Sra. Román
2 Tomo (empresarios) biografías relevantes

Sra. Susana Román Braña i Sr. Raimon Serret Simon – Nova Ceteb

SUSANA ROMÁN BRAÑA

Barcelona

1982

Administradora de Nova Ceteb

Socia y administradora de Nova Ceteb Concursal

 

RAIMON SERRET SIMON

Barcelona

1955

Socio fundador de Ceteb

 

 

23-5-2022

 

De buscar la independencia a vender confianza: así ha evolucionado la vida de esta profesional que da continuidad generacional a un despacho que se erige en el cuadro de mando de sus clientes. La formación continua le ha llevado a crecer y a hacer crecer a los empresarios que acuden a su compañía para resolver los más variados temas. Los títulos le confieren credibilidad ante quienes ignoran sus conocimientos acumulados a lo largo de la vida, además de constituir la mejor tarjeta de presentación para ganar la confianza de los asesorados.

 

 

 

En casa adquirí carácter y aprendí, de mi madre, la cultura del esfuerzo

Mi vida ha venido marcada de manera profunda por mi madre, Mari Carmen, una mujer muy independiente que, desde mi más tierna infancia, me inculcó la necesidad de preservar al máximo mi autonomía y me transmitió la cultura del esfuerzo. En casa convivía también con mi hermana pequeña, Elisabeth, a la que adoro y admiro muchísimo. Cuando nací, a principios de los ochenta, formar parte de una familia monoparental no resultaba muy común, un hecho que me imprimió carácter. La condición de ser la primogénita también constituyó un rasgo definitorio, me sentía responsable de lo que sucedía en casa y consideraba que mi labor era hacer equipo con mi madre, además de ayudar en todo la posible.

 

Siguiendo la estela de mi madre, aprendí desde pequeña a emplearme a fondo para salir adelante

No cultivé aficiones durante la infancia y la única actividad a la que dediqué cierta atención fue al taekwondo, deporte que practiqué después de que mi madre me inscribiera en un centro empeñada en que adquiriera nociones de defensa personal. Sin embargo, aquella disciplina no me gustó, aunque puedo entender las nobles intenciones que ella perseguía. Su espíritu luchador quedaba patente cuando, los fines de semana, acudía a distintos domicilios a realizar tareas de limpieza doméstica; unas labores a las que yo contribuía, dado que no podía dejarme sola en casa. Así, aprendí desde pequeña a emplearme a fondo para salir adelante, siguiendo la estela de Mari Carmen, quien actualmente coordina los servicios sociales de la Fundació Casa d’Empara, una entidad orientada al cuidado de las personas de la tercera edad, ubicada en Vilanova i la Geltrú, localidad en la que estudié el Bachillerato tras haber completado la educación primaria en Barcelona.

 

A mis quince años inicié mi vida laboral

Al margen de la colaboración que pude prestar a mi madre en las tareas domiciliarias que realizaba cuando era una niña, empecé muy joven mi vida laboral, pues ya a los quince años me inicié como camarera en un establecimiento de Canyelles. Había que contribuir a la economía familiar y, presumiblemente inspirada por mi madre, dediqué muchos fines de semana a dar apoyo a la cocina y al servicio de un local de restauración en una época en la que se podía ganar un sueldo muy atractivo en ese ámbito. Por cubrir viernes, sábados y domingos recibía una retribución de trescientas mil pesetas, un salario impensable hoy en día para cualquier empleado del sector que trabajara durante toda la semana. Eso sí: llegué a pelar muchos huevos duros en ese bar restaurante. A ello hay que añadir que realicé algunas formaciones para llevar a cabo todas esas labores de manera óptima, porque en aquellos tiempos todavía había gente con oficio.

