrededor durante los treinta y cinco años que llevo trabajando. ¿Por qué el productor agrícola, de campo, no puede repercutir sus costes en el precio del producto que vende? Quizá está ahí el origen de todos los males. La especulación se acabaría si cada producto valiese lo que cuesta. Y más indefensos están aún los payeses de perecederos como las lechugas o los tomates, porque no se pueden almacenar durante meses, como los frutos secos. Cuando hay que darle salida a un producto perecedero, la especulación campa a sus anchas.

 

Cada producto agrícola tiene su cultura

Detrás de cada producto agrícola hay toda una cultura. Se ha escrito mucho, por ejemplo, sobre la cultura del vino, y mucha gente ha adquirido conocimientos de ella sin necesidad de ser enólogo. Cuando se produce vino, cuando se vende vino, cuando se bebe vino, se está participando de toda una cultura. ¿Por qué el vino del Montsant es diferente del vino del Priorat? También los frutos secos tienen su cultura; no todas las almendras marconas son de la misma calidad, ni tienen las mismas prestaciones o usos. No hay un tipo de cacahuete, sino muchos tipos y, sin embargo, el consumidor no llega a percibirlos, cuando debería, porque pueden llegar a tener propiedades muy diferentes. Todo el mundo sabe que el corazón del producto conocido como Conguito es un cacahuete, pero no se sabe que se trata concretamente de cacahuete argentino, que es diferente del cacahuete brasileño. ¿Por qué las pipas de girasol son tan diferentes entre sí, si todas proceden de la misma planta? Es muy importante divulgar y dar a conocer la cultura que hay detrás de cada producto agrícola, y así revestirlo de un valor añadido que hará que sea apreciado como merece.

 

Ofrecemos una solución para aquellas bodegas que no pueden almacenar en sus instalaciones todo su producto acabado

Tenía una nave de alquiler con una cámara frigorífica de 180 m2 que servía para almacenar los frutos secos, pero, a petición de un amigo viticultor de la zona, empecé a destinarla, también, a conservar vino, porque en verano podía hacer mucho calor y perjudicarlo. Esta cámara frigorífica fue la génesis de una nueva división de logística de Masons Fruit, que hoy, a través de diversas cámaras frigoríficas, ya dispone de 540 m2 y refrigera hasta 290.000 botellas para trece bodegas de las denominaciones de origen Montsant y Priorat. También almacenamos para alguna denominación de origen de fuera de Catalunya, como Ribeira Sacra. Masons Fruits se encarga de toda la logística y del picking. Ofrecemos una solución para aquellas bodegas que no pueden almacenar en sus instalaciones el volumen de su producto acabado; además, como ya tenemos el género, servimos sus pedidos a sus clientes, casi siempre exportaciones (a Europa, Asia, Estados Unidos, Oceanía…), asumiendo el empaquetado, envío y todo el papeleo necesario para los organismos de aduanas pertinentes, que no es poco. Me refiero, por ejemplo, al documento conocido como BGS, donde se relaciona el número de botella enviadas y su graduación alcohólica.

 

Contamos con la Administración para las actividades y los tramites, pero a veces no tienen los tempos que nos gustaría

No es aceptable paralizar una actividad económica durante un buen tiempo solo por razones burocráticas; ésta, puede llegar a ser un mal para la actividad económica. Hay demasiado papeleo y muchas duplicidades entre las diferentes administraciones. En Masons Fruits, al realizar esta actividad logística con el vino, una bebida alcohólica, mantenemos relaciones frecuentes con la Administración. Contamos y nos apoyamos en ella para las actividades y los tramites, pero a veces no tienen los tempos que nos gustaría. Además, debido a toda la transición digital y a la pandemia, la forma de relacionarse con la Administración está mutando hacia la vía telemática. Creemos que este cambio es positivo, pero no es una realidad que siempre funcione.

 

Cuesta encontrar profesionales incluso para un remiendo

Encontrar gente para trabajar se está convirtiendo ya en un problema social. Pero no solo resulta complicado a la hora de emplear, sino también cuando buscas a un profesional para hacer en casa una reparación o un remiendo. La Formación Profesional no ha funcionado, hay que remodelarla, y volver a prestigiarla. Si hubo una generación más o menos bien formada, como la nuestra, después no ha habido continuidad. Quizá sea que las nuevas generaciones han huido del trabajo manual, o puede que hayan entendido de sus mayores que la Formación Profesional es para los estudiantes que no tienen suficiente nivel… En cualquier caso, quisiera hacer un ruego a los empleadores: demos oportunidades a quienes no pueden acreditar experiencia, a los recién formados. Que la experiencia no sea un obstáculo, por favor. No frustremos a gente que tienes ganas pero no tiene experiencia; formémosla según nuestras necesidades.

