Dolores Benjumea Estrada
Fotografia cedida
10è VOLUM. Biografies rellevants de les nostres emprenedores

Sra. Dolores Benjumea Estrada

Excavaciones y Construcciones Benjumea

Texto del 04/09/2018

De pequeña, cuando miraba por la ventanilla del coche, señalaba casi todo lo que veía, indicando que estaba hecho por su padre. Entonces, no podía prever que, a sus veintisiete años, y tras la muerte de su progenitor, acabaría poniéndose al mando de la empresa familiar. Excavaciones y Construcciones Benjumea, fundada en 1988 por Francisco Benjumea, sigue siendo todo un referente en el sector. Hoy en día, el relevo generacional ha posibilitado la completa profesionalización de una compañía que, actualmente, no solo refleja la huella de su fundador, sino la gestión competente de su más joven heredera.

 

Mi padre fue la persona más valiente que he conocido

Con tan solo sesenta y cinco años, mi padre falleció inesperadamente, a causa de un accidente de tráfico. De los días y meses que siguieron, no recuerdo casi nada, supongo que porque siempre tiendo a olvidar todo lo malo e intento quedarme con lo bueno. Mi padre, Francisco Benjumea, fundador de Excavaciones y Construcciones Benjumea, S. A., ha sido la persona que más influencia ha ejercido en mi vida. Era un empresario hecho a sí mismo; asumía los retos que le presentaba la vida sin temor y con arrojo. Había nacido en Andalucía pero decidió emigrar de joven a Barcelona, ciudad que le brindó la posibilidad de desarrollar su proyecto empresarial; en Catalunya, dio y recibió mucho a cambio, por eso creo que nunca miró hacia su tierra natal con nostalgia, aunque siempre disfrutaba cuando iba a visitar a su familia al sur. Amaba su trabajo y nos transmitía constantemente ese entusiasmo. Recuerdo que me retaba a menudo, preguntándome: «¿Te atreves a hacer esto?». Sin darme cuenta, me inculcó, desde muy pequeña, la necesidad de afrontar con valentía los desafíos. Me encantaba cuando me llevaba, con mis tres hermanos, de ruta con una mula por el monte; nos pasábamos cuatro días sin cruzarnos con nadie; era una aventura veraniega fascinante, a la que me apuntaba decidida a pesar de que empecé a ir solo con cuatro años. Era la más pequeña de sus cuatro hijos y nunca me gustaba que me dejaran atrás; en aquella época, hubiera sido capaz de apuntarme a un bombardeo con tal de no ser la única que se quedara en casa. De niña, pensaba que mi progenitor era invencible; no fue hasta los cinco años que me di cuenta de que no era capaz de hacer una cosa: esquiar. Así que comencé a decir a todo el mundo que mi padre sabía hacer de todo menos deslizarse por la nieve con unos esquís. Ha sido la persona más valiente que he conocido.

Carmen, toda una auténtica luchadora

Mi madre, Carmen, nació en el mismo pueblo andaluz del que era originario mi padre, y con tan solo dieciséis años se fue a trabajar a Madrid. Cuando conoció a mi padre y se casó con él, se fue a vivir a Barcelona. Durante los primeros años de Excavaciones y Construcciones Benjumea, S. A., el comedor de su hogar era el comedor de la empresa. Mi  madre  se encargaba de hacer la comida a los cuatro empleados que entonces trabajaban en el incipiente negocio familiar. En casa, siempre ejerció un papel de cuidadora, a pesar de las dificultades que le ocasionaban los síntomas de su enfermedad neurológica. Socialmente, este tipo de patologías están estigmatizadas, por eso prefiero hablar de ello con naturalidad, es la única manera de luchar contra el secretismo que se impone injustamente alrededor de las enfermedades neurológicas. A mi madre, la quiero, la valoro y la admiro mucho como persona, aunque a veces no se lo digo lo suficiente: siempre ha sido una luchadora.

