Sra. Martínez
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sra. Mari Luz Martínez Castellano – Oriol Motos, S.L.

 

 

MARI LUZ MARTÍNEZ CASTELLANO

Barcelona

1969

Gerente de Oriol Motos, S.L.

 

 

20-4-2022

 

La vida le condujo a asumir los mandos del negocio de su marido pese al desconocimiento del mundo de las motos. Con arrojo y determinación, ha sabido superar los difíciles obstáculos a los cuales ha tenido que enfrentarse, incluida la insultante displicencia de parte del entorno empresarial Su talante femenino, precisamente, es lo que le ha permitido imprimir su personal huella a la empresa, que ha conseguido ganar visibilidad mientras mantiene vivo el espíritu de su fundador.

 

 

Salvé la vida a los cuatro años, cuando sufrí una grave dolencia pulmonar

El hogar que me vio nacer estaba en el barrio de Horta; una circunstancia nada menor porque, posiblemente, esa ubicación tan cercana al Hospital de la Vall d’Hebron fue determinante para mi supervivencia cuando, a los cuatro años, enfermé gravemente. Aunque en un primer viaje al centro sanitario los médicos desecharon la posibilidad de que se tratara de una patología relevante, cuando mis padres me trasladaron a urgencias en un taxi, visiblemente amoratada, de inmediato me derivaron al quirófano, donde lograron salvarme. Así las cosas, no resulta extraño que mis primeros recuerdos de infancia me sitúen en una sala en la que convivía con otros siete niños de manera incomunicada. Permanecí ahí durante ocho días, con un tubo que me drenaba los pulmones, y viendo a mis padres, Maruja y José Antonio, a través de un cristal. Contábamos con la ayuda del único de los críos que podía deambular por la habitación y que ejercía las funciones de recadero, entregándonos juguetes o mensajes que, a través de una pequeña trampilla, le facilitaban nuestros progenitores.

 

«Has hecho algo que nunca nadie había conseguido: unirnos a todos en un mismo lugar»

De aquellos días, y de los siguientes, guardo muchas muñecas que me regalaron. Me gustaba hacerles vestidos, que confeccionaba con las revistas que me entregaba mi madre. Yo recortaba los que aparecían en las fotografías y, con aguja e hilo, lograba respetables resultados, en lo que constituían mis primeros pinitos en algo que siempre se me ha dado muy bien, como son las manualidades: pintar, dibujar, hacer punto de cruz, patchwork o incluso bisutería para mis amigas. De hecho, siguen siendo algunas de mis aficiones. Ahora hace un par de años empecé a cubrir una pared de casa con fotografías familiares, personalizando el marco de cada una de ellas, aplicándoles el color o el estilo con el que identifico a cada cual. Creo que es algo que revela parte de mi carácter, pues a mi condición de madre le sumo el deseo de mantener a la familia unida. Eso me llevó, con ocasión del sexagésimo aniversario de mi madre, a organizarle una fiesta. El objetivo era reunir a todos los miembros, lo cual no se antojaba un reto fácil. Pero llamé a cada uno de ellos y les subrayé la importancia de su asistencia para mi madre. Logré que vinieran todos y, una vez finalizada la fiesta, mi abuelo me cogió de la mano y me dijo: «Niña, has hecho algo que nunca nadie había conseguido: unirnos a todos en un mismo lugar». Cuando dos meses más tarde mi abuelo falleció, no pude evitar una sensación de haberle podido proporcionar la última gran alegría de su vida; como si aquel capítulo le hubiera permitido descansar en paz y como si aquella frase que me dedicó hubiera sido su despedida.

 

Obtuve las titulaciones de auxiliar y técnica administrativa

Cuando mi hermano Sergi nació, ya nos habíamos trasladado a vivir junto al Parc de la Ciutadella. En casa siempre me caractericé por ser una niña obediente, y en la escuela de monjas en la que cursé mi escolaridad me revelé como una alumna aplicada, a pesar de que los estudios no me seducían. Ese exceso de celo en mi bondad, el no querer disgustar a mis padres, fue posiblemente lo que me llevó a demorar mi confesión ante ellos respecto a mis planes académicos. No fue hasta cinco días antes de empezar el Bachillerato cuando, armándome de valor, les comuniqué que había decidido decantarme por la Formación Profesional. Aquello constituyó un drama, pues mi padre se había esforzado para matricularme en un determinado centro. A ello se le unía el disgusto que provocaba la alternativa elegida, ya que los estudios de FP se asimilaban, en ese momento, a los alumnos que suspendían, sin capacidad para afrontar el BUP y encaminarse hacia la universidad. Pero aquello no me seducía. Escogí la rama de administrativa, desde la que obtuve dos titulaciones: la de auxiliar y, posteriormente, la de técnica.