 

Isabel y Raimon, dos personas decisivas para que me presentara a la selectividad

Estudiar se me daba bien, pues siempre he demostrado gran capacidad de retentiva, me gusta mucho leer y me encanta aprender. Sin embargo, mi mente no albergaba planes de acudir a la universidad, influenciada por la creencia de que era trabajando como lograría la autonomía reivindicada por mi madre y que yo había decidido alcanzar. No había valorado que, cursando una carrera, podría mejorar mis prestaciones y optar a posiciones que, más allá del respeto profesional que pudiera adquirir, me otorgarían también mayor independencia económica. Pero tuve la suerte en ese momento de que dos personas se cruzaron en mi camino, justo cuando estaba afrontando el COU, y me recomendaron proseguir mis estudios. Fueron ellas quienes, con su insistencia, poniendo en valor mi talento y abriéndome los ojos a las posibilidades que tenía para avanzar en mi trayectoria laboral, me empujaron a presentarme a la selectividad. Una de esas personas fue Isabel, profesora de Bachillerato a quien estaré eternamente agradecida por sus inspiradoras palabras. La otra, Raimon Serret, padre de la pareja sentimental que tenía en aquel momento, y que poco podía imaginar que, con el paso del tiempo, acabaría convirtiéndose en un «padre» para mí por distintas razones. En ese momento, con su ponderado asesoramiento, contribuyó decisivamente a que encaminara mis pasos hacia la universidad y, como consecuencia de ello, a que extrajera el máximo partido de mi potencial profesional.

 

Aprovechar cada momento porque el futuro resulta impredecible

El primer escollo de la selectividad fue vencer la tentación de quedarme en casa ante un episodio de fiebre cercano a los 39 ºC. Me asaltaban dudas, pues el malestar me invadía y me sentía impotente para acudir a la universidad y enfrentarme a las pruebas. Pero la renuncia suponía tirar por la borda un año de preparación y aguardar varios meses hasta poder concurrir a una nueva convocatoria. Hice de tripas corazón y, con la ayuda de un antitérmico, no solo me personé en el centro sino que aprobé el examen con nota. Tras superar las pruebas de acceso, opté por matricularme en la Universitat Pompeu Fabra en Ciencias Empresariales (equivalente a Económicas en la actualidad) y Relaciones Laborales, de tal manera que por las mañanas estudiaba la primera de las carreras y, por las tardes, la segunda. Esta decisión respondía a un capítulo vivido a los 16 años, en 1998, cuando sufrí un accidente de tráfico que me mantuvo ingresada en un hospital durante varios meses. Fue una etapa en la que maduré de golpe, probablemente, porque la mayoría de las conversaciones que mantenía eran con gente mayor que yo. Y en esa época me percaté de que los adultos no siempre responden como desean los menores y que, a la vez, cuando somos adolescentes, estamos obligados a ir adoptando decisiones y responsabilidades de adultos. Además de acelerar mi desarrollo personal, ese accidente despertó en mí la necesidad de hacer muchas cosas en poco tiempo; como si esa fatalidad me hubiera transmitido la sensación, incluso obsesiva, que tenía que aprovechar cada momento porque el futuro resulta impredecible. Y ese fue el motivo que me empujó a formar parte de la segunda promoción de esa doble diplomatura, en una época en que se iniciaban las carreras con doble titulación.

 

En todos los sitios en los que recalaba acababa asumiendo mayores responsabilidades

Compatibilicé los estudios universitarios con el trabajo como camarera en distintos establecimientos durante los fines de semana. Eso sí: en todos los sitios en los que recalaba acababa asumiendo mayores responsabilidades. Creo que en eso influía mi actitud, pues siempre he disfrutado en el trabajo, además de no limitarme a seguir simplemente las instrucciones que me transmitían, sino que aprovechaba el tiempo y la experiencia para detectar cómo se podían realizar las cosas de manera más rápida y, sobre todo, mejor. Coincidiendo con la carrera, Raimon Serret impulsó una línea de negocio junto a dos socios denominada Hostaleria Esportiva, prestando servicios de bar y restauración en instalaciones deportivas en el entorno de Vilanova i la Geltrú. Me propuso sumarme a la organización y, durante la semana, asumía tareas administrativas, mientras que los sábados y domingos los invertía en la coordinación de distintos grupos de trabajo de la empresa. Fueron unos años de auténtica vorágine, pues vivía en un piso de Cunit, trabajaba en Vilanova y estudiaba en Barcelona.