«Tú no vienes, tú te quedas»

Se suele decir que los pequeños son los más mimados, pero no fue mi caso. Era la cuarta hija y creo que crecí más por inercia; seguía a mis hermanos mayores a todas partes y me sirvieron de guía y ejemplo. A menudo, cuando quería apuntarme a una de sus aventuras, me decían: «Tú  no vienes, tú   te quedas». Sin embargo, al final no podían con mi cabezonería: conseguía apuntarme aunque tuviera que ir corriendo detrás de ellos. No era fácil: cuando eres pequeño, la diferencia física con chicos dos o tres años mayores que tú es pronunciada. Aun así, conseguía salirme con la mía. En una ocasión, me lancé corriendo detrás de ellos, crucé la calle sin mirar y me atropelló un coche. Me tuvieron que llevar al hospital; eso me explicaron, porque no lo recuerdo, era muy pequeña.

O frenaba o me la pegaba

Mi padre me enseñó a ir en bicicleta. Un buen día, me dijo: «A ver si me pillas». Y se lanzó a correr con su bici. No tuve más remedio que comenzar a perseguirle si no quería perderle porque no había manera de detenerle; fue así como comencé a pedalear. Sin embargo, aunque ya sabía mantener el equilibrio, todavía no había conseguido aprender a frenar. Mis hermanos, que me tenían como un pequeño conejillo de Indias, pensaron que, si me tiraban por una rampa, aprendería. Lo peor es que pusieron en práctica su teoría: cuando vi la pared, conseguí frenar, aunque eso no evitó que me cayera y me diera de bruces contra el suelo.

Esquiar fue, para mí, como hacer el servicio militar

Íbamos a menudo a esquiar en familia, pero era una actividad que odiaba. A las nueve de la mañana, teníamos que estar todos dentro de las pistas, ya que había que aprovechar el horario del forfait. Al ser la más pequeña, iba siempre más lenta que el resto, y cuando llegaba abajo tenía que escuchar las reprimendas de todos mis primos y hermanos por tardar tanto. Además, no me daba tiempo a descansar porque reemprendían el ascenso enseguida. Siempre digo que esquiar fue, para mí, como hacer la mili.

Me quedo con los recuerdos de los viajes al pueblo

Mis padres tenían a toda su familia en Andalucía; a mi abuelo paterno no le llegué a conocer y mi abuela paterna falleció cuando estaba cursando segundo de EGB. Siempre tuve más relación con mis primos y mis tíos. Aunque están a kilómetros de distancia, mantenemos el contacto. Cuando nos vemos, la relación es idílica, porque a todos nos hace mucha ilusión, queremos aprovechar el momento al máximo y no nos da  tiempo  de  pelearnos.  Las discusiones son siempre más habituales en las relaciones con gente a la que ves a diario.

A veces, no sabes hasta qué punto los padres deciden tu futuro por ti

Tras estudiar el primer año de Ingeniería Técnica de Obras Públicas, sufrí una crisis existencial: no sabía hasta qué punto mis padres me habían influenciado en mi elección. Pensé que quizás había estado tan programada que  no  había  reflexionado lo suficiente sobre mi auténtica vocación. La verdad es que la empresa familiar siempre había formado parte de nuestro día a día; era como un quinto hermano, y mi padre había depositado grandes expectativas sobre mí. Al final, decidí dejar los estudios por unos meses. Sin embargo, volví a matricularme al siguiente año, pero elegí cursar la carrera lejos de mi ciudad y de mi entorno. Necesitaba alejarme de la presión familiar, y me trasladé a Madrid. Recuerdo que le pregunté a mi padre: «¿Te he decepcionado?». Manteníamos una relación muy cercana y me gustaba contarle todo y expresarle cómo me sentía. Cuando me asaltaba alguna duda, siempre se la comentaba. Por muy dolorosa que fuera su respuesta, prefería saberla. Me respondió que, cuando alguien no  entiende  alguna cosa, lo más fácil es pensar que no le gusta. En una de estas discusiones, le prometí que me daría a mí misma una última oportunidad. Y así lo hice, pero en Madrid. Finalmente, conseguí completar mis estudios y guardo magníficos recuerdos de mis años universitarios. Aunque por circunstancias de la vida nunca he ejercido como ingeniera técnica y me he centrado en la dirección del negocio, me dedico a un ámbito profesional que ha conseguido conquistarme; es irónico, pero me podría haber ahorrado perfectamente la crisis de identidad de mis veinte años.