 

El noviazgo con Oriol alentaba los comentarios entre el vecindario y la expectación cuando acudía a buscarme a la escuela

Mi padre trabajaba como encargado en una ferretería. Él pretendía que algún día yo trabajara en ese comercio, pero a mí no me resultaba tampoco atractivo. Y menos si recuerdo mi primera infancia, cuando él tenía que desplazarse en metro desde Horta hasta la Via Laietana, donde se hallaba el establecimiento; teniendo en cuenta que, de regreso, desde la plaza Eivissa hasta nuestro hogar había un largo y empinado trecho. En casa aguardaba mi madre, que siempre ha ejercido las labores del hogar. Ninguno de los dos puso objeciones a mi noviazgo con Oriol, a quien conocí a los dieciséis años, aunque él me aventajaba en nueve. Aunque yo era una chica que exhibía una madurez impropia de mi edad, no dejaba de ser una adolescente, lo cual contrastaba con él, a quien por su aspecto podía considerarse todo un hombre. Aquella circunstancia alimentaba comentarios en el vecindario y, al mismo tiempo, expectación en el centro donde yo estudiaba, pues Oriol acudía con su moto a buscarme. Una feliz coincidencia propició que nuestras vidas se cruzaran, pues la vecina del tercero había empezado a salir con el hermano de Oriol. Poco podíamos pensar entonces que acabaríamos siendo cuñadas.

 

Decliné asumir la contabilidad del negocio de Oriol para evitar posibles fricciones en nuestro matrimonio

Mis inicios profesionales fueron como estudiante en prácticas, con un convenio de seis meses y sin remuneración en una asesoría en la que ejercía de auxiliar administrativa. Una vez cumplido el plazo, pretendían que prolongara un mes adicional mi estancia en la empresa, pero me negué si no formalizaban un contrato. A continuación, ingresé en una compañía informática, donde todo el equipo era masculino y en el que me correspondía efectuar todas las tareas que me encomendaban: desde la contabilidad hasta la limpieza del inodoro. Desarrollaban software para gestionar zapaterías y, en una ocasión, me sugirieron que acudiera yo a uno de los establecimientos para la instalación del programa, a pesar de ser ajena al ámbito informático. Pese a todo, tras completar el proceso y ver que funcionaba, me sentí muy satisfecha. A partir de ahí me encomendaron la confección de manuales de usuarios de distintos programas. Permanecí en la empresa hasta los veintiún años, momento en que contraje matrimonio con Oriol y decidí buscar un trabajo con mayor estabilidad, pues me había percatado de que en esa organización el rigor en la gestión era cuestionable. Mi suegro, que llevaba la contabilidad del negocio de mi marido, pretendía que yo asumiera sus funciones, pero decliné el ofrecimiento para evitar fricciones que pudieran afectar a nuestro matrimonio.

 

Invertíamos los fines de semana en el taller, porque los inicios de cualquier negocio reclaman sacrificios

Oriol Segú se convirtió en empresario por circunstancias inesperadas. Apenas hacía unos meses que habíamos iniciado nuestra relación cuando el dueño del taller de reparación de motocicletas en el que trabajaba le anunció que abandonaba el negocio. «¿Te lo quieres quedar?», le propuso. Tras la sorpresa inicial, y después de conversar con su padre y obtener su respaldo económico en caso de necesidad, Oriol accedió a quedarse con él. Nos arremangamos para dejar decente el local, limpiando herramientas y retirando un montón de escombros. Fue así como nació Oriol Motos, donde a menudo yo destinaba sábados y domingos porque, en caso contrario, no podíamos vernos. Conservo en la memoria la imagen de mantener largas conversaciones: yo sentada sobre una moto y él reparando las que no había tenido tiempo de arreglar durante la semana. Mis padres no entendían que mientras los jóvenes de nuestra edad estaban de fiesta, mi marido y yo invirtiéramos el tiempo en el taller. Pero los inicios de cualquier negocio reclaman sacrificio, y al principio el establecimiento mantenía las puertas abiertas en sábado. Oriol trabajaba tan duro que fácilmente se quedaba dormido en la discoteca o en el cine, debido al cansancio acumulado.