 

Tengo el honor de representar a los viticultores de la comarca

Después de seis años de ser su vicepresidente, asumí la presidencia de la Cooperativa Vinícola del Priorat, que ha aglutinado las cooperativas de cuatro pueblos de la comarca. Anteriormente, fui secretario de l’Associació d’Agricultors del Priorat. Es un reflejo de la pasión que siento por la agricultura, del llamado que la tierra ejerce en mí. Siempre he considerado un privilegio ser el interlocutor de los agricultores y viticultores de la comarca cuando ha habido que ir a hablar con el Departament d’Agricultura de la Generalitat u otros estamentos de poder. Todo esto, dicho sea de paso, sin remuneración alguna, siempre poniendo mi tiempo a disposición del interés común; y pagando yo mis dietas y el transporte, si he tenido que viajar en ejercicio del cargo.

 

Somos una familia de tres hermanos y tres empresarios

Mi carácter y convicciones se forjaron en casa, influenciado por mis padres que me enseñaron el valor del trabajo, de la honestidad, a no ser egoísta, a velar por los nuestros y a convivir con el prójimo. También quiero hacer una especial mención del encargado, José González, que tenía en la empresa de frutos secos, porque fue de las personas más influyentes en mi juventud. De él aprendí a saber cómo hablar en cada momento y con cada tipo de interlocutor. Iba más allá del trabajo estricto; me enseñó a ir por la vida, y no un período corto de tiempo, sino durante once años, hasta su jubilación. Entonces no era suficientemente consciente de la influencia benéfica que estaba ejerciendo en mí. Es algo de lo que te vas dando cuenta con el paso del tiempo. En casa somos tres hermanos: Enric, Josep Maria y un servidor, que soy el pequeño. Los dos mayores tienen una empresa de iluminación y sonorización. En casa no había tradición empresarial, pero Josep Maria empezó a trabajar de muy joven, recién salido de la Formación Profesional, y tras unos años a sueldo en una tienda de electrónica, decidió que quería establecerse por su cuenta, a pesar de que mis padres, criados en la tradición de trabajar siempre para terceros, no lo veían muy claro. Enric, el primogénito, prefirió en principio trabajar en una empresa, donde se especializó en el campo de la contabilidad, lo que explica que siempre haya llevado las cuentas de mi empresa y de la familia, así como los temas fiscales y jurídicos, velando por todos nosotros en este sentido. Hoy es socio de Josep Maria. Somos una familia muy unida, y el deseo de mis padres siempre fue que, si creábamos empresas, participáramos en ellas los tres hermanos.

 

Marian y Eric trabajan en la empresa de manera natural

Trabajamos junto Antonia, la madre de mis hijos, encargada de la logistica, Enric, que lleva la contabilidad, mis dos hijos y yo mismo. Puntualmente, durante campañas concretas, contratamos un par de personas de apoyo. Tengo la gran suerte de que mis hijos, Marian y Eric, trabajan en el negocio; un negocio que les vamos a traspasar y que ellos ya van modelando a su manera sin que pierda su esencia. Cada generación hace las cosas a su manera, y el «siempre se ha hecho así», el inmovilismo, ya no funciona. Marian lleva la administración, y Eric, la logística, aunque siempre he procurado que no se encasillen en lo que hacen, que sepan un poco de todo. Ellos son la esperanza de la continuidad, porque trabajan en la empresa familiar de manera natural, porque ha fluido y porque así lo han deseado, no porque se lo hayamos inculcado. Al contrario, estudiaron e hicieron prácticas en otras empresas, y en cualquier momento hubieran podido tomar otro derrotero.

 

Masons Fruits es una obra colectiva que entre todos hemos creado y consolidado

Antonia y yo nos entendemos perfectamente a todos los niveles; de hecho, mantenemos una fantástica relación. Es socia al 50%, pero no es solo eso: somos familia. Sin el apoyo que todos nos damos en los momentos difíciles, no habríamos llegado hasta donde lo hemos hecho. El sentimiento de estar al servicio de una obra colectiva, de un proyecto que entre todos hemos creado y consolidado, es muy fuerte e intenso. Si algo me apena, es que, por ley de vida, probablemente voy a perderme lo que Masons Fruit será dentro de treinta o cuarenta años. De momento, saber que tiene un largo futuro por delante ya resulta muy gratificante.