Conocí a mis mejores amigos en los tiempos de la universidad

Prefería estudiar en la biblioteca que en mi casa. En época de exámenes, pasaba allí todo el fin de semana; nos reuníamos un gran grupo de alumnos y acababa hablando con gente con la que normalmente no tenía demasiado contacto. Pronto me di cuenta de que, en la biblioteca, además de estudiar y pasarlo bien, optimizaba el tiempo. En casa, si tenía alguna duda con algún problema, podía pasarme horas hasta que no la solucionaba; sin embargo,  en la sala de estudio siempre había algún compañero que te echaba una mano y, en pocos minutos, encontrabas la solución. Cuando trabajas en equipo, se obtienen mejores resultados. Al final, compartíamos el estrés y   el cansancio, e incluso montábamos tómbolas sobre las preguntas que iban  a salir en los exámenes. De esa época, aún guardo muchos amigos. Creo que es más fácil conservar a las amistades que has conocido con veinte   años que a las de la primera infancia porque, en esta etapa de tu vida, tu personalidad ya está más formada y los valores con los que encaras tu día a día son más estables. Si te reencuentras, con cuarenta años, con los amigos de la universidad, es muy probable que todavía seas capaz de compartir muchas cosas con ellos.

Con veintiséis años, sin haber acabado la carrera, empecé a trabajar

Cuando mi padre falleció, aún no había finalizado los estudios, pero opté por volver a Barcelona y ponerme a trabajar en la empresa familiar. Aunque conseguí acabar las asignaturas que me faltaban, el proyecto final de carrera lo entregué hace poco más de un año. Los meses que siguieron a la muerte de mi padre fueron meses en blanco, los tengo como borrados de la memoria; hay muchas cosas que no recuerdo. Mi padre era una pieza angular en mi vida y en mi familia; sin embargo, no solo nos sentimos huérfanos en casa, sino que también hubo un sentimiento de desamparo en toda la empresa, ya que todo giraba en torno a él.

Cuando te tienes que espabilar, reaccionas

Aunque el dolor por la muerte de un padre siempre es muy intenso, no es lo mismo que tu progenitor se muera a los veinte años que a los cuarenta; a esta edad, ya sueles tener tu vida hecha y una independencia económica. En mi caso, mi vida de veinteañera dio un giro de ciento ochenta grados; mi día a día se transformó. A pesar de ello, siempre le estaré agradecida a mi padre porque me encontré con una empresa por la que luchar y con un patrimonio familiar que defender. Si antes de irse me hubiera dejado todo el dinero en el banco, aún estaría sumergida en la depresión, viviendo mi duelo. Afortunadamente, cuando te tienes que espabilar, reaccionas.

Construcciones, excavaciones, derribos y áridos

El Grupo Benjumea se constituyó en el año 2001 al amparo de Excavaciones y Construcciones Benjumea, creada en 1988, y Derribos Benjumea, S. A., y creció dentro del grupo con las marcas Urbana y Proyectos y Servicios. Desde el inicio, realizó innumerables obras de todo tipo: viviendas,  colegios, ambulatorios, parques –como el de Diagonal Mar en Barcelona–, carreteras, urbanizaciones, viaductos, vías de ferrocarril, estaciones de tren –como la remodelación de la estación de Blanes o la de Sant Pol de Mar–, así como obras hidráulicas y polideportivos, entre otras muchas. Recuerdo que, de pequeña, cuando paseaba por la calle o iba en el coche o en el autobús, iba señalando a todas partes diciendo: «Mira, esto lo ha hecho mi padre»; creía que Benjumea había dejado huella por doquier. Actualmente, Excavaciones y Construcciones Benjumea, S. A., sigue centrando su actividad principal en el sector de la  construcción.  Abarcamos  todo tipo de edificación industrial y residencial, obra civil viaria y ferroviaria, excavaciones, derribos, rehabilitación de edificios, restauración paisajística y tratamiento de áridos. Durante los treinta años de historia de nuestra compañía, nuestro objetivo ha sido cumplir con los compromisos adquiridos y ofrecer la máxima satisfacción a nuestros clientes. Contamos con un Departamento de Estudio que analiza las diferentes licitaciones a las que nos presentamos. Trabajamos con todas las administraciones, principalmente las administraciones locales como ayuntamientos, pero también con la Administración central, como Adif y Renfe.