 

Estaba dispuesta a dedicar a Oriol Motos las horas necesarias, pero nuestros hijos eran la prioridad  

La llegada en el año 2002 de nuestros gemelos, Gerard y Arnau, cambió mi panorama profesional. Encontré empleo en otra compañía, con horario intensivo de ocho a tres. Pero aquella situación no me satisfacía en absoluto, pues a la dificultad de conciliar la faceta de madre con la laboral se le añadía el perderme irremisiblemente algunas de las primeras experiencias de mis hijos. Así las cosas, y ante la marcha del contable de Oriol Motos, le dije a mi marido: «Ahora sí es el momento de trabajar contigo». Pero establecí unas condiciones, en el sentido de que ambos respetaríamos nuestras respectivas parcelas profesionales: ni yo intervendría en temas relativos a las motos, ni él invadiría la esfera de la contabilidad. Asimismo, reclamé máxima flexibilidad horaria, con el objetivo de dar prioridad absoluta a Gerard y Arnau. Estaba dispuesta a dedicar a la empresa las horas que fueran necesarias, pero quería organizarme personalmente para atender de manera óptima a nuestros hijos. Oriol accedió y nunca mantuvimos discusión alguna por razones laborales.

 

La noticia de la enfermedad de mi marido me dejó en estado de shock, pero mis hijos reaccionaron con gran madurez

A finales de 2018, coincidiendo con las fechas navideñas, viajamos a Londres. Aquello constituía todo un lujo, pues Oriol Motos a lo sumo cerraba una semana en verano (en alguna ocasión, un par). Cuando partimos hacia la capital inglesa, Oriol acusaba molestias. Las pruebas iniciales a las que se sometió al regresar de viaje no revelaban problema alguno. Sin embargo, el 19 de febrero de 2019 detectaron el origen de las molestias y nos trasladaron el terrible diagnóstico: cáncer de páncreas. Aquella revelación me dejó en estado de shock. Cuando regrese al hospital con mis hijos, Gerard y Arnau se reunieron con él y mostraron un comportamiento muy maduro, intentando infundirle calma y esperanza; tras lo cual, le dedicaron un sentido abrazo antes de volver a casa.

 

Planteé a los empleados si accedían a seguir adelante conmigo al frente

Aquella etapa, pese al carácter dramático de la situación, tuvo momentos muy especiales e intensos. Fue a principios de otoño, cuando se aconsejó a Oriol que se refugiara en casa con paliativos. Esos días los cuatro compartimos las conversaciones más bellas y profundas de nuestra existencia. Fueron unos momentos en los que emergió la máxima unión familiar y en la que afloró todo el cariño que nos profesábamos. El 12 de octubre mi marido expiró, poco después de habernos transmitido una frase que siempre nos quedará en el recuerdo: «Solo me arrepiento de una cosa: de haber estado tanto tiempo trabajando en lugar de compartirlo con vosotros». Oriol me aconsejó que vendiera el negocio, que lo traspasara, que alquilara el local… y me dedicara a disfrutar de la vida y de mis manualidades. En su opinión, aquella empresa solo nos traería quebraderos de cabeza y sería una carga que deseaba evitarnos. Él había asumido en su día el negocio ante el riesgo de quedarse sin trabajo, pero no quería trasladarnos el sacrificio de esa actividad ni a mí ni a nuestros hijos. No obstante, me planteé qué iba a hacer con mi vida, con cincuenta años y dos gemelos de dieciséis. Al día siguiente del entierro, acudí al taller y reuní a todo el equipo: once empleados con una larga trayectoria, a quienes consideraba como a mis propios hijos. Les expuse la situación y les pregunté si estaban dispuestos a seguir adelante conmigo al frente, teniendo en cuenta el poco conocimiento que tenía entonces sobre las motos, pero todo lo que sabía como contable. Accedieron a ello y me expresaron su apoyo, con lo que inicié una etapa en la que tuve que sumergirme de lleno en una serie de temas que me resultaban ajenos: recambios, taller, ventas… Aprendí a base de errores y malas experiencias, y también gracias a la colaboración de Dani, mano derecha en Oriol Motos.

