La cara amarga de la Iglesia

La maternidad prohibida. La cara amarga de la Iglesia

El mundo real, allá en las misiones, o aquí en la gran urbe, se contradice con la doctrina de una Iglesia que parece ciega, o que no quiere ver la realidad de nuestro tiempo.

El amor, la libertad y muy especialmente la maternidad son reivindicaciones del clero de base y algunos miembros de la jerarquía. En este sentido se definen enérgicamente los protagonistas y el narrador.

Parece que a la Iglesia le sale más a cuenta esconder su cara oculta y sus trapos sucios, en vez de lavarlos y mostrarse al mundo con una imagen actual.

Àngel Font, en su afán de  trasmitir conocimientos y vivencias reales, en esta novela consigue unos resultados que van más allá del entretenimiento, ya que ofrece al lector una escapada que difícilmente olvidará.

Extractos del La cara amarga de la Iglesia

Pág. 32
«El pastor intentó satisfacer los deseos de la dama y, aunque esta le habló del demonio que habitaba en su interior, él no pudo saciar más el ansia de la mujer. Harto, y teniéndola sentada encima de su vientre, la empujó contra el vacío del precipicio. Fue el coitus interruptus más auténtico de la historia. La señora gritaba enloquecida por su último orgasmo y por el vuelo libre hacia el despeñadero».

Pág. 113
«―Un hijo, un hijo. ¡Quiero un hijo! Dios, por favor; quiero un hijo. ¿Por qué no puedo tener un hijo? Soy mujer, ovulo, tengo senos y vientre para cobijarlo, tengo sexo para engendrarlo. ¿Por qué yo, que lo amaría y lo cuidaría, por qué yo que lo deseo tanto no puedo parirlo? ¡Y una puta los ahoga dentro de una maleta!»

Pág. 151
«―¡Dios! ¿Y si todo ha sido una gran fábula y me he pasado la vida hablando con un ser inexistente?»

Pág. 153
«Cuando el silencio es la única respuesta a tantas preguntas, no hay mejor señal que la razón que condujo a él».

Pág. 168
«Los remordimientos de conciencia, por el goce sexual que la Iglesia condena, la condujeron hacia la vida religiosa durante los mejores años de su vida. Ahora se iba de ella, horas después de disfrutar el goce prohibido con un fraile que amaba, y en busca de una maternidad largamente deseada, pero sin un solo remordimiento de conciencia: una larguísima terapia».

Pág. 182
«La ira y el odio es moneda de cambio entre religiosos, como lo es en la vida seglar. La caridad y el perdón se anulan bajo el peso del rencor».

Pág. 201
«Me encerré aquí para buscar y hallar a Dios y no lo veo por ningún lado. Solo me encuentro a mí mismo».

Pág. 202
La Iglesia prohíbe los anticonceptivos. ¡Encima recochineo! Deben nacer para vivir unos meses y morir entre calamidades. No veo a Dios ahí, al contrario; incluso me parece que la Iglesia actúa como una mano diabólica que asesina niños.

Pág. 219
«―Discrepar es tan necesario como creer. Discrepar nos hace libres y la discrepancia para preservar la doctrina de la Iglesia, basada en las enseñanzas de Cristo, es el único medio por el cual nos adaptaremos a las necesidades del próximo milenio».

Pág. 245
«―Qué nos trae, padre, qué nos trae?
―La paz y la misericordia del Señor, la fe y la esperanza en la vida eterna.
―Eso ya nos lo trajo la última vez. De eso ya tenemos.
―Algo para los niños y medicinas para aliviar a los enfermos.
―Eso, eso sí nos hace falta. A Dios ya lo tenemos siempre, Dios nunca se acaba. En cambio, las medicinas sí».

Previsualización del primer capítulo

La-Cara-Amarga-de-la-Iglesia