 

La cultura laboral de las pymes está arraigada a mi experiencia y carácter

La finalización de la carrera, en 2007, coincidió con mi cese como colaboradora de Hostaleria Esportiva, después de que Raimon Serret hubiera abandonado la compañía, tras haber sido adquirida por un socio. En ese momento empecé a estudiar oposiciones, con el propósito de convertirme en secretaria judicial. Paralelamente, y sin abandonar los estudios para acceder a la carrera judicial, busqué trabajo para poder mantener esa independencia económica asimilada desde pequeña y, casi de manera simultánea, me ofrecieron sendos empleos en Adecco y en la Caixa. Pese a las dudas que me atenazaban, acabé decidiéndome por aceptar la propuesta de la primera y me trasladé a Madrid. Sin embargo, no me sentí cómoda en aquel entorno. Las dimensiones de la organización, con unos procesos muy parametrizados y cerrados y unos objetivos muy numéricos, no compensaban la amplitud de recursos que ponían a nuestra disposición. Aunque invertí mucho esfuerzo e ilusión, la cultura laboral de las pymes estaba arraigada a mi experiencia y carácter, y no acabé de adaptarme al funcionamiento de una gran corporación. Sería entonces cuando Raimon me hizo una propuesta para incorporarme a su despacho, Ceteb, que acabé aceptando.

 

La crisis de Lehman Brothers nos afectó de pleno

En un principio, mi incorporación a Ceteb se contemplaba como una sustitución por maternidad de una profesional de administración, pero Raimon Serret tenía en mente un proyecto más ambicioso: preparar un relevo generacional, en el que yo asumiera el papel de «hija». Pero el embarazo de la compañera halló continuidad, a su regreso, en otra de las integrantes del equipo, de manera que me vi obligada a un nuevo reemplazo. Aunque entré en la compañía oficialmente como adjunta, no tuve tiempo de comportarme como tal. Si bien la crisis de Lehman Brothers había estallado meses atrás, no fue hasta 2009 que alcanzó a nuestra empresa. Pero, cuando llegó, lo hizo de lleno. Hasta ese momento, Ceteb disponía de tres despachos. El principal, ubicado en Vilanova i la Geltrú, y donde operaba Raimon, era el alma mater del negocio, y se orientaba al asesoramiento fiscal. A éste se le unían otros dos centrados en la gestión de escrituras: uno radicado en la misma capital del Garraf y el segundo, en Tarragona, que contaba con un único cliente, Caixa Tarragona. La desaparición de esta entidad de crédito empujó al cierre de ese despacho y a prescindir de su equipo, formado por seis personas. El otro, también con media docena de efectivos, y donde trabajaba mi entonces pareja, David, igualmente se suprimió, y de él solo se pudo rescatar a tres de sus miembros. A la vista del contexto al que nos enfrentábamos, a la reestructuración de la organización se le unió la necesidad de reinventarnos, toda vez que la mayoría de nuestros clientes operaban en la construcción y la promoción inmobiliaria. Habíamos pasado de tres despachos con veinticinco profesionales a quedarnos con uno de diez personas. La crisis truncó un proyecto muy ilusionante que había diseñado Serret. Entre sus planes se incluía matricularme en un máster para preparar la asunción futura de responsabilidades. No obstante, la precipitación de los acontecimientos llevó a cambios sustanciales en la compañía, en la que concurrían dos socios: uno con el cuarenta por ciento de la participación y Raimon, que ostentaba el sesenta por ciento restante. A pesar de que se consiguió enderezar el rumbo de la compañía, cuando en 2012 el mercado empezó a estabilizarse, el socio minoritario manifestó su voluntad de abandonar la entidad. No había habido conflictos entre los propietarios, así que el acuerdo fue amistoso y, a finales de año, ese socio dejó de pertenecer a la compañía.

 

En aquellos años solo se gestionaba miseria

La separación con el otro socio comportó una reducción de la cartera de clientes, entre el treinta y cinco y el cuarenta por ciento. Era algo inevitable, similar a lo que sucede en un divorcio, cuando los hijos deciden si continuar con el padre o con la madre. En cambio, los gastos estructurales permanecían ahí como una pesada losa. En aquellos años solo se gestionaba miseria; una etapa en la que el objetivo residía en administrar lo poco que había e intentar preservar al máximo el patrimonio, a la espera de recuperar épocas mejores. Ante ese escenario, le expuse a Raimon Serret la opción de un replanteamiento profesional, cerrando el despacho y arrancando uno nuevo al alimón. Él, sin embargo, se veía incapaz de renunciar al resto del equipo y, pese a las dificultades que aquello entrañaba, decidió seguir adelante, remontando una situación adversa que él ya había superado en 1991. En 2016 asistimos a un nuevo cambio societario. Tras reflexionar profundamente y convenir que el negocio en aquel momento era pilotado por Raimon y por mí, adquirí una parte de Ceteb: el paso previo a la compra total de la compañía cuatro años más tarde, cuando su fundador, y a quien tengo por mentor, consideró llegado el momento de abrazar la jubilación.