 

Es cuestionable la sostenibilidad de las motos eléctricas: nadie ha explicado qué hacer con sus baterías una vez culminan su ciclo de vida

El taller inicial de Oriol Motos ha experimentado una evolución. Mi marido ya había incorporado en su día la venta de motocicletas y de recambios. Desde hace muchos años somos concesionarios de Suzuki, marca a la que recientemente hemos incorporado CF Moto, así como la condición de distribuidor de Sym, firma coreana de scooters que cubre el hueco que en su día decidió dejar Suzuki. No podíamos permitirnos renunciar a ese nicho, pues Barcelona es una capital de scooters. De hecho, la moto constituye una solución idónea para desplazarse por nuestra ciudad, aunque cada vez el Ayuntamiento está poniendo más dificultades al vehículo privado sin ofrecer un transporte público eficiente. No hace mucho también comercializábamos motos eléctricas, hasta que comprobamos que no existía un servicio de asistencia posventa que nos librara de posibles problemas técnicos. No hallan la salida deseada (al igual que los turismos), en parte por el precio, pero también por la dependencia de la carga de las baterías. Aunque son extraíbles, pesan dieciséis kilos, y su autonomía es de sesenta kilómetros. Las que sí tienen demanda son las de sharing, una opción práctica para salvar desplazamientos puntuales. De todos modos, su sostenibilidad es cuestionable, pues, aunque no emiten humos, nadie nos ha explicado qué hay que hacer con las baterías una vez han culminado su ciclo de vida.

 

Fruto de promover cursar carreras universitarias y desestimar la formación técnica nos hemos quedado sin profesionales

Como taller podemos reparar cualquier tipo de motocicleta. Ahora bien: los clientes tienen que saber que los fabricantes reclaman que, para las revisiones, se acuda al concesionario oficial, pues en caso contrario se pierde la garantía. Respecto a los recambios, vendemos tanto a otros talleres, como a particulares. De hecho, hace medio año que estoy buscando infructuosamente un profesional para este departamento. He contrastado con otros concesionarios y talleres, y coinciden en la falta de mano de obra tanto en lo que respecta a mecánicos como especialistas en recambios. Incluso me he puesto en contacto con centros de FP sin conseguir que me enviaran a nadie. Ni tan siquiera en el servicio público de empleo han sido capaces de ofrecerme un único candidato al puesto. Esta situación es fruto de haber alentado durante años a la juventud a estudiar carreras universitarias y a desestimar la formación técnica. Tengo la impresión de que los alumnos llegan al final de sus ciclos académicos sin tener claro qué desean ser en la vida, sin ni tan solo saber si son de ciencias o de letras. Bajo mi punto de vista, en la escuela habría que ofrecerles desde pequeños la posibilidad de probar determinadas actividades para orientarles en su futuro, en similar línea a lo que se realiza en la esfera deportiva, cuando en vez de encasillarles en disciplinas concretas tienen la oportunidad de descubrir el fútbol, el balonmano, el patinaje… Esa indecisión la he detectado en mi hijo Gerard, quien, tras un año cursando Ingeniería Informática, ha abandonado esos estudios, decepcionado. Después de hablar con él y analizar sus gustos y preferencias, ha optado por empezar a estudiar Mecánica de Motocicletas. Ignoro si prosperará y logrará algún día dar continuidad al negocio. Por su parte, Arnau está acabando un grado superior de Dirección de Cocina y trabaja en un restaurante de la Barceloneta, donde se está preparando para tomar el relevo cuando le toque.