Todos nos sentimos huérfanos al morir mi padre

Mi padre era una persona optimista y vitalista. Aunque solía decir que todos en la vida teníamos un día marcado, le encantaba vivir y no solía pensar en su propia muerte. El último testamento lo redactó casi por obligación, cuando yo tenía solo catorce años. En él, dejó tutelado que, tras su muerte, se debía constituir un Consejo de Administración que aplanara el camino que había que seguir. Sin embargo, fue más complicado de lo que esperábamos, supongo que porque todo el mundo se sintió huérfano y a todos nos costó, al principio, gestionar nuestras propias emociones. Mi padre había instaurado una gestión demasiado personalista y centralizada, como la mayoría de empresas familiares de su generación, todo empezaba y acababa con él. En la empresa, los trabajadores pensaban que, pasara lo que pasara, todo iba a salir bien si él estaba allí; transmitía confianza, seguridad   y tranquilidad a su equipo.

«A ver por dónde van a salir estos niños»

Durante los primeros meses, no fue fácil conseguir encauzar la gestión de la empresa. Parecía que los trabajadores más veteranos, que eran como parte de la familia, no consintieran el más mínimo cuestionamiento, aunque fueran dudas o demandas puntuales de explicaciones. A veces, teníamos la sensación de que nos echaban la culpa por haber heredado la compañía. Con el socio de mi padre, con el que siempre había mantenido muy buena relación, finalmente acordamos comprarle su parte. Recuerdo, en cualquier caso, que al principio mantuvimos ciertas discrepancias; no entendía nuestros nuevos planteamientos, era como si pensara: «A ver por dónde van a salir estos niños ahora». En la actualidad, con perspectiva, todo se percibe mucho mejor, y soy consciente de que tanto él como nosotros lidiábamos con sentimientos complejos, de que cada uno se enfrentaba a su duelo como podía, en solitario.

El respeto no se hereda: se gana

En las empresas familiares se diría que, por el simple hecho de ser miembro de la familia, tienes que ocupar un puesto clave en la compañía  aunque  no estés del todo capacitado. Es una opinión que nunca he compartido y he intentado actuar en consecuencia. Mi tío siempre había gestionado un departamento concreto de la empresa, pero no estaba preparado para afrontar una visión global; descuidaba campos que también eran importantes. Asimismo, pretendía abarcar más de lo que podía y no aceptaba sus propios límites; por no mencionar el choque generacional; pero siempre le estaré agradecida por ponerse al frente de este gran proyecto que es el Grupo Benjumea cuando mis hermanos y yo no estábamos preparados para afrontarlo, de él también he aprendido muchas cosas buenas. Sin su ayuda yo no podría estar liderando hoy en día este proyecto. De mutuo acuerdo se apostó por el cambio generacional, ya que los dos teníamos visiones muy distintas de cómo gestionar el negocio. Siempre he pensado que el respeto no se hereda, sino que se gana.

Antonio Durán-Sindreu guio nuestro cambio de rumbo

Siempre que el economista y consultor Antonio Durán-Sindreu escribía algún artículo en la prensa, mi padre nos lo hacía leer; en casa, era una especie de eminencia. Hacía años que trabajaba con mi padre como asesor, y también eran amigos; pero no acudí enseguida a su servicio de consultoría porque, cuando aterricé en Benjumea, entré en el Departamento de Cali- dad. De ahí que, al principio, no tocase temas de gestión. Empecé como administrativa y fui pasando por varios puestos dentro de la empresa. Me ceñí al papel que me asignaron, pero siempre he sido una persona curiosa y muy preguntona. Poco a poco, me fui interesando más por todos los temas y quise profundizar en los balances de la entidad. La verdad es que nunca me propuse gestionar el negocio familiar; iba solucionando los problemas que  se me presentaban sobre la marcha. He acabado como directora general sin haber diseñado un plan previo para conseguirlo. Hay que decir que, cuando vi que la gestión de mi tío podía poner en riesgo la viabilidad del negocio, me tiré a la piscina sin pensarlo dos veces, y tomé la iniciativa. Concerté   una reunión con Durán y con todo su equipo e inicié un completo plan de reestructuración. Empecé a introducir cambios en aquellos ámbitos en los que mi tío no intervenía; el suyo, lo dejé para el final. Y con su salida de la empresa, completamos nuestro plan de profesionalización.

