«El Derecho posee sus rituales y lenguaje propios, lo que le aleja de la ciudadanía; es posible y deseable hacerlo más cercano»
El Derecho sirve para la convivencia. Todo el mundo se relaciona con él alguna vez en su vida. Pero, sin un marco de tolerancia que lo defina, se convierte en imposición del más fuerte. El Derecho se fundamenta en el respeto al contrario y el asentimiento de la diversidad; invita a analizar los problemas desapasionadamente. La sociedad, sin embargo, siempre va un paso por delante de él, el cual conserva las instituciones asumidas socialmente. Aunque el Derecho posee rituales y lenguaje propios, lo que le aleja de la ciudadanía, es posible y deseable hacerlo más cercano. Debe ser, pues, un espejo que refleje la sociedad, espejo a su vez del mismo Derecho. Para lograrlo, deberían explicarse bien las normas, sin que interfiriera demasiado el lenguaje político.
La clase política sabe que la Constitución ha servido para crear un marco democrático, pero teme cambiar lo que hasta ahora ha funcionado bien. Los políticos actuales pertenecen a mi generación, la que luchó por instaurar nuestro Estado de Derecho. Valdría la pena recuperar el espíritu de entonces y afrontar los cambios necesarios sin temor y con sensatez, porque la evolución social genera nuevos problemas que hay que resolver. España es un país distinto al de hace 30 años.
En un marco plural, las leyes son fruto de un consenso, de una legislación negociada, que luego el gobierno plasma, y, en ocasiones, deja en manos de los jueces las denominadas “ambigüedades calculadas”, algo con lo que no estoy de acuerdo. La reforma de la Justicia debe batallar en dos frentes: por un lado, ha de desacralizarse a sí misma, no abusar del recurso –en el fondo, el ciudadano prefiere soluciones rápidas y razonables–; por otro, ha de mejorarse el proceso de formación de los jueces. El sistema de oposiciones para acceder a la judicatura no es el idóneo: aísla al opositor y le obliga a memorizar más que a razonar durante bastante tiempo, lo que acaba por pesarle psicológicamente.
Quiero referirme también al mundo laboral, muy entreverado con el mundo jurídico. Las organizaciones empresariales y sindicales, pese a no actuar pensando en el Derecho, pues las relaciones laborales responden a otros muchos aspectos no jurídicos, tienen todas sus grandes firmas de asesoría jurídica, las cuales deben fomentar la flexibilidad y el diálogo.
Igual que en el mundo anglosajón, debe fomentarse la solución extrajudicial. Existe ya bastante mediación, pero la gente no la percibe: por ejemplo, en el ámbito del consumo y también en el de familia, o incluso, cada vez más, en el penal, donde se procura que tanto la víctima como el delincuente sean rehabilitados mediante la reinserción y la atención social.
Respecto a la universidad, los doctorados han disminuido en beneficio de los postgrados, ideales para el mundo profesional. El doctorado ha devenido una suerte de culminación profesional, cosa positiva mientras no conlleve la disminución de los estudios de postgrado. Asimismo, es esencial el aprendizaje continuado del Derecho. En el acto de despedida de mi facultad siempre les digo a mis alumnos: nunca dejaréis de aprender.
Es un privilegio ver reunida en una obra la opinión de 200 juristas acerca de temas tan importantes como el Estado de Derecho, la Transición, la Constitución, las autonomías, la legislación y el futuro monárquico. Confío que esta suma de opiniones razonadas y diferentes sirva para limar discrepancias.