 

Vendemos confianza a los empresarios y aspiramos a ser su cuadro de mando

Mi misión al frente de Ceteb consiste en dar continuidad a la labor desarrollada por la compañía en su casi medio siglo de existencia. Raimon Serret dejó escrito, veintidós años atrás, en un libro de esta misma editorial: «Me gusta ocuparme de las personas que hacen de empresario». Ese mismo espíritu se mantiene vivo en nuestro despacho, al que llaman los clientes cuando tienen un problema por resolver. Y acuden a nosotros porque lo que vendemos es confianza; a menudo labrada a base de años de relación, que incluso se ha extendido a una segunda generación. Nos erigimos en su mano derecha, ofreciéndoles un amplio abanico de servicios: legales, financieros, fiscales… En todo aquello que tiene que ver con la gestión empresarial o el patrimonio personal saben que hallarán solución satisfactoria en Ceteb, porque disponemos de un equipo humano muy preparado de catorce personas, capaz de resolver cualquier inquietud; ya sea de manera directa o indirecta, puesto que recurrimos a colaboradores externos cuando es menester. El propósito reside en ayudarles a salvar situaciones comprometidas, como por ejemplo una inspección fiscal o una necesaria reconversión del negocio. Aportamos nuestro conocimiento a modo de plataforma para que puedan volver a despegar, y somos los primeros que, cuando el problema está encarrilado, les invitamos a volar en solitario y a limitarnos a mantener las reuniones periódicas rutinarias. Ahí aplico una máxima que aprendí en una formación que cursé en ESADE, en la que nos invitaron a convertirnos en el cuadro de mando de nuestros clientes, en informarles sobre los KPI (indicadores de desempeño) que definen su negocio. Y a eso aspiro a diario, porque no existe mayor satisfacción que crecer con el empresario, como bien prueba la trayectoria de Ceteb Concursal.

 

Tengo la suerte de que este trabajo me cautiva y disfruto con él

Esta labor reclama una actualización constante, pues las normativas evolucionan con mucha frecuencia y debemos mostrar capacidad de respuesta ante ello. Al igual que también requiere la incorporación regular de tecnología y software, para adaptarnos a las necesidades de nuestros clientes, cada cual con su correspondiente perfil y sus circunstancias. Por supuesto, este entorno exige formación continua, con lo que invertimos sin cesar en este ámbito, a fin de poder alcanzar el nivel demandado por los empresarios que depositan su confianza en nosotros. Todos estos requisitos implican que la profesión te tiene que gustar, pues, en caso contrario, resulta imposible desarrollar tu cometido de manera adecuada. Tengo la suerte de que este trabajo me cautiva y disfruto con él. Solo así es factible resistir las jornadas de hasta quince horas que, en ocasiones, es menester invertir en el despacho. También hallo grandes satisfacciones en los cursos que realizo de manera periódica, como el que llevé a cabo recientemente para obtener el título de mediadora concursal. Hay quien ironiza diciendo que los diplomas derivados de esas formaciones sirven para tapar agujeros, pero lo cierto es que esos títulos te confieren una credibilidad ante el cliente. Incluso, más allá de los conocimientos adquiridos, de los que solo es plenamente consciente quien los ha obtenido a base de mucho esfuerzo, la credibilidad te la otorga el centro que ha expedido ese diploma; en especial, si se trata de una escuela de negocios de prestigio. En mi caso, cuando era más joven y por mi condición femenina, creo que esos documentos lograron vencer reticencias entre potenciales nuevos clientes que acudían por primera vez a Ceteb, porque en cierto modo ejercían de respetable y solvente tarjeta de presentación.