Gracias a mi equipo

Nunca hubiera conseguido profesionalizar la empresa sin el apoyo de mi equipo. Puedo afirmar que, sin su ayuda y su respaldo en los momentos más críticos, la transición a un nuevo modelo de negocio habría sido mucho más complicada. Actualmente, ya no existe el Consejo de Administración y ejerzo de administradora única pero, en la práctica, siempre cuento con su opinión. Y a pesar de que lo cierto es que a mí me corresponde tomar la última decisión, no es menos cierto que le consulto de forma regular a mi equipo de confianza.

Las dificultades no debilitan sino que fortalecen

Ahora que puedo volver la vista atrás, me doy cuenta de que todas las barreras que me he ido encontrando en el camino me han servido para mejorar como profesional y para aprender a valorar lo que tengo. Cuando anuncié que sería la nueva administradora, afloró el machismo que subyace en los puestos directivos; parece que, incluso hoy en día, la gestión nunca pueda quedar en manos de una mujer. Afortunadamente, mi padre siempre me educó en la idea de que, como persona de sexo femenino, podía conseguir todo aquello que me propusiera. La disciplina y la voluntad es lo que realmente importan.

Somos un equipo humano coordinado y muy bien avenido

Todos los departamentos de nuestra empresa, como el Técnico o el de Estudios, están ahora completamente profesionalizados: tienen sus opera- rios, sus técnicos y un responsable que los dirige. Por ejemplo, cuando mi padre gestionaba la compañía, el Departamento de Tierras estaba siempre a cargo de un familiar. Sin embargo, opté por promocionar a un trabajador de la empresa, como encargado general. Al principio, a los operarios les costó bastante acostumbrarse al cambio: no solo  seguían acudiendo a mí para preguntarme sobre cualquier problema que surgía,  sino  que  incluso me consultaban sobre temas personales, como las vacaciones. Estaban acostumbrados a un modelo de gestión personalista, en el que la responsabilidad solamente recaía en una única figura: mi padre. Enseguida les explicaba que no podía solucionarles sus dudas, ya que ahora había otra persona que dirigía su área. Si no sé delegar, si invado las competencias del director de cada departamento, la empresa acaba cojeando. Como directora general, me ocupo de otros temas, más vinculados a la planificación y al diseño de estrategias de futuro que hay que seguir. Mis respuestas a sus dudas no serán seguramente tan precisas o tan ajustadas a la realidad como las que puedan ofrecerles sus jefes; son los responsables de cada zona los que mejor conocen su departamento, así como las necesidades que afronta cada uno, ya que batallan en él día tras día. Ello no significa que no hable con cada jefe de sección y no esté al día de todo; solemos reunirnos a menudo y solventamos cualquier divergencia de opinión en privado, porque ante los operarios somos una unidad y los trabajadores son conscientes de que respaldo completamente la actuación de su responsable. A la postre, puedo decir que me siento satisfecha: he conseguido que mi proyecto atraiga la lealtad de las personas puntales de la empresa. Somos un equipo humano coordinado y bien avenido, sin cuyo apoyo nunca podría haber sacado adelante la compañía.

Mi primer «parto»: la compra de mis dos primeros camiones

Benjumea posee un parque propio de maquinaria –con más de una treintena de máquinas auxiliares, así como un total de treinta camiones–, que últimamente hemos estado reestructurando, ya que necesitaba modernizarse. Cuando mi padre fundó la empresa, en Barcelona aún quedaban muchos proyectos de gran envergadura por emprender, como fue la construcción de las rondas y los importantes proyectos constructivos para la organización de las Olimpiadas del 92. En la actualidad, empero, las obras que ejecutamos no requieren una maquinaria con tanto tonelaje. Por este motivo, hemos puesto a la venta las máquinas más pesadas y hemos adquirido otras de menor envergadura, más acordes con nuestras necesidades. Siempre digo que la adquisición de los dos primeros camiones Mercedes han sido para mí como un parto: son inversiones importantes, te lo piensas mucho antes de dar el primer paso. En la actualidad, disponemos de una amplia variedad de maquinaria propia de movimientos de tierras, así como de personal especializado, capaz de acometer con éxito todo tipo de trabajos: excavaciones, desmontes, vaciados entre pantallas, terraplenados, extendidos, nivelaciones, colocación de muros de escollera, suministro y transporte de todo tipo de áridos o machaqueo de hormigones para su reutilización. Poseemos una nave de 1.664 m2 y un equipo de mecánicos, cuya función es el mantenimiento y la puesta al día de toda la maquinaria.