 

Los problemas de suministro tienen diversos orígenes; aunque vivir esta dificultad me ha fortalecido como empresaria

Mi trayectoria como empresaria no ha resultado fácil. A mis carencias formativas, y a la situación anímica provocada por el fallecimiento de Oriol, se le añadieron otros factores que complicaron la situación. Cinco meses después de asumir la gerencia, estalló la pandemia, con todo lo que aquello significó a nivel de organización y de liquidez. Posteriormente, hemos asistido a los problemas de suministro, ocasionados tanto porque en su día, a causa del coronavirus, se detuvo la fabricación de motocicletas en Asia, como por el encarecimiento de los contenedores marítimos para transportarlas, los retrasos de estos fletes porque no zarpaban de puerto hasta que la carga no estaba completa, el colapso provocado por el barco que quedó encallado en el canal de Suez, la falta de microchips, etc. La escasez de estos componentes ha comportado que no hayan podido fructificar las ventas de algunas motocicletas, ante la imposibilidad de poder facilitar a los clientes una fecha de entrega factible. He llegado a tener que devolver alguna fianza al comprobar los retrasos que se estaban acumulando en la recepción de vehículos y sin vislumbrar una solución al respecto. Toda esta etapa de dificultades ha constituido un gran aprendizaje y ha contribuido a hacerme más fuerte como empresaria.

 

Conocer el testimonio de otras mujeres empresarias me ayudó a perfeccionar mi liderazgo

El conocimiento adquirido sobre el terreno lo he complementado con formación en emprendimiento en Barcelona Activa, donde también realicé un interesante curso sobre autoestima que me permitió perfeccionar el liderazgo desde el punto de vista femenino tras conocer el testimonio de otras mujeres, de otros ámbitos, presentes en esa actividad. Y es que, a lo largo de mi vida, siempre había aparecido como una figura secundaria y subyugada al entorno masculino: primero, la hija de José Antonio, el ferretero; después, la novia o la mujer de Oriol; finalmente, la madre de los gemelos… Recuerdo una ocasión, en una convención de concesionarios celebrada a los dos meses de fallecer Oriol. Tras haber subido al escenario para recoger una placa de reconocimiento a mi marido, en el cóctel, donde iba acompañada de mi cuñado, algunos de los invitados se dirigían a él en vez de a mí a la hora de presentarse, incapaces de concebir que una mujer pudiera disfrutar de la condición de empresaria en el mundo del motor.

 

Mi primer pensamiento como empresaria me llevó a prestar atención al escaparate

A Oriol Motos he intentado imprimirle mi propio sello. Y hoy en día hay quienes me dicen que se percibe que al frente del negocio se halla una mujer. No resulta extraño, pues he dado visibilidad al escaparate, un elemento antes ignorado por vecinos y viandantes. Cuando Oriol estaba al frente, la sala presentaba una exposición de motocicletas, cuya composición solo variaba cuando un cliente adquiría uno de los vehículos y ese espacio era ocupado por otra unidad. Mi primer pensamiento como empresaria me llevó a sopesar que, si conseguía despertar la atención de quienes deambularan por delante del establecimiento, lograría que se dieran cuenta de su existencia, de que hablaran de él e, incluso, de que en el momento de valorar la compra de una moto, la imagen de Oriol Motos fuera la primera que acudiera a su mente. De este modo, destino tiempo a cuidar el aparador, consciente del papel que juega en el éxito del negocio. En primavera incorporé flores a las motos, especialmente a unos modelos en verde pastel, orientados al público femenino, con unas cestas. En Sant Jordi me esmero en presentar un escaparate atractivo, y ya estoy barajando distintas ideas para el verano. El año pasado utilicé una vieja tabla de surf de mi marido para habilitarla como barra de bar, complementando la escena con dos maniquíes que bebían cerveza. Restauré esa tabla con un poco de pintura, dándole colorido para contrastar con las motos, la mayoría de las cuales son blancas, grises o negras. El resultado fue alegre y convincente, y me reconfortaba pensar que la instalación de esa tabla, de algún modo, suponía que el espíritu de Oriol continuaba presente entre nosotros.

 

Con una familia así, todo es posible

La familia me ha apoyado mucho, tanto en lo personal como en lo empresarial, y les estoy muy agradecida. Sentirme acompañada por ellos ha sido muy importante para mí, y es algo que nunca olvidaré. Mis padres, por ejemplo, han sabido sufrir conmigo y siempre han estado cuando los he necesitado. Y, especialmente, estoy orgullosa de mencionar a Arnau y a Gerard, que, al margen de ser muy relevantes en mi vida, siempre han sido un gran punto de apoyo, procurando evitar que en cualquier momento me sintiera triste. Con una familia así, todo es posible.