 

Raimon creó Aula Ceteb con el objetivo de cubrir las carencias formativas en contabilidad

A las dos carreras le he sumado un máster, un curso de fiscalidad internacional, otro de estados financieros avanzados, otro de administradora concursal… Aun así, todavía estoy lejos de la formación y experiencia acumulada por Raimon, cuya sensibilidad por la formación le llevó en su momento a crear Aula Ceteb. La iniciativa partió al detectar que el entorno adolecía de contables, mientras que los escasos profesionales existentes aplicaban unas tarifas abusivas. Así, incorporó al despacho la actividad docente, impartiendo clases con un componente social, pues cada alumno abonaba lo que le permitía su economía personal. Y cuando Raimon detectaba algún estudiante de valía, lo reclutaba para la empresa. Aquella iniciativa se prolongó durante dieciocho años, hasta que en el año 2000 la Unión Europea desplegó un amplio programa formativo subvencionado y los ayuntamientos promovieron la creación de centros gratuitos.

 

De tanto estudiar, nos hemos olvidado de aprender

Desde un punto de vista formativo, la sociedad arrastra serios problemas, pues durante años se ha empujado a las nuevas generaciones a cursar carreras universitarias y se ha menospreciado el oficio. Muchos clientes nos trasladan esa inquietud, la de no poder cubrir ciertos perfiles: fresador, tornero, bobinador… Empresarios que se ven obligados a incentivar a sus empleados para que no se jubilen ante la imposibilidad de encontrar relevo en determinadas posiciones. De tanto estudiar, nos hemos olvidado de aprender… Ceteb formó a su propio equipo, porque no queríamos títulos, sino profesionales capaces de resolver tareas; porque acudían a nosotros personas tituladas a quienes teníamos que enseñarles a hacer el trabajo y, además, pagarles, cuando lo lógico es que se cobre por formar. Hay quienes confunden trabajar con desarrollar una labor. Trabajar es vender las horas a un determinado precio, lo cual difiere de llevar a cabo un proyecto y aportar valor añadido. Por suerte, Ceteb cuenta con un equipo experimentado y muy comprometido, cuyos miembros se caracterizan por su alta exigencia; y si alguien no es capaz de integrarse y mantener ese nivel, abandona por propia iniciativa. Siempre he defendido la idea de que la empresa equivale a su equipo, pero sin clientes, no hay empresa.

 

Con ocasión de la pandemia tomé absoluta conciencia de lo que era vender confianza

Nuestros clientes colapsaron los teléfonos cuando estalló la pandemia. Fueron días frenéticos, en los que estábamos constantemente consultando el BOE para anticiparnos a las consultas con las que nos inundaban los empresarios, muy desorientados ante la insólita situación. Para transmitirles tranquilidad, nos organizamos y fuimos llamándoles uno por uno, interesándonos por su situación. Fue en ese momento cuando tomé absoluta conciencia de lo que era vender confianza. Todo el equipo exhibió una total implicación en esa etapa, en la que llegamos a coordinarnos con colegas de otros despachos para distribuirnos el estudio de las directrices gubernamentales, compartir la información y debatir acerca de la interpretación de los textos legales. Esos meses provocaron una aceleración en la toma de decisiones de las empresas e, incluso, un replanteamiento de sus actividades. Para ciertas compañías, más allá del sufrimiento experimentado, esa fase ha sido un estímulo con el que acometer proyectos que no osaban abordar, pero también ha constituido una cura de humildad y ha evidenciado muchas carencias. Tengo el presentimiento de que el departamento que más se expandirá en el futuro inmediato será el concursal; o, mejor aún, el de segundas oportunidades: porque vivimos de crear, no de destruir.

 

La familia y mis seres próximos han sido mi permanente apoyo

En el desarrollo de esta labor profesional no puedo estarle más agradecida a mi madre y a mi hermana, por ser mis amores incondicionales, y a Raimon, por su confianza inquebrantable. Y por si fuera poco, siento el apoyo incondicional de mi marido, Pau Cànovas, que es como mis alas para volar y con quien compartimos dos gemelos, Magí y Biel, que son mis raíces, y sería fantástico que, dentro de veintidós años, pudieran dar testimonio de la tercera generación de Ceteb en unas páginas como estas.