Durante los dos últimos años, he realizado un esprint

Desde que entré en Benjumea, he ido apagando fuegos allí donde han aparecido. Para mí, estos dos últimos años han sido como lanzarme a hacer un esprint, ya que he tenido que absorber una gran cantidad de conocimientos técnicos y sobre gestión; si quería ser capaz de tomar las decisiones correctas y emprender la reestructuración que necesitaba la empresa, debía ponerme  al día. En estos últimos meses, me he ido superando, jornada tras jornada, reto tras reto. Cuando ya había aprendido una cosa, tenía que pasar a otro departamento para volver a asimilar lo necesario. Empezar de cero tantas veces, en tan poco tiempo, es agotador, pero al mismo tiempo, cuando vuelves la vista atrás, reconforta ver que lo has logrado. Este esfuerzo continuo me ha enseñado que, para que el engranaje del negocio funcione adecuadamente, es necesario recurrir a las personas idóneas en cada área. A veces, he tenido la sensación de que picoteaba de todos los departamentos, pero no era especialista en nada; esta suele ser, no obstante, la función que desempeña un director general. A menudo, pienso que es mejor no darle demasiadas vueltas a las cosas: si tienes un problema, debes intentar resolverlo, y ya está. Menos la muerte, todo tiene solución. Siempre acabamos encontrando una salida para la adversidad. Pero hay que tener fe: si no creyera que puedo lograrlo, no lo intentaría. De momento, no me he planteado hasta dónde quiero llegar, supongo que todavía no me ha dado tiempo a pensarlo. He ido cumpliendo con todas las pruebas de esta yincana, saltando cada uno de los obstáculos de esta carrera sin mirar atrás, sino siempre hacia delante.

Mi padre hizo su camino; yo hago el mío

Cuando heredas una empresa, todo el mundo compara tu gestión con la anterior. Durante los primeros meses, era habitual oír el típico comentario: «Tu padre lo hubiera hecho así». Por suerte, ya he conseguido quitarme esa losa de encima. No se puede dirigir una compañía de la misma manera que hace diez años, ya que es necesario adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas necesidades. Afortunadamente, mi padre nos dejó una empresa saneada; gracias a su buena gestión, pudimos salir adelante. Cuando murió, nos encontrábamos en plena crisis económica, pero no tuvimos que hacer frente a ninguna deuda. Y es que, desde su creación, todos los beneficios se reinvertían en el negocio. Además, heredé una base de valores magnífica, de la que me siento orgullosa, y que pretendo perpetuar. Pero también es cierto que poseo mi propia mirada sobre las cosas y, si tengo que tomar una determinación, me baso en mi criterio; quiero estar segura de que he asumido las decisiones por convencimiento propio. Siempre pido asesoramiento y escucho todas las opiniones, pero al final decido yo. Si me equivoco, sé que soy la única responsable; prefiero pensar que el error fue mío. No hay nada peor que sentirse inseguro y optar por tomar decisiones simplemente porque otra persona te lo ha indicado. Ahora, ya empiezo a sentir el negocio no solo como un proyecto creado por mi padre, sino como una empresa en la que también estoy dejando mi huella. Mi padre recorrió su camino; yo estoy recorriendo el mío.

El machismo nace de la inseguridad masculina

Siempre sentí que mi padre confiaba en mí. Además, en casa siempre nos educaron, tanto a mis hermanos como a mi hermana, sin diferencias por razones de género. Nunca me he sentido incapacitada para emprender alguna actividad por la única razón de ser mujer. Considero que el machismo se origina en la inseguridad que manifiestan algunos hombres; es una opinión que he podido ratificar en diversas ocasiones: los buenos profesionales nunca han tenido ningún problema en trabajar conmigo. Para ellos, que seas hombre o mujer no es un factor relevante; al contrario, para ellos lo importante es que su partner conozca a fondo su trabajo. Por el contrario, he tenido más problemas con los que se sienten inseguros. En una ocasión, fui a comer con el comercial de la planta de áridos, que es como de la familia porque hace muchos años que nos conocemos. Cuando vino la camarera,   le dijo: «Qué hija tan guapa tienes». Y él, con toda naturalidad, le comentó que no era su hija, sino su jefa. En realidad, soy la persona más joven de la empresa. A mi cargo, tengo a hombres más mayores y con mucho carácter. Discutimos a menudo porque todos somos muy cabezones, y nunca me he planteado si debo cambiar mi tono o mi modo de hablar por el hecho de  ser mujer y tener menos edad. Estos dos motivos no levantan ningún muro entre nosotros.

Fidelidad con los proveedores

Nuestros proveedores son empresas de confianza, con los que llevamos trabajando toda la vida. Considero que debemos mantener esta magnífica relación con ellos. Por un lado, somos una compañía mediana, no tenemos la fuerza de negociación de que disponen las grandes empresas. Pero, por otro lado, nuestra filosofía parte de un profundo respeto hacia nuestros proveedores; mi padre empezó como uno de ellos, desde cero, y supo transmitirme el respeto que merece cada empresa, independientemente de su tamaño. Cada cual, con su actividad profesional, tiene derecho a ganarse bien la vida. Negociamos los precios y siempre llegamos a buenos acuerdos. Asimismo, los contratistas son, en su mayoría, consistorios locales de Barcelona y de toda el área metropolitana, es nuestra zona de acción. Sin embargo, si el proyecto lo requiere, también salimos al exterior.

Veteranos en la demolición

Además de ser una empresa referente en edificación y obra civil, Benjumea viene realizando obras de demolición, tanto  mecánica como manual,  desde 1996. Actualmente, contamos con una amplia cartera de obras en ejecución y con un importante historial en el sector. También, competimos en el ámbito del reciclado de los materiales procedentes de esta actividad: los revalorizamos mediante técnicas de machaqueo. Asimismo, contamos con maquinaria específica de derribos para nuestras obras y con personal propio especializado. Ello garantiza  nuestra competitividad  económica y el éxito de los trabajos adjudicados, tanto en calidad, como en seguridad y en plazos. Mantenemos un exigente compromiso con la protección del medio ambiente. Estamos muy satisfechos porque, durante el presente ejercicio, hemos conseguido elevar la facturación. El balance económico ha seguido una curva ascendente. Grupo Benjumea es una marca instaurada en el sector, trabajamos con todas las grandes constructoras, como Dragados, Comsa, Acciona, Ferrovial, OHL, Rodio, entre otras.

Transformamos, clasificamos y comercializamos todo tipo de áridos

La materia prima que procede de canteras, rebajes y demoliciones es tratada en una estación de machaqueo. Posteriormente, pasa por un molino y por una serie de cribas que clasifican el árido en función de sus características y de su granulometría. El producto se distribuye a granel sobre un camión o mediante envasados. El proceso garantiza un resultado apto para satisfacer las necesidades de nuestros clientes. El material se utiliza en albañilería, jardinería, rellenos de material filtrante, bases, hormigones, morteros y rellenos de morteros de capa fina.

Cada vez que me hablan de mi padre, siento que me entregan un regalo

Me muevo en su mismo ámbito empresarial y, a menudo, converso con gente que le conocía. Me encanta escuchar las anécdotas y vivencias que han compartido con él; de esta manera, es como si no se hubiera ido, es como si aún siguiera vivo entre nosotros. Cada vez que me hablan de mi padre, siento que me entregan un regalo. En una ocasión, tuve que viajar por trabajo a la fábrica de Mercedes, en Alemania. Allí coincidí con un profesional de sesenta y dos años, que empezó a trabajar junto con mi padre. Hablamos mucho y compartió conmigo muchos recuerdos; me lo pasé genial. Aquella mañana fue como un día festivo. Por otro lado, para mí, la diferencia generacional  no representa ninguna dificultad, estoy acostumbrada a trabajar con gente que me triplica la edad. De hecho, tengo muchos amigos que superan los sesenta años.

Es muy complicado divorciarse de forma pacífica

Tendemos hacia la  globalización,  el  término  «europeo»  nos  identifica.  De hecho, cada vez que he viajado por algunas ciudades de Europa, he observado, con cierta tristeza, que las diferencias entre los países son cada vez más pequeñas. Sin embargo, considero que apostar actualmente por la identidad es como querer ir a contracorriente.  Asimismo,  cuando no se puede hablar con naturalidad sobre un tema, debemos reconocer que tenemos un problema. Y cuando una opinión se quiere imponer a la otra, sin apostar por el diálogo, surgen los conflictos. Creo que la historia nos habla por sí sola: los divorcios, cuando una de las dos partes no está de acuerdo, nunca se han resuelto de manera pacífica.